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Una prostituta del burdel de Faridpur, donde trabajan 200 mujeres, trata de convencer a un cliente para que la escoja a ella.
Las cloacas del sexo

Las cloacas del sexo

Brishti, 14 años e hija de prostituta: «Mi dignidad no es tan importante como la responsabilidad que tengo en el bienestar de la familia»

zigor aldama

Sábado, 21 de marzo 2015, 21:27

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Hasina todavía siente escalofríos cuando recuerda aquella cálida noche de julio. Han pasado ya casi cinco años desde que una turba de violentos islamistas radicales les atacó e incendió el complejo de chabolas de bambú y uralita en el que trabajan a la orilla del río, pero las heridas continúan abiertas. «Tuvimos que saltar al agua para que no nos quemaran vivas, y muchas ni siquiera sabían nadar. Afortunadamente no murió nadie, pero perdimos casi todo lo que teníamos y estuvimos más de un mes viviendo al raso», recuerda esta mujer de 42 años que, como muchas de las que ejercen la prostitución en el complejo de burdeles de C&B Ghat de la ciudad bengalí de Faridpur, vendió su virginidad incluso antes de que le llegara su primera menstruación.

Aunque las autoridades de Bangladesh aseguraron que la violencia no se volvería a repetir, Hasina asegura que la situación no ha mejorado. Aunque ya se les permite salir calzadas a la calle y no se prohíbe que sus cuerpos sean enterrados con los del resto de los vecinos como sucedía hasta hace poco, la crisis económica que también se siente en la antigua Paquistán Oriental hace estragos entre las miles de mujeres que se juegan la vida satisfaciendo las necesidades de una población que, según Ahya Begum, directora de una asociación local de prostitutas que exigen sus derechos como seres humanos, está «reprimida por las retrógradas convenciones sociales y una interpretación cada vez más integrista del islam».

Begum no lee el Corán, pero está convencida de que su dignidad tiene poco que ver con su profesión. «Quizá nuestro trabajo sea diferente, pero tiene que estar regido por unas reglas como cualquier otro, de forma que podamos vivir dignamente». Por ello, todas las asistentes a la pequeña asamblea que la Asociación de Trabajadores del Sexo de Faridpur celebra en los bajos de un pequeño edificio comercial asienten cuando Begum plantea reclamar a los políticos que deroguen la normativa que exige incluir en el carné de identidad el trabajo que cada cual desempeña, y pedirles que no se escriba la palabra burdel allí donde debe figurar el domicilio. «Esa es la pelea de hoy, pero la guerra solo se ganará cuando la prostitución se legalice, de acuerdo con el punto de la Constitución de Bangladesh en el que se garantiza que todo ciudadano es libre de elegir su profesión».

Eso sí, conscientes de que son las propias mafias de la prostitución quienes más abusan de las trabajadoras, en Faridpur la Asociación ha trabajado para imponer un código de conducta que erradique algunas lacras que sufren las trabajadoras del sexo: se establecen un precio mínimo de 100 takas (1,2 euros) por cada servicio sexual, la obligatoriedad del uso del preservativo, y una edad mínima de 15 años para ejercer la prostitución. No obstante, rara vez se cumplen estas normas. «La situación se está deteriorando con la inflación. Cada vez es más caro todo, y los clientes se niegan a pagar más por los servicios. Algunos incluso ponen pegas por los 10 takas (12 céntimos de euro) que cobramos por el condón», explica Hasina.

Además, a su edad, ella tiene difícil aparecer atractiva frente a quienes buscan juventud. Así que ha decidido competir de la misma forma que cualquier otro sector en una economía capitalista: baja los precios y accede a prácticas sexuales que antes ni siquiera se le pasarían por la cabeza. El objetivo es lograr ahorrar lo suficiente para acceder al siguiente nivel y convertirse en proxeneta. «Cuando nos hacemos viejas y nadie quiere tener relaciones con nosotras, comenzamos a introducir en la profesión a chicas más jóvenes de las que podemos sacar algún provecho. Las protegemos, les damos consejos, y las tratamos como si fuesen nuestras propias hijas».

Historia de amor

A veces la relación sí que es de sangre. Es el caso de Brishti, que ahora tiene 14 años. Tras el fuego que arrasó el C&B Ghat, decidió que la mejor forma de ayudar a su madre, prostituta, era vendiendo su virginidad al mejor postor. «Sabía lo que hacía. Mi abuela, que ha hecho lo posible por mantenerme al margen de este trabajo, todavía está decepcionada y no quiere dirigirme la palabra, pero mi dignidad no es tan importante como la responsabilidad que tengo en el bienestar de la familia». Así, poco a poco, el círculo vicioso del estigma se perpetúa, y las que fueron explotadas se convierten en explotadoras. La propia Begum emplea a varias chicas que, cuando ella no está presente, reconocen no haber cumplido los 15 años.

La crisis del condón

  • Producto inalcanzable

  • Comprar preservativos en los burdeles de Bangladesh no es tan sencillo como debiera. Porque, después de haber impulsado campañas de concienciación sobre su uso, los fabricantes han encarecido el precio hasta quintuplicarlo en algunos casos. «Lo llamamos la crisis del condón porque después de haberlo proporcionado a un precio razonable, las empresas que buscan beneficio a toda costa hacen que sea un producto inalcanzable para aquellos que más lo necesitan», denuncia Chanchala Mondal, fundadora de una de las principales organizaciones feministas del país, Shapla Mohila Sangstha (SMS), que cuenta con ayuda de la española Ayuda en Acción.

  • El cliente no paga

  • Muchos clientes se niegana pagar extra por su protección. Mohammed Jalil es uno de ellos. Y reconoce que, «si una chica exige utilizar condón, siempre hay otra al lado que no». Y no le importa que poco después vaya a mantener relaciones sexuales con su mujer, con el riesgo que ello conlleva. «No creo en el sida», zanja con una carcajada.

Algunos rayos de esperanza iluminan fugazmente este negro escenario al que muchos se refieren como las cloacas del sexo, porque el C&B Ghat se encuentra cerca de los desagües de la ciudad. Que no son muy duraderos queda patente con la historia de amor que protagonizan Julie, una joven de 20 años que lleva un año prostituyéndose en una chabola empapelada con fotos de bebés sonrientes, y Sagore Hossain, uno de sus clientes habituales. «No me gusta la idea de que esté con otros hombres, pero no hay otra opción. Es una prostituta y nunca podré casarme con ella», asegura él ante la mirada de tristeza de ella. «Eso sí, mientras Julie me acepte no contraeré matrimonio con ninguna otra. Nuestra relación es muy estrecha, aunque en el sexo tenemos total libertad», añade.

«Cuando empecé me dijeron que tendría que hacerlo con dos o tres hombres cada día, pero ahora son muchos más y no puedo negarme», comenta Julie cuando Hossain no está presente. «Solo conseguiré tener una vida normal cuando escape de aquí y vaya a algún lugar en el que nadie me conozca», afirma. Desafortunadamente, pocas han llegado a esa meta. Y cada vez es más difícil hacerlo. Porque el desarrollo ha traído consigo nuevos grilletes. Uno de los últimos se llama Oradexon, un esteroide utilizado para engordar al ganado y que las chicas más jóvenes toman para adecuar su cuerpo al canon de belleza de un país en el que, debido a la miseria que reduce a la mayoría a huesos y pellejo, las curvas generosas son muy apreciadas. Y, además, on esos kilos extra las chicas de 12 años aparentan unos cuantos más.

El problema está en que el Oradexon puede provocar graves problemas de salud: «Afecta a los riñones, incrementa la presión arterial, y afecta a la producción normal de hormonas», explica Bashirul Islam, doctor del centro de salud de Faridpur. Pero es barato y efectivo. Y adictivo. En el gigantesco complejo que ocupa el burdel del centro de la ciudad, apodado City Brothel, otras drogas sintéticas también son fáciles de encontrar. «Algunas las tomamos, porque nos permiten escapar de esta realidad por un rato y divertirnos», comenta Asha en el pequeño cubículo de paredes descoloridas en el que sirve a una media de 14 clientes al día. A sus 20 años, tiene claro que está condenada a vivir entre esas paredes: «Solo espero que no me maten de una paliza y que no contraiga el sida».

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