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Necrológica de Manuel Martínez publicada en ‘La Vanguardia’ el pasado viernes. Incluye una cita de Victor Hugo.
La esquela eterna de Martínez

La esquela eterna de Martínez

Murió hace 15 años pero su familia se ha gastado un millón de euros en necrológicas. El rey de los derribos de Barcelona dejó 20 millones para publicidad mortuoria

Antonio Corbillón

Domingo, 21 de febrero 2016, 21:41

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Derribó edificios para crear su imperio y usó las ganancias para construir su leyenda postmortem. Manuel Martínez Calderón (1934-2001) volvió el pasado viernes a su cita periódica con las páginas de necrológicas de La Vanguardia y El Periódico, los dos grandes diarios de Barcelona. Cada 19 de febrero, fecha de su nacimiento, y 14 de mayo, día de su muerte, una página completa rememora su paso por este mundo. Además, cada 14 de mes, otra pequeña esquela en ambos diarios recuerda la figura del creador de Derribos Martínez, la empresa que más toneladas de desarrollo ha movido en la ciudad en los últimos 40 años.

Es ya un clásico. Y muchos lectores están pendientes de este recordatorio de papel con margen negro. Junto a su nombre, una firma: Siempre Seremos Cuatro. En los 15 años que han pasado desde que se produjo el deceso, la fidelidad a su recuerdo ha costado una fortuna en publicidad mortuoria: cerca de un millón de euros, 150.000 en esquelas mensuales y otros 800.000 en las anuales, «un hecho único en el mundo y todo un World Record Guiness», calcula el investigador de la Universidad Pompeu Fabra y comunicador, Manel Palencia. Este analista se pregunta en su blog, Mapa del Cambio, si «¿no podría darse por finalizado el duelo?», y recomienda a los deudos que dediquen ese dinero a «la investigación científica», «al bienestar social» o al «medio ambiente».

Detrás de Manuel Martínez Calderón se esconde la historia de un hombre que se construyó a sí mismo siendo el mejor reciclando los escombros de los demás. Llegó de su pueblo (Bienservida, Albacete) a Barcelona en 1954 a lomos de una moto y con su primera mujer. Tenía 20 años y muchas penurias encima. Hijo de una viuda republicana con cuatro hijos, la necesidad forjó un carácter pétreo.

El día que llegó a la capital, tuvo que vender su abrigo para conseguir el primer cuarto en el que pasar la noche. Cuando falleció 47 años después, el despliegue urbano de la Barcelona del último medio siglo necesita de su biografía para poder explicarse. Manolo, como le conocían todos, fue un charnego, quintaesencia del buscavidas sureño en el dorado catalán que noveló en Últimas tardes con Teresa Juan Marsé (el escritor nació en 1933, apenas unos meses antes que Manuel Martínez).

Camarero, estibador, buzo y chatarrero en el puerto, su intuición por prosperar le llevó a dar el salto de la ferralla a los escombros, aunque diversificó en otros sectores como las máquinas tragaperras. En una Barcelona con prisas por expandirse se convirtió en el mejor. Derribos Martínez (luego Escombros Martínez) era cuatro veces más rápida que cualquier otra empresa reduciendo a puré un inmueble. Tenía dos secretos: no perdía el tiempo recuperando material y «empiezo mi jornada tres horas antes que los demás», solía decirle a los conocidos. El aparejador Josep Isern recuerda a su equipo: «Especialistas armados de gran valor, capaces de jugarse la vida continuamente haciendo equilibrio encima de los muros que estaban derribando a pico, bajo sus pies». Por eso les invitaba a marisco y a champán Dom Pérignon cuando cerraban una obra.

Demis Roussos en el funeral

Dejó a su primera mujer con su primogénito Manuel y se casó con su secretaria, Nieves Vivancos, 24 años más joven, con la que tuvo otros dos hijos. Tenía mucho más aplomo manejando explosivos que moviéndose entre la alta sociedad, de la que siempre se sintió ajeno, a pesar de cambiar su primera barraca por un pisazo en Pedralbes. Solo una vez aceptó hablar con TVE3 para cumplir con el orgullo de su madre. Fue poco después de las Olimpiadas de 1992 y, aunque ya estaba en la cumbre, apenas tenía notoriedad pública. Si el Teatro del Liceo se quemaba (1994) ahí estaban los camiones de Martínez para colaborar gratis. Si había que acelerar en la faraónica Sagrada Familia, Manolo regalaba toneladas de piedra para las obras. No solo demolía. Acababa trabajos que otros dejaban a medias. Sin cobrar si le parecían de «interés social».

Llevó su discreción hasta su funeral. Dejó atado y por escrito que no quería curas y que sonaran temas musicales como Cuando un amigo se va, de Alberto Cortez, o de Demis Roussos, sus favoritos. En sus esquelas, junto a su nombre, aparece cada vez una poesía o la cita de un filósofo. Cada 14 de mayo, la necrológica repite una carta de amor que empieza con un A mi amor... y concluye con Para siempre tuya. Desde 2010, el Registro Mercantil de Barcelona incluye la sociedad Siempre Seremos Cuatro SL, cuya sede y cargos directivos coinciden con el emporio heredado por su mujer y sus dos hijos, José María y Julia. Sus únicos movimientos contables se producen en las fechas señaladas. Su capital social de 20 millones de euros permitiría mantener esta rutina otros dos siglos a los costes actuales. A pesar de que su mujer murió en octubre pasado a los 57 años, los hijos han mantenido el compromiso familiar. Quedan dos pero parece que siempre serán cuatro. «Sobran las palabras. No nos acordamos de olvidarte», filosofó su viuda en su último recordatorio, antes de morir también.

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