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Carlos Aganzo interviene en el acto del Festival Abbapalabra, junto al mexicano Mario Alonso (i), los argentinos Ricardo Rojas y Marta Miranda, y el costarricense Álvaro Mata, en el centro cultural Los Caños de Carbonero. Antonio de Torre

Para soñar y para la poesía, siempre hay tiempo

El Festival Internacional Abbapalabra llega a los estudiantes de Carbonero el Mayor

Jueves, 30 de noviembre 2017, 11:38

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Cuando el Festival Internacional Abbapalabra aún era un proyecto, doce años atrás, al escritor Álvaro Mata Guillé (uno de los promotores, y también director teatral) le preguntaron «para qué un festival de poesía, si nadie va», y él trasladó ayer el interrogante en Carbonero el Mayor a los alumnos del colegio San Juan Bautista y del instituto Vega de Pirón, congregados en el centro cultural Los Caños. Aunque el autor de Costa Rica, vestido con levita roja de ribetes dorados, les dio más de una pista, les hizo más preguntas, entre otras si la poesía sirve para cambiar el mundo. «Quizá sí», les dijo, al menos para uno mismo «cuando logra expresar lo que tiene dentro». Y la directora provincial de Educación, Resurrección Pascual, les dio otra pista al citar a Gabriel Celaya: «La poesía es un arma cargada de futuro, pero es un arma que no destruye, que humaniza».

Lo importante, explicó Mata al dirigirse a la jovencísima audiencia, «es que uno se dé cuenta de dónde se siente bien». Y los escritores, quienes escriben literatura o poesía, se sienten bien en el lugar donde se encuentran con su interior, cuando escriben. Les pasa también a los lectores; unos momentos antes, la directora de Educación subrayó la importancia de la lectura como eje transversal de la formación, del currículo, como «herramienta fundamental para el aprendizaje», porque un plan de lectura eficaz como el diseñado por la Consejería hace más de diez años debe «enseñar a leer para aprender, para disfrutar o para expresarse mejor». Y Pascual remarcó que esta campaña concreta persigue «extender la sensibilización social a través de la literatura», con la poesía, que «siempre ha estado de moda», como elemento conductor.

Porque poetas habrá siempre. El poema de Neruda que leyó Resurrección Pascual explica por qué. «...Llegó la poesía a buscarme. No sé, no sé de donde / salió, de invierno o río. (...) pero desde una calle me llamaba, / desde las ramas de la noche, / de pronto entre los otros, / entre fuegos violentos. / O regresando solo, / allí estaba sin rostro / y me tocaba».

La música sin letra pero con palabras para imaginar y soñar otros mundos fue de las estudiantes del instituto Vega dePirón, ‘Imagine’ de John Lennon con dos clarinetes y un piano; y luego la letra musical en las voces de otras cuatro alumnas del colegio San Juan Bautista con el poema de Gloria Fuertes dedicado al distraído cocinero Fernando.

Para vivir

Notas musicales incluso en las tragedias. Cuando «la noche ártica va tragándose uno a uno el orgullo de los hombres», como recoge el poema ‘Ángel de la música’, en el que Carlos Aganzo, director de El Norte de Castilla, recuerda a los ocho músicos de la orquesta del Titanic, que siguieron tocando hasta que se hundió el barco, hasta que los ojos del violinista tuvieron «ojos de hielo». Aunque el escritor y periodista, reconoció ante la audiencia juvenil que, todavía adolescente, «escribía poesía para ligar», porque los versos entonces funcionaban tan bien (o mejor) que un actual mensaje de ‘wassap’, y el ejemplo fue el poema de amor en el que evocaba a su amada al encontrar uno de sus cabellos enredado en su barba.

Poesía para vivir, para preguntarse. Porque Aganzo finalizó su intervención con un poema de la actitud ante la vida, de «qué hacer ante las cosas que no nos gustan». Es ‘Coherencia’, de su libro ‘Las voces encendidas’, que finaliza con esta estrofa: «¿Debe un hombre ser hombre / crecer, hacerse viejo, / y legar a sus hijos’ / el miedo de sus padres? / ¿O buscar en el magma palpitante / de su sangre caliente / los restos que aún perviven / de la antigua locura / con la que modelaron / los dioses su cabeza?».

Preguntas con respuesta implícita. ¿Quién duda? Todos. Aunque a los escritores preguntarse les ayuda a encontrarse, a «saber qué queremos y por qué lo queremos», declaró la argentina Marta Miranda, quien desde niña convive con su ‘amargueta’, con una manera de estar rebotada con el mundo (que es su forma de observar la realidad) a pesar de que, explicó, «hay algo reconocible en todas las palabras» y «todos hablamos de cosas humanas, todos queremos cumplir nuestros sueños, tenemos ilusiones... Estamos hechos de lo mismo». En el fondo, de respetar a los demás y respetarnos. Y Marta, que no concibe su persona sin escribir poesía, dejo su impronta en las cenizas de un volcán y el agua poderosa del río Paraná.

También al mexicano Mario Alonso López, desde niño, las palabras le decían cosas, «sonoras, significativas, y yo jugaba con ellas». Aún lo hace, como en el poema ‘Cantos de agua’ dedicado a los manatíes, esos mamíferos acuáticos que «se envían cartas de agua», o el más sonoro (por la fuerza de la palabra (y por la reacción de los jóvenes al escucharla) de su ‘Tema para encontrar divinidades’, en cuyos versos expresa que «somos mierda de estrellas hechas mierda» y, «sin embargo, bajo el sol de marzo florecemos».

También argentino, Ricardo Rojas fue el quinto pilar de esta sesión literaria en el centro cultural Los Caños, y él cree, y lo dijo, que «cualquiera puede ser poeta, cualquiera puede ser escritor» y que «las palabras refieren dónde estoy, quien soy y lo que me pasa». Porque, como hizo ver con uno de sus poemas que incluye la palabra articulo «naturalmente uno tiende a rellenar la rima». Y los estudiantes, pequeños y grandes, rimaron con articulo, y, sobre todo los más jóvenes, siguieron con fruición sus gestos en el poema de su libro ‘Las nubes’, cundo declamó que «nada, nada, nada... sosiega a la especie de jornalero soñador». Porque para soñar, y para la poesía, siempre hay tiempo.

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