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J. Sanz
Lunes, 28 de julio 2014, 10:41
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217.000 euros, solo eso, serán suficientes para borrar de un plumazo del mapa de las miserias de la capital el poblado chabolista del parque de Las Norias, que ha sobrevivido durante los últimos doce años a los sucesivos derribos de viejas naves y casas de la antigua azucarera Santa Victoria y ferroviarias del entorno de Ariza. Pero la demolición de las tres últimas edificaciones de las oficinas de Ebro propietaria de la industria cerrada en 1997 dejará sin hueco para cobijarse a las cuatro familias, con diez niños pequeños a su cargo, que aún ocupan este reducto de pobreza.
La decisión está tomada, presupuestada y cuenta ya con un plazo previsto de ocho meses, a contar desde octubre, para que la empresa que gane el concurso concluya los trabajos de demolición de los inmuebles situados en estos terrenos propiedad de la Sociedad Valladolid Alta Velocidad 2003, que están incluidos en el eterno proyecto del Plan Rogers y que formarán parte en su día del barrio de Ariza, un corredor situado entre la Ciudad de la Comunicación y la vía Madrid-Irún destinado a albergar, algún día, 611 pisos.
Así que el poblado chabolista de Las Norias será historia en mayo del próximo año si se cumplen los plazos previstos por la Sociedad Alta Velocidad, que el pasado 14 de julio sacó a licitación la contratación de la ejecución de los trabajos de derribo de las antiguas oficinas de Ebro, construidas en 1980 y cerradas en 2007, situadas en un piconcito entre el parque de la azucarera, la vía férrea y la Ciudad de la Comunicación.
Con 18 años recién cumplidos
La maquinaria burocrática para demoler los tres edificaciones un almacén, las oficinas y una casita está ya en marcha y, salvo sorpresa, los diecisiete pobres de solemnidad, menores incluidos, que las habitan desde hace seis años allí llegaron rebotados de los primeros focos chabolistas de la azucarera y Ariza inaugurados en 2002 tendrán que volver a hacer la maletas rumbo a lo desconocido. «Nadie nos ha dicho nada de que nos tengamos que ir», reconocen sus inquilinos antes de mostrar su escepticismo sobre los plazos fijados para la demolición. «Siempre hemos andado igual y, al final, nunca han tirado nada», dicen.
Pero esta vez sí tirarán algo. Las palas demolerán la casita de la entrada al recinto, las dos chabolas del patio y la flamante vivienda acoplada a la entrada del bloque de oficinas. En esta última vive una joven que hace tres semanas cumplió la mayoría de edad y que tiene a su cargo a una niña de tan solo dos años. «Me metí aquí porque no tenía donde ir, el padre pasó, con mi familia no podía quedarme y la gitana que vive en la entrada me dijo que me viniera», relata la madre de 18 años.
Su casa, eso sí, delata que tuvo ayuda para construir este pequeño adosado al bloque devastado por los ladrones de chatarra nada más cerrarse las oficinas en 2007. Los obreros han tapiado literalmente el interior para habilitar un espacio más que digno que cuenta con televisor de pantalla plano, cama y cuna para sus inquilinas y una cocina con sus fogones y un frigorífico. La luz procede de un viejo generador de gasoil y el agua de las fuentes más próximas.
Adiós a Diego Jiménez
Más curtidos en el arte de la supervivencia están los ocupantes de la casita de la entrada. Allí viven otras dos familias. La mayor de todos ellos, de edad incierta, fue de las primeras chabolistas que accedieron a este poblado fundado por dos históricos del chabolismo, Diego Jiménez y Hermelinda, los responsables de los sucesivos asentamientos de familias en el entorno de Las Norias. «Diego ya no está su chabola fue demolida recientemente, sufrió un grave accidente y ha tenido que irse con una hija a Santander», relata la mujer, a la que unen lazos familiares con el chabolista. Ella tampoco se cree, o no quiere hacerlo, que a ellas y al resto de habitantes del poblado les quedan ocho meses como mucho. «Aquí estamos bien, tiramos como podemos y el Ayuntamiento sabe que estamos aquí metidos y nadie nos ha dicho nada de derribos», insiste.
A su lado, y cobijados ambos junto a un niño a la sombra del frondoso árbol de la entrada, un jovencísimo padre lamenta que si la demolición se lleva a cabo acabarán «bajo un puente». Tienen once a elegir, pero algunos, como el de Isabel la Católica, ya están ocupados. «Si no tiran nos vamos debajo de un puente con diez niños», reitera antes de explicar que si están viviendo «así» es porque no les queda otra. «Aquí tenemos lo justo, no molestamos a nadie y nuestros hijos están tirando los padres afirman que todos ellos están escolarizados», defiende.
Pero el progreso es imparable y la calificación de urbanizable del suelo sobre el que habitan juega en su contra. A finales de año o comienzos del que viene, salvo sorpresa, verán llegar las máquinas que llevaran a cabo los derribos de sus casas.
«El terreno es urbanizable, está incluido en el plan pacial de Ariza que incluye la vieja estación de La Esperanza y las tres naves se dejarán a cota cero a la espera de los futuros trabajos de descontaminación de los suelos tanto de Ariza como de Argales y de la estación Campo Grande», anticipan fuentes municipales.
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