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Roca que oculta una caja fuerte con libros y poemas.
El mirador de los versos

El mirador de los versos

Una escondida roca de la sierra madrileña oculta una caja fuerte con libros y poemas que escriben los montañeros inspirados por las vistas

José Antonio Guerrero

Domingo, 19 de abril 2015, 07:36

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Desde que el Arcipreste de Hita recorriera hace ya siete siglos las cumbres madrileñas en busca de doncellas para sus inspiraciones literarias y carnales - ("Sus tetas dábanle en la cintura porque estaban dobladas que, de no estar sujetas, diéranle en las ijadas") -, las musas que brotan de los senderos, bosques y manantiales de la Sierra de Guadarrama no han dejado de iluminar los versos de poetas tan insignes como el Nobel Vicente Aleixandre (Sevilla, 1898-Madrid, 1984) y el Cervantes Luis Rosales (Granada, 1910-Madrid, 1992).

Si alguna vez las hubo, las mozas con las que el bueno del clérigo medieval armó su 'Libro de Buen Amor' han dejado paso ahora a los excursionistas y ciclistas que, entre todas las rutas guadarrameñas, eligen el Puerto de la Fuenfría para su recital dominical de huellas y pedaladas. En este paso de montaña colgado sobre los valles que rodean Cercedilla, a unos 60 kilómetros de Madrid, entre canchales y berruecos se levanta el llamado Mirador de los Poetas, en recuerdo de los bardos que amaron esta sierra, en un homenaje silencioso e inquebrantable como los peñascales que lo abrazan.

A 1.700 metros de altitud, las vistas que se abren sobre el abismo son sensacionales, con el pueblo de Cercedilla allí abajo custodiado por las cumbres de la Fuenfría, Siete Picos, Abantos y todo el Valle de Guadarrama. No es extraño que esculpido sobre las rocas leamos un poema del granadino Rosales, bastante ilustrativo de esa belleza interior del sosiego y la contemplación que se respira en derredor: "Las noches de Cercedilla, las llevo en mi soledad, y son la última linde, que yo quisiera mirar".

El arca de papel

Y sin embargo esta senda de los poetas esconde su mejor tesoro en una pequeña y recóndita roca, que linda ya con el precipicio. Entre los musgos asoma un viejo arcón de hierro que saluda al buscador que lo encuentra (no es difícil, pero tiene su aquel) con estas palabras: "Debajo de esta piedra hay unos libros de Luis Rosales para que tú los puedas leer mientras estás en este mirador. Disfruta con ellos al tiempo que contemplas este paisaje y luego déjalos por favor donde los encontraste para que otros también puedan gozar con su lectura". Uno aguarda con emoción el momento de levantar la herrumbrosa trampilla que los protege del azote del viento y de la nieve, que por estos lares aguanta hasta la primavera. No están allí los versos del poeta granadino, amigo de Lorca. Pero sí algunos libros desvencijados, como 'Doce cuentos peregrinos', de García Márquez y decenas y decenas de hojitas manuscritas sueltas, que constituyen la verdadera joya de papel de este curioso refugio literario.

Son las notas que hombres y mujeres, senderistas enamorados del lugar, han depositado allí como esperando que esos mensajes fueran leídos por otros, quizás para poder hacerlos realidad. Uno se siente un poco profanador de sentimientos, pero no puede evitar introducir la mano en esta caja fuerte de las palabras y sacar al azar uno de esos papelitos secretos: Escribo esto porque quiero dejar mi huella de lo que siento. He dejado atrás una historia, y ahora estoy aquí con la persona que quiero, la más importante de mi vida, y ella no lo sabe. Espero que algún día ella pueda leer esto y descubrir lo que soy incapaz de decirle en persona. Tras depositar la nota donde estaba, no me resisto a coger otra más. Es de color azul y dice así: Apúrate amor, que a mi vida le urge amarte y no es que esté apurando, es que hace ya mucha vida que te estoy amando. Te quiero. SRG y MLR. La devuelvo a su rincón, cierro cuidadosamente el oxidado portillo y me alejo en compañía del viento con la promesa de regresar pronto para celebrar con Rosales y Aleixandre este próximo Día del Libro y dejar allí mi nota y un libro.

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