La Policía Local desaloja a una veintena de indigentes del viejo cuartel de Artillería
Los inquilinos, en su mayoría inmigrantes, tenían comedores, baños y habitaciones repartidos por todo el edificio de Farnesio
J. Sanz
Martes, 2 de diciembre 2014, 12:52
Comedores separados con sábanas, improvisados aseos para hombres y mujeres (con carteles incluidos), cocinas más o menos dignas y una veintena de habitaciones amuebladas. El antiguo cuartel General Monasterio, ocupado hasta ayer por una veintena de indigentes, en su mayoría inmigrantes de un sinfín de nacionalidades, se había convertido en los últimos meses en un auténtico albergue para los más pobres entre los pobres de la capital. Todos ellos fueron desalojados por la Policía Municipal a lo largo de la tarde de ayer después de que los agentes recorrieran sus tétricos pasillos y descubrieran la completa distribución de sus tres plantas.
La ocupación masiva del antiguo cuartel de Artillería, que fue cerrado como tal hace catorce años y que goza de protección oficial por su valor histórico fue construido en 1953, se ha ido produciendo de manera progresiva desde que la primera oleada de inmigrantes accediera al inmueble, situado entre los paseos del Arco de Ladrillo y de Farnesio, a finales del año pasado. Por aquel entonces eran media docena las estancias ocupadas por los indigentes después de abrir un boquete en el muro que da a Arco de Ladrillo. Este fue tapiado hace justo una semana y reabierto de nuevo ayer. Dentro había ya veinte habitaciones.
Esta situación hizo que la Policía Municipal acudiera ayer por la tarde al maltrecho cuartel General Monasterio para ordenar el desalojo, al menos temporal, de sus inquilinos. En su interior se encontraban en ese instante ocho personas de nacionalidades marroquí, argelina, búlgara y española (una mujer), que hicieron a regañadientes sus petates y abandonaron las antiguas instalaciones militares hoy propiedad de un grupo de constructoras al filo de las seis de la tarde. «El resto estaban fuera o se habían ido ya», confirmaron fuentes de la Policía Local.
Los propios residentes, eso sí, anunciaron durante su desalojo su intención de volver ayer mismo «a pasar la noche al cuartel». Y a buen seguro que lo hicieron la mayoría, ya que el boquete que facilita el acceso a través de la tapia continúa abierto los propietarios fueron informados de ello por los agentes.
Una cuestión de seguridad
«Nos echan de aquí como a delincuentes, pero no tenemos dónde ir y volveremos esta misma noche», reconocía sin pudor un joven marroquí mientras recogía sus «cuatro cosas» de un cuartucho de la primera planta y salía con ellas cargadas en una bicicleta ante la mirada de los agentes. Estos, eso sí, le ofrecieron antes tanto a él como al resto de indigentes la posibilidad de acudir al albergue y al comedor municipal.
«Es mejor vivir aquí que en el albergue, y por eso intentaremos seguir aquí mientras podamos», incidió otro de los ocupantes del cuartel antes de explicar que la mayoría de los residentes «vivimos de rebuscar en la chatarra y de lo que podemos, porque aquí ninguno cobramos ya ninguna ayuda social». Los presentes, eso sí, incidieron una y otra vez en que no son «delincuentes».
Pero el desalojo ejecutado ayer por los policías, que se desarrolló de una forma absolutamente pacífica, no obedece a un capricho sino a una «cuestión más que evidente de seguridad y de salud pública», señalaron las fuentes policiales consultadas. Tanto es así que el edificio como tal, a pesar de estar catalogado, carece en la actualidad de ventanas, su tejado presenta desperfectos evidentes y, al margen de posibles daños estructurales, las estancias que no están habitadas están repletas literalmente de basuras. Eso además de carecer de servicios básicos como electricidad o agua corriente.
Sus inquilinos, pese a todo, defienden su «derecho» a ocuparlo e inciden en que prefieren vivir allí que «en la calle o en el albergue». Así que todo apunta, salvo sorpresa, a que el cuartel General Monasterio, que ya fue desalojado al completo hace seis años, volverá a convertirse en un hotel estos días.
Lo sorprendente de esta última ocupación masiva es que nunca hasta ahora, a pesar de las sucesivas ocupaciones que sufre el edificio casi desde su cierre, se había llegado a colgar el cartel de lleno. Y tantos inquilinos precisaban de una cierta organización, que les llevó a habilitar cocinas, aseos y comedores, así como escombreras, separadas de las distintas estancias en las que habitan.
El presumible próximo tapiado del perímetro, de producirse, volverá a ser un parche más del eterno tira y afloja entre dueños y okupas.