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El vino by (por) Carlos Moro

El vino by (por) Carlos Moro

La cata del Grupo Matarromera cerró el Otoño Enológico de la Fundación Caja Rural, que ha ofrecido 20 días de grandes experiencias sensoriales

carlos iserte

Segovia

Lunes, 27 de noviembre 2017, 13:22

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Qué sí! Que todos hemos estado en catas ad doc donde los típicos blancos saben a típicas manzanas y frutas típicas con hueso o flores blancas típicas; los tintos a frambuesa, moras y típicos tostados; los rosados a chuches o fresas típicas, y los espumosos a típicas levaduras o panadería. Todo muy típico. Y ya con estos conocimientos de ‘gran catador típico’ nos damos por satisfechos. Pero, ¿acaso el vino no revela lo que está recóndito? Pregunta que hace 2.300 años se hizo el astrónomo griego Eratóstenes de Cirene y que fue contestada en la noche del sábado por Carlos Moro, creador de Bodegas Familiares Matarromera, presente en seis denominaciones de origen a través de sus nueve bodegas.

Y la respuesta fue obvia y razonable: El vino by Carlos Moro; el vino según este ingeniero agrónomo, enólogo, economista…pero sobre todo, viticultor y bodeguero, amante de la viña y profeta de la cepa, arraigada a la tierra que le vio nacer y crecer, y que, por lo tanto, le autoriza para hablar, desde las raíces que buscan nutrientes hasta la estantería de un lineal comercial, qué hay detrás de una botella de vino. Y hay tantas cosas que Moro debería ser subvencionado por la Unesco para recorrer los territorios del vino y gritar a los cuatro vientos, parafraseando a otro clásico griego, Aristófanes: «Traedme una copa de vino, para que me remoje el entendimiento y diga algo inteligente». ¡Y tanto que lo dijo!

Carlos Moro dejó en la atmósfera del Museo Esteban Vicente lo que muchos no renunciamos a preguntarnos: ¿Es el vino la parte intelectual de la mesa? Yo tengo una teoría, sisada a un científico americano, que mantiene que a nuestro cerebro le cuesta más de lo normal identificar los aromas y sabores del vino. Tal es el esfuerzo mental que realizamos en esta práctica sensorial que (¡ojo! que aquí viene lo bueno) se equipara a intentar resolver una ecuación matemática complicada o a ser capaces de descifrar un recibo de la luz.

Que se eche a temblar Iberdrola porque Carlos Moro nos dio muchas claves. Y no solo eso, el mentor de Matarromera nos habló del vino como un «alimento saludable», sin ser un caldo (odio esta equivocada acepción). Y aún es más, se refirió al resveratrol. Seguramente para muchos catadores, presentes en el Esteban Vicente, eso le sonaría a chino, pero esta sustancia contenida en el vino tinto es un potente antioxidante, anticancerígeno y un controlador natural de la arterioesclerosis, la artritis y las enfermedades cardiovasculares. ¡Qué digo! se habla, incluso, como elixir de la eterna juventud. Y esto nos lo cuenta un viticultor, tal como a las 21 horas de un sábado, ante un aforo abarrotado que atónito escuchaba por primera vez ‘In vino veritas’; es decir, en el vino está la verdad. La verdad by Carlos Moro.

Verdad que personalmente la secundo después de catar las cuatro referencias que Matarromera trajo a Segovia. Y como no podía ser menos de lo que nos tiene acostumbrados Beatriz Serrano, el espectáculo sensorial contó con una banda sonora endulzada por la voz jazzística de Haydeé Arizala, acompañada al teclado por el Maestro Moriles. Ya solo nos faltaba la narración de Moro sobre la cultura del vino, que vendría tras su presentación a cargo del director de la entidad cooperativa, José María Chaparro. Bueno, eso, y el fantástico pan de ‘La Casti’, de Fuentepelayo, que llevó a la mesa hogazas de pueblo, zamoranas y barras de candeal, y que fue devorado por el hambriento respetable antes de que llegará el jamón, que pacientemente Pedro, el ‘maestro del violín’, cortaba a cuchillo desde hacía minutos. Cosas de las horas.

Pero a lo que vamos. Primer vino y primera sorpresa: Un verdejo de 2016 fermentado en barrica que nada tenía que ver con los típicos verdejos vallisoletanos cargados de un exceso de levaduras exóticas. Este Carlos Moro, de Finca Las Marcas, se expresó como un adolescente que promete ser uno de los grandes blancos cuando adquiera cierta madurez, cierta botella, como le vaticina su espectacular acidez. Seguidamente recibimos con expectación, al menos un servidor que no lo había catado con anterioridad, al rioja ribereño elaborado por Carlos Moro, que en la etiqueta lleva sus iniciales, CM, con un apellido que lo dice todo: Prestigio.

Es cierto que este vino tiene cierta ‘matarromerización’, pero ¡cuidado! con los riojas y riberas que cuando dejan su juventud y comienzan su crianza docta se parecen más de la cuenta. Aunque, este no es el caso. Me gustó por muchas razones, pero sobre todo me encantó la mineralidad que le proporciona el entorno de San Vicente de la Sonsierra, donde la tempranillo abandona su posible contaminación bastarda para entrar a formar parte de la excelencia que dota el ‘terroir’ de la sierra del Toloño.

Por eso no entiendo que haya personas que utilizan el vino como una bebida paliativa para corregir desequilibrios emocionales, cuando en realidad el vino ha logrado que los pueblos abandonaran la ancestral irracionalidad para acomodarse en la tolerancia y el respeto. Y respeto infundió el Emina 2012 (y volvemos a la Ribera del Duero), instalaciones convertidas en la sede central del Grupo y, tal vez, la bodega más tecnológica de todas las que posee la Familia Matarromera. Este reserva es un clásico de la bodega y siempre se presenta ante el catador como caballo ganador por su eterno y persistente final.

Yo, personalmente, me quedo con el Matarromera Prestigio 2013, último vino catado, que aunó las cuatro patas que todo crianza, reserva o autor que se precie como tal no debe eludir: Fruta, madera, acidez y alcohol. Una vez alcanzado este bastidor, y si ninguna de sus patas cojea, entonces, nos encontramos ante un vino redondo, sin aristas, goloso, fresco y, ante todo, largooooooo. Lo que convierte a estas uvas del Pago de las Solanas en todo un vinazo.

¡Salud, Carlos Moro, salud!

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