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El pintor Juan Pablo Sánchez, ante algunas de las obras que expone en las salas de La Alhóndiga.
El paisaje interior de la pintura

El paisaje interior de la pintura

Juan Pablo Sánchez expone en La Alhóndiga una selección de sus últimas obras

Miguel Ángel López

Sábado, 5 de marzo 2016, 11:36

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Juan Pablo Sánchez (Casablanca, Marruecos, 1949) es un viajero constante. No por sus traslados de domicilio (ha vivido en varias ciudades españolas, París o Nueva York hasta que fijó su residencia en 1974 en Segovia) ni por los que motivan sus exposiciones. Viaja todos los días a la pintura «me levanto pintando y pinto antes de acostarme», al paisaje interior de sus impresiones para darlo forma y expresarlo en los lienzos. Su última exposición en Segovia fue en 2007, y la que ahora trae a las salas de La Alhóndiga es muy distinta de aquella. No tiene título, solo su nombre. Como expresión de que es él, y la esencia de su pintura, lo que está en el medio centenar de cuadros que exhiben las paredes del centro municipal hasta el 3 de abril.

Sánchez presentó ayer la exposición, por la mañana y acompañado por la concejala de Cultura, Marifé Santiago. En seguida surgió el diálogo sobre esta obra. La concejala, que vio la muestra antes de la inauguración, tenía otra idea del tiempo transcurrido desde la anterior y los cuadros recientes le sorprendieron porque no se corresponden con la imagen que guardaba en su memoria visual: «Esta tiene mucho de veladura, de memoria y de un recorrido que has hecho contigo mismo». «Sí. De memoria y de ser consciente de que pasa el tiempo», asevera Sánchez. «...sin saber cuánto tiempo ha pasado?». «No, no, es un tiempo muy relativo, en este caso no es un tiempo lineal, sino en abanico, donde uno mira lo que ha hecho antes y lo va, no ya perfeccionando, sino cambiando. Como uno mismo, vamos».

A Juan Pablo Sánchez le cuesta hablar de lo que hace. Reconoce que ha revisitado su obra, y acto seguido afirma que «yo pinto. El hecho de hablar, de definir mi trabajo, no es fácil». Para un artista que desde el primer momento que tomó los pinceles ha tenido como referentes el barroco, Velázquez o Goya, y la figuración muy presente, no le cuesta admitir que en estos últimos cuadros «la figuración casi desaparece». Pero al tiempo asegura que respeta mucho la figura humana porque «es trascendente y no puedo prescindir de pintar a alguien que está ahí».

Pregunta Marifé Santiago si «mirando, estando y viviendo», y el pintor dice que sí, pero precisa que «incluso no estando; yo pinto sillas, alguna está por ahí bailando (señala), y son la representación de esa figura, el recuerdo».

Estos cuadros, algo más abstractos y expresionistas que los de otras épocas, no corresponden a momentos o vivencias determinados, asegura antes de insistir en que la figuración permanece en ellos: «El cuadro va pidiendo, va pidiendo, y llega un momento en que uno elimina totalmente la figura o la deja... Ahí hay una imagen de una mujer semidesnuda y un espectador que está muy velado, y casi desaparece el que mira y la señora. El cuadro va pidiendo, y llega un momento en que ya no te pide más y paras. Pero la figura está ahí en un estado latente».

Juan Pablo Sánchez pinta todos los días, pero no ocho horas cada jornada porque «yo huyo del cuadro, que es muy mala persona y te obliga... huyo del cuadro y vuelvo a él, hasta que lo domino, se acaba, se aleja de mí y vuelvo a empezar el otro». Este es el proceso creativo del pintor que cuelga en La Alhóndiga 47 de sus últimas obras, realizadas casi todas en los dos últimos años. Treinta y siete óleos de técnica precisa, magistral en las composiciones, con las veladuras que hablan de su dominio de la luz y el color. Y diez cuadros al pastel, una técnica que no había trabajado porque creía que no era para él y que utiliza desde no hace mucho, con la que él mismo mezcla los pigmentos y los empasta para acercarla al modo de pintar al óleo. Ahora cree que «la técnica del pastel es divertida, y menos cruel que el óleo».

Han pasado casi nueve años desde la última muestra de Sánchez en Segovia. En esta se resiste a definirla para los espectadores. Por eso no ha puesto títulos a los cuadros, porque si lo hace, afirma, «se corta la visión del espectador», la posibilidad de «criticar... y de sentir».

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