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Un momento de la representación de ‘Troyanas’, el viernes por la noche en el Juan Bravo. A. De Torre
Palabras entre el amor y la guerra

Palabras entre el amor y la guerra

El teatro Juan Bravo aplaude de la representación de ‘Troyanas’, basada en la obra de Eurípides

a.v.

Segovia

Domingo, 28 de enero 2018, 13:58

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Existe una verdad universal que cualquiera, incluso teniendo la suerte de no haberla probado, aprobará; esa que dicta que no hay mayor dolor que el de perder a un hijo. Quizás, seguro, porque no hay mayor amor que el que se da a un hijo. Este viernes por la noche, en el teatro Juan Bravo, el desgarrador relato de las ‘Troyanas’, y en especial la angustia en la interpretación de una Aitana Sánchez-Gijón más cercana a las diosas que a las reinas, permitió a los espectadores experimentar ese duelo que corta el ritmo cardiaco, alimenta la rabia y se llena de preguntas.

También de palabras, porque sobre todo son palabras y reflexiones las que contiene el texto de un Eurípides que probablemente habría escrito lo mismo si se hubiera reencarnado en Alberto Conejero y se hubiese integrado, cual Taltibio, con traje de chaqueta y zapatos de punta, en pleno siglo XXI.

Es lo que tienen los textos universales, que iluminan como las estrellas a cualquier civilización y nunca desaparecen del mapa. «¿Dónde están los hombres de Europa?», se preguntaba, feroz, Andrómaca; la misma pregunta que nace de las ruinas de Siria, de las cenizas de Afganistán. Y es que ‘Troyanas’ ofrece una Troya tan Ave Fénix que asusta. Que da miedo.

Los aplausos se quedan quietos en las manos, como se quedaron en la velada del viernes cuando se apagaron las luces tras ver a Hécuba enterrando a su propio nieto. Esperando una señal. Aguardando a que las manos de los actores se unan en la parte frontal del escenario para certificar que la hora y media de escena ha sido eso, una escena llena de palabras que advierten; palabras tan llenas de amor como ‘luz’, ‘hijo’ o ‘madre’, y tan llenas de guerra como ‘fuego’, ‘venganza’ o ‘cuchillo’.

Las troyanas, Gabriela Flores, Miriam Iscla, Maggie Civantos, Pepa López, iban contando su historia, aportando los motivos de sus lágrimas, revelando los sueños de Casandra, conmoviendo con los detalles de su futuro en manos de los vencedores de la guerra; esos que, a su vez, son los que en algún momento serán derrotados por la razón. En el centro, Aitana Sánchez-Gijón ejercía de sol, desgastando los llantos, pero también ofreciendo la fuerza, las palabras para salir adelante, el ánimo, el orgullo y el amor perdido necesario para plantar cara al enemigo y no ser una oposición inerte, como los cuerpos repartidos por el suelo del escenario. Desconsolada y rebelde.

Alba Flores

Párrafo aparte merece Alba Flores en su papel tan fantasmal como angelical de Polixena. Blanca, caminando durante toda la obra con la espalda desnuda entre los cuerpos, las ruinas, las voces y las palabras, como quien camina sobre nubes; haciendo también de conciencia y de remordimiento, alejándose descalza de la escena para instantes después acercarse a los vivos, incluido Taltibio, y ser esa resistencia que sale de la memoria para recordar que siempre hay un motivo para luchar por seguir en pie.

«Las personas normales, como tú, como yo, somos las más peligrosas», apuntaba Taltibio. Nadie puede decir «no mataré»; en tal caso, «espero no tener que matar». Y es que ninguno de nosotros ha visto cómo mataban a nuestras familias y a ninguno de nosotros nos han obligado a matar a las familias de otros. Así, entre palabras de guerra y palabras de amor comenzaba ‘Troyanas’, y así, entre palabras de amor y palabras de guerra, terminaba una pieza teatral de esas que vale la pena guardar en el corazón y en el recuerdo; por si alguna vez el Ave Fénix resurge y hay que cortar su vuelo a tiempo.

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