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Un japonés mira una pantalla con Chun-hee anunciando el lanzamiento de un cohete en la televisión norcoreana el pasado día 7.
La coreana que chilla al mundo

La coreana que chilla al mundo

Ri Chun-hee es, desde hace 40 años, la cara y la voz de los Kim en las pantallas de televisión. Si Pyongyang lanza una bomba H, ella lo cuenta como si lo estuviera viviendo: lo mismo sonríe que llora

Antonio Corbillón

Miércoles, 10 de febrero 2016, 18:58

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En la impenetrable Corea del Norte solo hay una certeza: las noticias importantes surgen tras el rostro, a medio camino entre abuela de todos y sacerdotisa de la patria, de Ri Chun-hee. La septuagenaria presentadora acaba de informar al mundo del éxito del último desafío de Pyongyang: el lanzamiento de un misil de largo alcance que ya se ha ganado la condena de la ONU. Lo hizo también el día después de Reyes para contar otro de los terroríficos juguetes del dictador Kim Jong-un. Vestida con su impactante chima jeogori, el kimono oficial, Ri explicó a sus conciudadanos que el terremoto que habían sentido en la zona norte del país fue en realidad el ensayo de una bomba de hidrógeno.

Y lo cierto es que si pudiera cumplir sus deseos, la locutora estaría ya retirada. Hace cuatro años anunció que lo dejaba, pero la dictadura coreana volvió a llamarla a filas y reclamar la marcialidad de su voz para advertir a Occidente contra «las bravuconadas» de Estados Unidos.

En los últimos 40 años, ni siquiera la condición divina de los Kim les evita despedirse de este mundo. Pero ahí está siempre Chun-hee para contarlo a su tan sufrido como entregado pueblo. Ella dijo adiós al fundador de Corea del Norte, Kim Il-sung (1994), y también a su hijo y sucesor, Kim Jong-il (2011). En ambos casos cambió su habitual chima joegori rosado por otro de color negro. Su parlamento de despedida osciló entre la suntuosidad y las lágrimas. Todo el país contemplaba en pantallas callejeras al rostro lloroso del régimen.

En Corea la única libertad que tienen sus hambrientos habitantes (el 70% de la población no tienen garantizado el acceso a los alimentos) es encender y apagar el televisor (quien tenga uno, claro). Porque solo hay un canal. Dicen los analistas que lo que preocupa al régimen de los Kim no es mostrar autoridad, de la que andan sobrados, sino que parezca más humanizada. Y ese papel lo juega esta mujer que inclina la cabeza frente a la cámara antes de empezar a transmitir.

Su biografía oficial señala que nació en 1943 en el seno de una familia de pobreza extrema del pueblo de Tongchon. Lo bastante mísera como para merecer la confianza del régimen, que nunca se fió de los que llenaban el cuenco de arroz con facilidad. Ri llegó al periodismo desde los escenarios después de formarse en arte y danza en la Universidad de Pyongyang. Comenzó a salir en la pantalla de la KCTV, la cadena estatal, en 1971. Es, junto con la sucesión de herederos, el único elemento visible del régimen que no ha sido purgado o desaparecido.

Desde que llegaron al poder, la actual saga de gobernantes norcoreanos ha invertido mucho esfuerzo en depurar cualquier talento artístico al servicio de la radiodifusión de su proyecto. Jason Stroher, un norteamericano que analiza su propaganda desde la Universidad de Dongseo (al otro lado de la frontera, en Corea del Sur) ha detectado en el timbre de Ri Chun-hee hasta cuatro tonos distintos en función del tema del que está hablando. Stroher asegura que su punto fuerte es «la voz vacilante aunque elevada», cuando alaba el liderazgo de la nación.

Mutis temporal

Cuando anunció su retiro después de cuatro décadas, Ri concedió su primera y única entrevista a un canal extranjero. En ella confesó que los Kim la habían guiado «con amor cálido y fe». Solo una vez su papel mediático estuvo en duda. En 2011, cuando ya vislumbraba ese retiro, Ri desapareció de las pantallas de forma abrupta y misteriosa. Los occidentales pusieron los focos de las intrigas internacionales sobre aquel enigma que en Corea del Norte no parecía menor. Después de 50 días con todo tipo de rumorologías, volvió a las ondas el 19 de diciembre de 2011 para anunciar la muerte de Kim Jong-il. Su traje negro, con un fondo de pantalla siempre fijo, y el trueno de su voz diciendo entre lágrimas «nuestro gran camarada» volvieron a conquistar al pueblo.

Poco se sabe de su vida privada. Su condición de icono nacional le permite una elevada calidad de vida en Pyongyang, donde se la puede ver en los mejores restaurantes, con coche oficial y sin las estrecheces de sus vecinos. Su último servicio a la causa se centra en garantizar las puestas en escena del régimen. Su protegida, una locutora de 40 años, es ya la que más noticias oficiales lee en la cadena pública. Se parece a ella e «incluso tiene el mismo el mismo tono», según los analistas.

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