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Aspecto actual de la fachada del edificio, un año después de la tragedia. Antonio Tanarro

El miedo se atrinchera en el número 5 de la calle Coca

Un año de la explosión en San Lorenzo ·

Los vecinos han tenido que afrontar la reparación de gran parte de los daños en las viviendas

claudia carrascal

Segovia

Lunes, 21 de agosto 2017, 20:08

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Los recuerdos son inevitables y el miedo a los ruidos se ha convertido en una constante en el número cinco de la calle Coca. Un año después de la explosión de una bombona de gas que se cobró la vida de un matrimonio de ancianos, los vecinos tratan de rehacer sus vidas y aunque reconocen que han recuperado la normalidad, el regreso no ha sido fácil. Cristales, lámparas y armarios rotos, cortinas abrasadas, persianas destrozadas, paredes negras y olor a humo en habitaciones y ropa fue el panorama que se encontraron los habitantes cuando pisaron de nuevo sus hogares tras el desescombro y una primera rehabilitación de los destrozos mayores. Aunque el propietario se encargó de las obras, los técnicos municipales de Urbanismo fueron los que constataron que las condiciones de seguridad, habitabilidad y estabilidad del edificio eran buenas.

Poco después de las cinco de la madrugada del 28 de agosto de 2016, un enorme estruendo despertó a las 28 personas que residían en este bloque de doce viviendas de alquiler del barrio de San Lorenzo. La mayoría de los inquilinos creyeron, en un primer momento, que se trataba de una bomba o cualquier otro tipo de acto terrorista, según confirman.

Las llamas y los cascotes invadieron en pocos minutos las viviendas, el portal y el patio interior. «La sensación fue horrible, un momento de pánico y confusión», asegura Ángeles, que reside frente a la vivienda en la que tuvo lugar la deflagración. Todavía hoy recuerda cada minuto de la tragedia y explica que los cristales de la ventana de su dormitorio reventaron y cayeron sobre ella mientras dormía. Al asomarse solo veía fuego y mucho humo, por eso en lugar de tratar de abandonar la vivienda por la puerta principal se refugió en la pequeña terraza que tiene el piso en la parte trasera. Una decisión que, según reconoce, le salvó la vida. Eso sí, desde entonces, no ha podido volver a dormir en el que era su dormitorio por los malos recuerdos.

La mayoría pudieron salir por las escaleras de este bloque, de tres plantas sin ascensor, por su propio pie o ayudados por los bomberos, pero algunos como Ángeles tuvieron que ser rescatados a través de ventanas y balcones. Todos abandonaron el edificio en pijama, descalzos o con las primeras zapatillas que encontraron y sin ninguna pertenecía, ni móviles, ni dinero, ni documento de identificación. Aquel día más de 60 personas fueron desalojadas, pero los inquilinos de los portales uno y tres regresaron a lo largo del día a sus hogares. Tan solo los 28 del número cinco tuvieron que ser realojados por los Servicios Sociales o por sus familias.

Además de los fallecidos otras veintidós personas tuvieron que ser atendidas por el personal sanitario, de las cuales seis fueron trasladas al hospital por inhalación de humo y ataques de ansiedad. El hombre, de 53 años, que residía en la vivienda de la explosión, ingresó en la unidad de quemados del Hospital Río Hortega de Valladolid. Dos bomberos y un policía también tuvieron que ser tratados por golpe de calor, debido a la temperatura a la que se encontraba el edificio en llamas, por encima de los 1.000 grados centígrados.

La mayor parte de los residentes regresaron al edificio entre uno y tres meses después del accidente, excepto una familia que tomó la decisión de trasladarse, los dos fallecidos y el hombre que vivía solo en el piso en el que se originaron las llamas. La incertidumbre marcó los primeros días. Algunos reconocen que se plantearon cambiar de domicilio para no tener que recordar los acontecimientos una y otra vez, aunque finalmente no lo hicieron porque después de más de un mes viviendo en hoteles o con familiares solo querían recuperar la normalidad en su hogar. Otros tenían claro que después más de 50 años viviendo en la misma casa no podían dejarlo todo, por eso volvieron, pero con las secuelas propias de la tragedia.

Luisa ya no puede ver el fuego, ni siquiera en la tele, porque le produce «pánico»

Cuatro de las viviendas de este edificio, propiedad de una constructora segoviana, permanecen deshabitadas. De hecho, Hasna, una de las inquilinas del segundo piso, indica que tanto el primero B, en cuya cocina explotó la bombona, como la vivienda colindante y el piso superior, donde residían los dos fallecidos, todavía se encuentran «muy afectados». Un año, después continúan vacías y tan solo se han rehabilitado elementos exteriores como persianas o verjas de las ventanas y se han sustituido las puertas principales. Sin embargo, el interior permanece prácticamente intacto con mobiliario y paredes completamente quemadas, e incluso, se puede ver el socavón en el suelo de una de ellas, comenta Hasna. Desconocen el motivo de esta situación, pero creen que puede tener que ver con una investigación judicial que sigue en marcha.

Los residentes del número cinco de la calle Coca coinciden en que «una experiencia así no se olvida» y desde entonces viven con el miedo en el cuerpo. Fuencisla, vecina del tercero, reconoce que sigue sintiendo mucho miedo cuando escucha cualquier ruido fuerte porque le recuerda a la explosión y Luisa, que vive en el primero, cuenta que ya no puede ver el fuego, ni siquiera en la televisión, porque le produce «verdadero pánico». Muchos no solo comparten el horror de este suceso, sino también las quejas y reivindicaciones a la empresa constructora y propietaria del edificio, ya que según aseguran no se ha hecho cargo de gran parte de los daños del inmueble. El seguro se encargó de pintar las puertas, reparar ventanas y pintar las paredes de las habitaciones más afectadas. Sin embargo, los propios vecinos todavía están afrontando gastos derivados de los daños provocados por la explosión y posterior incendio.

Arriba, Ángeles, que reside frente a la vivienda en la que tuvo lugar la deflagración, en una de las habitaciones de su casa. Sobre estas líneas, Hortensia, que avisó a gran parte de los vecinos para que abandonaran el edificio dando golpes en las puertas porque los timbres no funcionaban. Obtuvo la distinción de Guardia Urbano de Honor. . Antonio Tanarro
Imagen principal - Arriba, Ángeles, que reside frente a la vivienda en la que tuvo lugar la deflagración, en una de las habitaciones de su casa. Sobre estas líneas, Hortensia, que avisó a gran parte de los vecinos para que abandonaran el edificio dando golpes en las puertas porque los timbres no funcionaban. Obtuvo la distinción de Guardia Urbano de Honor. .
Imagen secundaria 1 - Arriba, Ángeles, que reside frente a la vivienda en la que tuvo lugar la deflagración, en una de las habitaciones de su casa. Sobre estas líneas, Hortensia, que avisó a gran parte de los vecinos para que abandonaran el edificio dando golpes en las puertas porque los timbres no funcionaban. Obtuvo la distinción de Guardia Urbano de Honor. .
Imagen secundaria 2 - Arriba, Ángeles, que reside frente a la vivienda en la que tuvo lugar la deflagración, en una de las habitaciones de su casa. Sobre estas líneas, Hortensia, que avisó a gran parte de los vecinos para que abandonaran el edificio dando golpes en las puertas porque los timbres no funcionaban. Obtuvo la distinción de Guardia Urbano de Honor. .

Ángeles menciona la reparación de puertas y cerraduras, que no cerraban a causa del impacto, el cambio de cortinas que estaban completamente quemadas, la pintura de algunas estancias que no consideraron lo suficientemente perjudicadas o la reparación de aparatos electrónicos rotos, como en su caso una televisión. Hortensia, del tercero B, explica que en su domicilio las tuberías se movieron y el agua se salía, pero ni siquiera esa avería se la ha reparado el seguro del propietario. Entre las pérdidas han asumido los inquilinos, también ha señalado lámparas, armarios y ropa, que quedó completamente inservible a causa del fuerte olor a humo impregnado.

Críticas por el «poco tacto» del propietario, que les cobró el alquiler de los dos meses que estuvieron realojados

Además de los daños materiales critican el «poco tacto y la desfachatez» del propietario, que les cobró el alquiler de los dos meses que obligadamente tuvieron que estar fuera de sus viviendas mientras se realizaban las reparaciones pertinentes. Motivo por el cual algunos vecinos tomaron la decisión de solicitar el material y pintar ellos mismo las estancias, para poder ocupar de nuevo su hogar un mes antes.

Distinción

Hortensia fue quien avisó a gran parte de los vecinos para que abandonaran el edificio, eso sí lo hizo dando golpes en las puertas porque los timbres no funcionaban, explica. Al ver que la pareja del segundo B no respondía a la llamada, Hortensia decidió hacer una segunda ronda, priorizando la seguridad de sus vecinos antes de poner su propia vida a salvo. Motivo por el cual siete meses después obtuvo la distinción de Guardia Urbano de Honor del Ayuntamiento de Segovia.

La solidaridad del barrio se hizo visible desde el primer momento y tanto vecinos como el pub Celia ofrecieron ayuda y agua a las personas que abandonaban el edificio envuelto en horror. La colaboración ciudadana fue más allá y es que la Asociación de Vecinos de San Lorenzo realizó una colecta y entregó 200 euros a cada una de las familias del bloque para que pudieran hacer frente a algunos de los numerosos gastos que no les cubría el seguro.

Arriba, un bombero ayuda a una de las vecinas. Sobre estas líneas, los bomberos caminan entre los escombros y vecinos desalojados. Antonio Tanarro
Imagen principal - Arriba, un bombero ayuda a una de las vecinas. Sobre estas líneas, los bomberos caminan entre los escombros y vecinos desalojados.
Imagen secundaria 1 - Arriba, un bombero ayuda a una de las vecinas. Sobre estas líneas, los bomberos caminan entre los escombros y vecinos desalojados.
Imagen secundaria 2 - Arriba, un bombero ayuda a una de las vecinas. Sobre estas líneas, los bomberos caminan entre los escombros y vecinos desalojados.

Por su parte el concejal de Servicios Sociales, Andrés Torquemada, recuerda que fue una noticia «tristísima» para la ciudad. Eso sí reconoce la importante y coordinada labor que se llevó a cabo por parte de Policía Nacional, los Grupos de Intervención en Desastres y Emergencias, el 112, Cruz Roja, Caritas, Policía Local, bomberos y los Servicios Sociales municipales que acudieron a prestar servicio en un momento de crisis.

Asimismo, Torquemada indica que la tragedia fue especialmente dura para las familias de este bloque porque «la mayoría pertenecen a colectivos vulnerables, más desfavorecidos o de mayor precariedad, como mayores o inmigrantes». De hecho, asegura que una parte importante son usuarios de Servicios Sociales por distintos motivos.

En el polideportivo Pedro Delgado, donde se trasladó en un primer momento a los evacuados, fueron atendidas decenas de personas por parte del personal sanitario y varios psicólogos, tanto de Cruz Roja como municipales. Familiares y amigos acogieron a parte de los afectados y ocho familias fueron derivadas a alojamientos alternativos, entre ellos una vivienda de Caritas, otra municipal y varias habitaciones de un hostal, en las que permanecieron en torno a quince días. Gastos que se cubrieron por medio de las Ayudas de Emergencia que se tramitan desde el Ayuntamiento.

El apoyo no cesó ya que, según detalla Torquemada, se ha seguido interviniendo con aquellas unidades de convivencia más vulnerables o que han solicitado apoyo puntual, asesoramiento o información, así como el acceso a ayudas económicas. 365 días después todavía califican este momento como uno de los peores de sus vidas, un infierno que, sin embargo, reconocen que podía haber sido mucho peor. En este sentido Luisa y otros inquilinos están convencidos de que siguen vivos por las características del edificio, que permite el acceso a las viviendas a través de galerías al aire libre, en lugar de por un portal cerrado, como suele ser habitual. «Los patios hicieron de chimenea y permitieron frenar la expansión de la explosión, si llega a ser un portal convencional probablemente habríamos muerto todos dentro», lamenta Ángeles.

■ El antes y el después del arreglo del edificio

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