Borrar
Conejos en el césped de la Casa de la Radio, en Prado del Rey, Madrid.
¿Y por qué hay tantos conejos en la ciudad?

¿Y por qué hay tantos conejos en la ciudad?

Como tantas especies, este mamífero lagomorfo se ha percatado de que cerca del hombre hay menos peligros que lejos de él

Eloy de la Pisa

Domingo, 3 de enero 2016, 11:59

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El prestigioso naturalista Joaquín Araujo colgaba en Twitter a primer ahora de la mañana de este domingo la foto que abre este reportaje. Y la acompañaba con el texto: «Así, ahora mismo. Prado del Rey. CASA DE LA RADIO». No es que Araujo se sorprenda de que un par de gazapetes campen a sus anchas por esa zona, probablemente le llame la atención lo confiados que se han vuelto. Y es lógico. Un animal huidizo, tímido, precavido y receloso como el conejo, se está convirtiendo en un ser confiado y cómodo conforme se va intoduciendo en los hábitats humanos. Es improbable que permita que alguien se le acerque, pero cada vez serán menos cautos.

Pero la pregunta es ¿por qué hay tantos conejos en las ciudades o cerca de zonas habitadas? ¿Qué les hace estar tan cerca del hombre, cuando hace unos años no se les veía casi ni por el campo?

Para entender las respuestas a estas preguntas hay que hacer un poco de historia.

El conejo, como todos los animales que se sitúan en la parte baja de la pirámide alimenticia, tiene su propia estrategia para que la especie no desaparezca: una fecundidad desbordada. La expresión castellana 'parir como una coneja' viene de ahí. Los conejos pueden tener celos durante todo el año y su periodo de gestación es de apenas 32 días, y aunque sufren muchos abortos por el estrés a los que su sistema de vida les somete, su capacidad de reproducción es brutal. Pero esa alta natalidad fue la que les llevó a la ruina en el último tercio del siglo pasado, cuando en Francia se desarrolló una enfermedad, la mixomatosis, como fórmula humana para controlar las poblaciones. Y como casi siempre que el hombre juega a ser Dios, aquello acabó descontrolado y el conejo casi se extingue de Europa. El animal, empero, logró superar la enfermedad -gracias a las vacunaciones y a que fue desarrollando una autoinmunidad según pasaban las generaciones- y volvió por su fueros. Y, como también pasa habitualmente, su recuperación le hizo más fuerte y mucho más vivaz en el campo reproductivo. Y comenzó a expandirse.

Pero hete aquí que la casi desaparición del conejo provocó que sus depredadores también sufrieran y perdieran población. Población que han tardado más en recuperar, dado que no son tan fértiles como sus presas. Total, que de pronto el conejo se ha encontrado con que tiene menos enemigos y mucha población, y ha empezado a explorar nuevos hábitats. Y las zonas urbanas han sido uno de ellos. Y han descubierto que es un lugar maravilloso para vivir.

Estar cerca del hombre le ofrece al conejo protección -los depredadores no suelen llevarse bien con el hombre-, alimento -todas esas zonas llenas de hierba y matojos, esas riberas de los ríos llenas de maraños-, calor -cerca del asfalto y los edificios que están próximos a los ríos siempre hay más temperatura-, y cobijo -en las tierras sueltas, removidas, es más fácil excavar las madrigueras que en una áspera ladera de guijo y yeso-.

Por eso en cualquier ciudad de Castilla y León los conejos se han convertido en un vecino más y no es raro encontrarles no ya cerca del río que atraviesa la localidad, sino pastando cómodamente en alguna zona de césped a horas en las que haya poco tráfico humano.

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios