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Reencuentro en los Maristas

Reencuentro en los Maristas

Tres promociones de exalumnos celebran los 10, los 25 y los 50 años de su salida del colegio

c. a.

Domingo, 8 de junio 2014, 12:49

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Fue un día especial y repleto de emociones. Algunos no pudieron evitar sentir un nudo en la garganta al escuchar a don Andrés Rodao recordar los valores que se les inculcaron en el colegio, basados en la humildad, la sencillez y la modestia que pregonara San Marcelino Champagnat, fundador de esta congregación asentada en la capital segoviana desde el año 1918. Verdaderamente, muchas son las generaciones de segovianos que han sido educadas en esos valores tan necesarios en los tiempos que vivimos en las aulas de los Maristas, primero en el viejo colegio de San Agustín, esquina con Malconsejo, el colegio de los ratones, como rememoraba Rodao con cariño e indisimulada nostalgia, y después en el complejo educativo de los altos del Pinarillo, que abrió sus puertas en 1972.

Ayer, tres generaciones de exalumnos maristas se reencontraron con la escuela en la que pasaron tantos años. Unos conmemoraban el 50º aniversario de su salida de los Maristas; otros, el 25º;y los más jóvenes, el 10º. Con motivo de la onomástica de San Marcelino Champagnat, que se celebra el 6 de junio, la Asociación de Exalumnos Maristas organizó un sencillo acto al que asistieron aquellos que pudieron, especialmente los que residen en Segovia, Madrid y otras ciudades cercanas. No estaban todos, pero el reencuentro posibilitó tener muy presentes a aquellos compañeros que un día compartieron pupitre y que siguen estando en la memoria de todos, aunque el paso del tiempo haya marchitado el contacto.

Tres violetas

Los exalumnos participaron en una ceremonia religiosa que ofició el propio Rodao, sacerdote ligado a los Maristas desde hace muchísimos años, en la capilla del colegio. No faltaron en ella las alusiones a los recuerdos compartidos, e incluso los del 25º aniversario, nacidos en 1972, depositaron como ofrenda unas fotografías de los cursos escolares. Al final de la misa, todo recibieron la insignia del colegio, tres violetas que son símbolo de humildad, sencillez y modestia. Tampoco faltó el recuerdo a los ausentes.

Acto seguido, la asociación de antiguos alumnos ofreció un aperitivo en la antesala del auditorio, momento que algunos aprovecharon para volver a pisar los interminables corredores del colegio, entrar en las aulas o pasear por el viejo campo de fútbol. Se trataba de parar el tiempo, dejar que los recuerdos afloraran con fuerza y sentir, sobre todo sentir. Una terapia necesaria y muy recomendable.

La celebración continuó fuera del centro, en tres comidas de hermandad distintas, una por grupo. Allí afloraron los buenos recuerdos, y también los menos buenos que los hay, las anécdotas, las vivencias, la nostalgia de aquellos días de amistad y compañerismo, de disciplina y estudio, de juegos e ilusiones, de anhelos y esperanzas. Fue asimismo una puesta al día muchos no se habían vuelto a ver desde que dejaron las aulas y una excelente ocasión para recuperar amistades.

Las fotografías de antaño dejaron paso a las de ayer. Y todos se despidieron de los suyos con un hasta pronto. Que no tengan que pasar otros 10, 25 ó 50 años para que volvamos a vernos.

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