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Begoña Gómez y Pepa Santos, ayer, ya en Segovia.Antonio de Torre
«Dormíamos con un ojo abierto y con la ropa casi puesta para salir corriendo»

«Dormíamos con un ojo abierto y con la ropa casi puesta para salir corriendo»

Pepa Santos y Begoña Gómez, las segovianas supervivientes del terremoto, agradecen la hospitalidad demostrada por el pueblo nepalí

César Blanco Elipe

Miércoles, 6 de mayo 2015, 11:15

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Estaban a unos 4.000 metros de altura, en mitad de lo que los expertos en montañismo denominan la aclimatación. Acababan de subir una colina y se sentaron a descansar para reponerse del esfuerzo. «En esos momentos te cuesta respirar», explica Pepa Santos. En ese momento que debería ser de reposo «todo empezó a moverse». La tierra temblaba en Nepal. El grupo de 21 excursionistas castellanos y leoneses con los que iban Pepa y Begoña Gómez, las dos segovianas de la expedición organizada a través del Ateneo Jesús Pereda de Comisiones Obreras, no podía ni imaginar la devastación que el terremoto estaba causando en otros rincones del país asiático y el rastro de muerte que dejaba cada réplica.

«Rápidamente recogimos todo y buscamos un sitio seguro para esperar a que pasara», relata Pepa. Uno de los momentos más tensos que recuerda su compañera son esos primeros minutos en los que los excursionistas se habían disgregado y habían ido por libre. Justo cuando la tierra comenzó sus sacudidas «no estábamos en el mismo sitio y nos pusimos muy nerviosos con todo el lío hasta que nos reunimos de nuevo todos», apunta Begoña.

Ninguna olvidará una experiencia que ha puesto a prueba su capacidad de supervivencia. Incluso comentan que en esos instantes el tiempo deja de contar y su noción se difumina. Cuando vieron la oportunidad bajaron al pueblo de Manang. «Encontramos a la gente sentada en los espacios abiertos, a salvo de las casas por si acaso volvía a haber una réplica y esperando a que pasara todo».

Ese era el mayor miedo, que la tierra volviera a abrirse. «Dormíamos con un ojo abierto y casi con toda la ropa puesta para salir a toda prisa», comentan las segovianas. «Con cada movimiento salíamos corriendo a un lugar seguro», recuerda Begoña. Enfrente de ellas, un glaciar se rompía convirtiéndose en una nube de polvo blanco.

«Hemos sido una piña»

Al menos en Manang, donde el grupo ya reunido instaló un primer punto de encuentro, la destrucción había pasado de largo. Asentados los nervios iniciales, llegó la hora de reorganizarse y encaminarse a Katmandú. Una caminata de cientos de kilómetros, no aciertan a saber cuántos. «Hemos sido una piña, estando juntos y animándonos todos». Esa comunión entre los 21 expedicionarios, los sherpas, los porteadores y los guías fue la fuerza que impulsó cada paso en la travesía hasta la capital. «Nos ayudó a no perder la calma», reitera Pepa.

Además del temor a las réplicas, «lo peor era la incertidumbre de no poder comunicar a nuestras familias que estábamos bien», añade Begoña. Por fin, casi cuatro días después del terremoto Pepa pudo llamar a su hermano para tranquilizar a los allegados. Fue con un teléfono que les prestó una chica rusa. «La situación era complicada, no había luz y las comunicaciones no funcionaban, pero nosotras estábamos bien». Luego, el grupo de whatsapp de los familiares iba poniendo al día la situación del grupo. Al llegar a Katmandú vieron la magnitud de la tragedia. «Tuvimos suerte», dicen. Allí asumieron la destrucción causada por el seísmo, el más grave que ha sacudido Nepal en 80 años.

Las excursionistas se deshacen en alabanzas y agradecimientos a sus compañeros. Incluso un guía les acompañó hasta el avión de la compañía turca en el que regresaron a casa en la noche del lunes. «Los nepalíes son gente muy hospitalaria. Hasta en una desgracia así se quitan de lo suyo para dártelo a ti. Se han portado fenomenal. Nunca nos ha faltado comida», insisten las chicas, quienes también agradecen la atención de Comisiones Obreras Castilla y León.

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