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Franco y su esposa, en Burgos.
Y Franco nos dio plantón

Y Franco nos dio plantón

El caudillo inauguró la línea Madrid-Burgos pasando por varias estaciones de la provincia, pero no bajó en ninguna pese a las cerca de diez mil personas que le esperaban

nacho barrio

Lunes, 29 de febrero 2016, 06:34

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El cine de Berlanga expone en ocasiones una situación común en la historia española que va incrustada en el ADN patrio. Ese momento en el que toca masticarse el planchazo con vergüenza torera, guardar en el armario el vestido de fiesta y con él las ganas y las falsas ilusiones que tan pronto como aparecieron se encargaron de tomar las de Villadiego. El cuento de la lechera en su versión más cañí. Esto lo clavó el valenciano en Bienvenido Mister Marshall, aguando la verbena a un pueblo que creyó convertirse en el centro del universo y acabó siendo uno más de los que componían un país dormido en uno de sus más oscuros letargos. Aunque esta historia pertenece al mundo de la ficción, los vecinos de la sierra segoviana vivieron una situación parecida, con el caudillo en el papel de fugaz Mister Marshall.

El 4 de julio de 1968 estaba señalado en el calendario y el plan para muchos era ineludible. Entre el vuelo cansino y constante de las moscas, hombres y mujeres de grandes manos volvían de las faenas del campo y pronto se apresuraron a calarse sus mejores galas. Grandes y pequeños a bordo de tractores, remolques y furgonetas pusieron rumbo a un mismo destino: la nueva estación de ferrocarril de Turrubuelo.

A las cuatro de la tarde Francisco Franco tomaba el tren en Chamartín. El dictador recibía el billete honorífico como primer viajero de la nueva línea Madrid-Burgos, en un acto de posturas tan propio de aquellos años. Comenzadas las obras por Primo de Rivera en el año 1926 dentro del Plan Guadalhorce de Ferrocarriles de Urgente Construcción, no fue hasta finales de los sesenta cuando el primer tren, el Talgo Virgen Peregrina, comenzó su traqueteo camino de Burgos con el caudillo y diversas autoridades en sus vagones de preferencia.

La nueva línea era una apuesta en fuerte del régimen, que veía así acortada en cuatro horas la conexión entre Madrid y la capital castellana. Este hito dejaría en solo trece horas el viaje hasta París, lo que se vendía en el propio NODO de aquellos días como clave para «facilitar notablemente las conexiones con Europa». De hecho, el noticiario documental no perdió detalle de aquella jornada inaugural. Aunque el convoy pasaba por varias estaciones situadas en la provincia de Segovia (Santo Tomé del Puerto, Riaza, Campo de San Pedro y Maderuelo-Linares), fue en la bautizada como Turrubuelo-Sepúlveda donde se pensaba que el tren pararía. Con esta ilusión en mente fueron cerca de 10.000 los vecinos de poblaciones cercanas los que se acercaron hasta el apeadero, pensando que Franco bajaría del vagón. Hasta allí también se desplazó el Capitán General de la VII Región Militar, así como autoridades provinciales, que montarían en el tren para continuar el viaje hasta Burgos. De hecho, entre las personalidades que se encontraban allí estaba el gobernador civil, que por aquel entonces no era otro que Adolfo Suárez. Cuentan los biógrafos del de Cebreros que fue éste el momento en el que el futuro presidente del Gobierno en democracia le trasladó al dictador aquello de que los segovianos se consideraban «ciudadanos de segunda», trasladándole a continuación una serie de cuestiones observadas desde su plaza en la capital del Acueducto.

Sea como fuere, lo cierto es que en aquella tarde de julio el tren acabó haciendo entrada en Turrubuelo, pero Franco, desde su asiento, se limitó a saludar con la mano a la concurrencia. Con una mezcla de contrariedad y resignación, los allí presentes tomaron el camino de vuelta mientras el tren enfilaba el camino hacia el norte. A su llegada a Burgos, el caudillo se jactó en un discurso para la multitud de que logros como este se habían conseguido gracias a la «unidad política», ajeno a aquellos que se conformaron con ver al jefe del estado al otro lado de la ventanilla.

A eso de las nueve, el dictador dio por concluida la intensa jornada retirándose al Palacio de Isla, residencia frecuente del caudillo en la capital castellana, desde la que enviara 29 años atrás el último parte de guerra, el que ponía fin a la contienda civil. Después vendrían años llamados de paz plagados de obra pública con la que se construyeron algunas infraestructuras que, como el propio franquismo, se fueron apagando con el paso de los años. Como las banderas se pierden aguas abajo en el final de la cinta de Berlanga.

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