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I. G., que quiere preservar su identidad y la de su familia, posa en las instalaciones de El Norte antes de la entrevista.
«Nos llamó desde la cárcel llorando, pidiéndonos perdón»

«Nos llamó desde la cárcel llorando, pidiéndonos perdón»

I. G. Su madre está encarcelada en Cuzco

Antonio G. Encinas

Jueves, 27 de noviembre 2014, 12:40

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Iván y su hermano trabajaban. Su madre también, desde los 18 años, durante más de tres décadas. Y llegó la crisis. Los dos al paro. Problemas económicos agravados por alguna situación personal que aquí se omite para preservar su intimidad. «En un momento de desesperación contactaron con ella», explica ahora uno de sus hijos. «La llevaron por ese camino, se lo pusieron fácil, y por desesperación, como último recurso... Supongo que una madre por unos hijos es capaz de cualquier cosa». Incluso de jugarse su libertad por cinco mil euros. No se lo dijo a nadie. Ni siquiera a sus hijos, a los que solo contó que se iba de viaje, unas vacaciones. Pasó el tiempo y no sabían nada de ella. «Si estaba bien, si estaba viva, dónde estaba... Hablamos con la Comisaria de aquí y no estaba localizada». Hasta que un día sonó el teléfono. «Nos llamó desde Perú, desde un centro penitenciario, llorando, que la perdonáramos, que estaba muy mal, desesperada, que tenía embargos...».

Llegó el shock. La confusión. Presuntos abogados que ofrecen sus servicios, cobran y desaparecen.Estafadores que hurgan en el dolor para sisar «cincuenta euros, o lo que pillan, porque tampoco teníamos mucho, afortunadamente».

Nadie a quien acudir en busca de ayuda.

«No podíamos contratar un abogado, ni nada, y estoy cuidando de mi hija».

Llamadas a la embajada española. Desde una cabina, a las tres de la mañana por culpa del horario. «Nos decían que llamáramos más tarde, ni siquiera nos contestaban». El consulado en Cuzco paga veinte euros al mes a las internas españolas. Ni siquiera acude un funcionario español, solo un peruano que cumple rutinariamente su misión.

«Estuvimos esperando sentencia y no podíamos hacer mucho». Un día no se presentaba el abogado de oficio.Otro no llegaba el juez.Y las vistas se aplazaban. Otro mes más. Ahora, ya con la sentencia dictada, van ya para 31 meses que está presa en Cuzco, a mil kilómetros de Lima.

Durmiendo en el suelo

«Estuvo tres semanas durmiendo enel suelo, y eso que fue allí recién operada de la rodilla. Ha perdido veinte kilos. La comida es incomible, está mal del estómago siempre». Lo poco que saben de ella se lo cuenta en el minuto de teléfono que puede usar de vez en cuando. Para hablar hay que pagar a los que suministran las tarjetas telefónicas, a precio de oro. Muchas veces las comparten con otras presas.«A veces llama dos o tres días seguidos.Otras veces nos pasamos semanas sin saber nada de ella».

«Al principio le mandábamos cartas, y esas sí que le han llegado. Pero uno pierde fuerzas porque ves que no hay avances y solo nos queda ver pasar el tiempo», admite uno de sus dos hijos.

Ahora que tiene la sentencia, y que ya ha cumplido más de un tercio de la condena, puede solicitar la extradición para volver a España. «Solo queremos agilizarlo y que la traigan cuanto antes. Una compañera suya lleva allí un año con el papel para el traslado internacional y aún no ha venido».

Solo sabe que cuando la tenga delante no le reprochará nada. «No tenía antecedentes. Nos pilló de sopetón, no esperábamos nada de esto.Pero si ni siquiera bebe, ni fuma...». La condena allí es de ocho años. El doble de lo que le habría correspondido por el mismo delito en España. Y podría haber sido peor.«Si es en Tailandia no habría salido nunca...».

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