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Chema Madoz, ayer, en el Museo Esteban Vicente, donde expone setenta fotografías. Diego de Miguel-Ical
Cuando lo cotidiano es arte

Cuando lo cotidiano es arte

El Museo Esteban Vicente vuelve a la actividad con una exposición de Chema Madoz

César Blanco Elipe

Viernes, 23 de octubre 2015, 11:44

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Habría sido una lástima que el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente no hubiera conocido íntimamente la obra de Chema Madoz (Madrid, 1958). El autor sí conocía la institución segoviana que lleva el nombre del pintor turganense, y admite incluso una atracción por este espacio. El flechazo se tradujo en algunas visitas, tomas de contacto que siempre fueron como espectador pero nunca como habitante del corazón de la pinacoteca. El ensimismamiento mutuo entre el museo y el fotógrafo ya es oficial. Aunque la culminación de esa admiración a sido rauda, casi a contrarreloj y con pocos medios, el binomio Esteban Vicente-Chema Madoz (y viceversa) casa.

Lugar, espíritu fundador y artista encajan en un ecosistema dedicado a la difusión y promoción del mejor arte contemporáneo. Esa fue la filosofía con la que hace más de tres lustros abrió sus puertas la pinacoteca. Y el madrileño es «uno de los creadores más relevantes de la abstracción contemporánea, tanto en España como internacionalmente». Así presenta a Madoz la comisaria de la exposición inaugurada ayer y que ha sido bautizada con el nombre de Ars combinatoria.

«Todos tenemos lápiz y papel, ¿y somos escritores?»

  • proceso intelectual

  • La democratización de la fotografía, el acceso más sencillo y directo a una cámara es algo que Chema Madoz no le preocupa «lo más mínimo». Incluso cree que «es bueno para la fotografía». El Premio Nacional del año 2000 tiene claro que, a pesar de esa globalización, «necesitas una mirada, un proceso intelectual y una idea; tener un aparato no garantiza hacer una foto potente». Para afianzar su opinión pone un ejemplo «todos tenemos lápiz y papel, ¿y somos todos escritores?» Anima a que «cuanta más gente tenga una cámara, más posibilidades habrá de distintas miradas». En cuanto a las nuevas tecnologías, el artista las emplea de modo residual y como herramienta. Le interesa lo analógico por «el vínculo que tiene con la realidad que luego subvierto».

Oliva María Rubio, además, es directora artística de La Fábrica, entidad sin cuya colaboración el flechazo entre Madoz y el museo segoviano no habría fructificado. Ella misma confiesa el feeling entre el trabajo con la imagen que hace el fotógrafo madrileño y el expresionismo abstracto que desplegó Esteban Vicente. A la comisaria no le caben dudas: «Chema está en el museo que debe estar». Esos «guiños» que se lanzan ambas concepciones del arte (y también de lo que nos rodea) hacen que «Madoz y Esteban Vicente se complementen», prosigue la doctora en Historia del Arte por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid.

Empatía con el espectador

Ars combinatoria tiene un significado muy especial para la institución segoviana. Hablando de metáforas como en las que el fotógrafo se mueve con sutil soltura acompañado de su cámara es la culminación de una etapa muy inquietante, de zozobras e incertidumbres para el museo. Por desgracia, también de despidos y de estrecheces que constreñían la perspectiva de un horizonte viable después de más quince años en la vanguardia cultural y artística, sin olvidar la pérdida de su honda vocación pedagógica. También es el punto y final al programa expositivo del museo de este año, recordó la diputada provincial de Cultura, Sara Dueñas, en la presentación de la muestra.

Pero sobre todo, y así lo subraya el nuevo director gerente del Esteban Vicente, Luis Miguel del Pozo, es «el inicio de una nueva etapa».

El comienzo ya es, de por sí, empático. Precisamente eso es lo que consigue Chema Madoz a través de sus imágenes: captar la atención del espectador y que su mente deambule por los significados que no son aparentes. «Trata de hacer cambios sutiles en las cosas para crear extrañeza, pero también familiaridad», esbozó la comisaria. No es obsesión, sino su forma de ver el mundo. Y esa mirada ha evolucionado desde unos primeros gateos en los años 70 centrado en la figura humana y la luz hasta convertirse en lo que es hoy: un escultor de la imagen y un poeta visual en blanco y negro. Ars combinatoria es un recorrido por las distintas etapas caminadas por Madoz.

La exposición, abierta hasta el 10 de enero, es un recorrido en setenta fotografías por ese itinerario conceptual que se ha marcado y que ha seguido fielmente, fundamentalmente a partir de la década de los 90. Es cuando modifica sus claves, se despoja del interés por los personajes, por la luz y recoloca el foco en los detalles, que le sirven de «excusa para ponerlos en relación con el entorno», revela el autor.

Sillas, llaves, cartas, bolis...

Aunque le costó entender la fotografía sin la presencia humana, y después de un pequeño periodo de brumas, «empiezo a trabajar con los objetos más banales y cotidianos». Sus modelos son cuchillos, escaleras, naipes, mapas, zapatos, sillas, bolígrafos... cualquier artículo hogareño que encuentra a mano en su casa. «Al principio no tenía claro qué podía extraer de ellos, veía una naturaleza muerta o un bodegón, pero no me interesaba; entonces empecé a acercarme a los objetos en claves distintas y evolucioné hacia vínculos con otras corrientes artísticas, como el surrealismo», relata Madoz.

Ese emparejamiento proviene de «su ambición de ir más allá de las cosas, de buscar nuevos caminos y dejar vagar la imaginación», comenta la comisaria. Oliva Rubio destaca el «juego» que practica el artista, porque cuando trastea como un niño es cuando es más creativo. Sus fotografías son metáforas que elabora en su cabeza antes de apretar el botón de la cámara. «Busca relaciones en las cosas que están escondidas a simple vista e invita al espectador a indagar con él». Eso sí, sin dar pistas. Por eso sus instantáneas carecen de título. Madoz no quiere poner puertas al campo de la ilusión.

El fotógrafo declara que ese acercamiento ha sido «intuitivo». Su mente moldea una idea, la busca y la plasma. Desarrolla un proceso intelectual potente por su afán de «descubrir constantemente las posibilidades que no había previsto». Con el tiempo, ha cambiado sus miradas; también ha modificado los objetos, e incluso ha construido los suyos a su creatividad y semejanza, haciendo arte de lo cotidiano.

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