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El cadáver del macho que apareció muerto la semana pasada cerca de la Reserva Natural de Muniellos.
Osos con buena estrella

Osos con buena estrella

La población de plantígrados se ha sextuplicado en España. «Antes se jaleaba su muerte, ahora es una mala noticia»

BORJA OLAIZOLA

Jueves, 22 de septiembre 2016, 22:02

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Durante siglos, la muerte de un oso representó una buena noticia para las comunidades rurales. Los poderes públicos recompensaban al cazador y los vecinos festejaban la desaparición de una amenaza. Una ordenanza que entró en vigor en Asturias en 1781 anunciaba que «se pagará por todas las fieras que se maten» y establecía una recompensa de 60 reales por un oso grande y de 15 por uno chico. Lo que hace más de doscientos años era aplaudido y jaleado, ha pasado a ser hoy un delito. El individuo que mató la semana pasada a un macho de 105 kilos cerca de la entrada a la Reserva Natural de Muniellos puede acabar en la cárcel: el oso pardo es una especie protegida.

De bestia perseguida a criatura con protección legal: la del oso ha sido una pirueta en toda regla. «Ha habido una evolución tremenda, es cierto, porque el oso ha sido durante siglos una figura totémica que suscitaba miedo y rechazo», reflexiona Guillermo Palomero, presidente de la Fundación Oso Pardo (FOP). Palomero es uno de los artífices de que la población de plantígrados de la Península Ibérica se haya multiplicado por seis en un plazo de tres décadas. Los 300 ejemplares que se reparten entre la Cordillera Cantábrica y los Pirineos no solo alejan la amenaza de extinción que pesa aún sobre la especie, sino que confirman a España como una de las principales reservas del oso pardo de Europa occidental.

El camino no ha sido fácil. Las reticencias iniciales entre los pobladores del medio rural, que son los que al fin y al cabo tienen que convivir con el animal, eran enormes. «Había que racionalizar el asunto, conciliar los intereses de los colectivos más afectados con los de un gran sector de la sociedad que quiere que haya osos», cuenta Palomero. Cazadores, ganaderos y apicultores (a los osos les encanta la miel de las colmenas) fueron objeto de un tratamiento específico. Hubo campañas de concienciación y también ayudas públicas para paliar los daños. El resultado es que los 50 ejemplares que apenas quedaban en los años ochenta en la Cordillera Cantábrica, el principal enclave osero peninsular, son hoy 250. «Muchos de los vecinos se sienten orgullosos de que sus pueblos hayan recuperado la figura del oso», resume el presidente de la FOP.

Pablo Zuazua, director del Parque Natural de Fuentes Carrionas, en la Montaña Palentina, ha sido testigo directo de la recuperación de la especie. «A finales de los ochenta y en los noventa la población estaba en una situación crítica, apenas quedaban dos hembras reproductoras. Desde entonces, sin embargo, se ha producido una evolución muy positiva y se puede decir que cada década se han duplicado los alumbramientos». La curva demográfica del oso es tan positiva que el contraste con el envejecimiento que experimenta la población humana de la comarca resulta a veces inevitable. Al arquitecto, humorista y escritor Peridis, criado en Aguilar de Campoo, le gusta decir que en la Montaña Palentina nacen más osos que niños, una boutade que enmascara la tragedia a cámara lenta que viven muchas zonas rurales de España.

Primer atropello

Pero volvamos a los plantígrados. Con la multiplicación de los osos han crecido también los problemas: más ataques a colmenas y ganado, y también más encontronazos con seres humanos. «Hace un par de años se produjo el primer atropello en una carretera de montaña, el oso dio un par de revolcones por un talud después de haber sido embestido por un coche que iba muy despacio y aparentemente se recuperó», cuenta el director del parque de Fuentes Carrionas. Más peliagudas son las agresiones a personas. En los 25 últimos años se han contabilizado cinco ataques en la Cordillera Cantábrica, ninguno de ellos con consecuencias fatales. «El factor desencadenante -puntualiza Guillermo Palomero- ha sido la presencia muy próxima de los humanos, que provocó respuestas defensivas de los osos consistentes en ataques breves y rápidos para hacer frente al peligro».

Los osos europeos, insiste el presidente de la FOP, no son agresivos. Está por ver si la víctima del último ataque, un vecino de Reinosa de 36 años, comparte esa opinión. El joven se topó de sopetón con un oso mientras paseaba por un bosque próximo a la localidad cántabra de Villaescusa en junio del año pasado. El animal le mordió y le asestó un zarpazo que le destrozó el brazo y le causó magulladuras varias. La víctima, que más de un año después sigue sin recuperar del todo la movilidad de su brazo, ha declinado hacer comentarios a este periódico.

«Por mucho que los ecologistas y los urbanitas se empeñen en decir lo contrario, el oso ha sido y será siempre una fiera», clama el ganadero oscense Antonio Casajús, uno de los principales activistas contra la reintroducción del plantígrado en el Pirineo. «Si la Administración promueve la ganadería extensiva para mantener limpios de vegetación los montes y prevenir de esa forma los incendios, lo que no puede hacer es soltar al mismo tiempo fieras para que se coman el ganado», razona Casajús. Así como la Cordillera Cantábrica ha logrado un razonable equilibrio entre los plantígrados y los humanos, la cohabitación en el Pirineo central se ha revelado mucho más compleja. Una de las razones es que en los valles pirenaicos predomina la ganadería ovina y los osos prefieren las ovejas a las vacas.

A Casajús, que forma parte del sindicato Unión de Agricultores y Ganaderos de Aragón (UAGA), le subleva la complicidad de las administraciones con los partidarios de la reintroducción de los plantígrados: «Te viene un biólogo que en su vida ha salido de la ciudad y te dice lo que tienes o no tienes que hacer, cuando es la primera vez que pisa el monte. El oso es perjudicial incluso aunque no ataque, porque su sola presencia dispersa a los rebaños, aterroriza a las ovejas y hace que muchas aborten o se pierdan por el monte». Sea por la firme oposición de los vecinos o porque las condiciones orográficas no son las más adecuadas, la población de plantígrados no ha prosperado en el Pirineo central. Los dos ejemplares que sobreviven en la zona son machos y la especie está abocada a la extinción si no se reintroduce alguna hembra, una solución que no termina de cristalizar debido a la resistencia de los habitantes de los valles.

En el Pirineo catalán, en cambio, la reintroducción del oso se ha saldado con notable éxito. En los bosque del Valle de Arán se ha consolidado un núcleo de entre 35 y 40 ejemplares que descienden de animales traídos en su día de Eslovenia. La cohabitación con los vecinos, cuenta Guillermo Palomar, es menos conflictiva que en Aragón y Navarra gracias a la puesta en marcha de un programa de la Unión Europea. La iniciativa, denominada Pyros Life, ha hecho posible la adopción de medidas preventivas: agrupación de rebaños, contratación de pastores, instalación de cercados electrificados... Incluso se proporcionan mastines a los ganaderos para que ahuyenten con su presencia a los osos.

Con la excepción puntual de Navarra y Aragón, las poblaciones de oso pardo en España se han consolidado. «Hemos logrado que el animal sea aceptado por una parte muy importante de la población con la que convive y eso es un éxito para todos», resume el presidente de la FOP. Está por ver si la buena estrella de los osos seguirá brillando cuando el crecimiento de su población haga que aumenten los inevitables conflictos con los humanos. Un simple zarpazo puede dar al traste con años de trabajo.

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