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Miguel de Unamuno abandona la Universidad en octubre de 1936 escoltado por el obispo catalán Enrique Pla y Deniel. EFE
Nobles, guerreros, clérigos y profesores copan la presencia catalana en Salamanca

Nobles, guerreros, clérigos y profesores copan la presencia catalana en Salamanca

Ponce de Cabrera, en el siglo XII, fue el primer catalán ilustre que recaló en la ciudad

PAULA HERNÁNDEZ

Domingo, 5 de noviembre 2017, 12:21

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Catalanes en la historia y en la memoria de Salamanca, sí… Los pueblos se han intercomunicado desde antiguo. Existían conflictos entre los territorios, pero no se escribían relatos ‘identitarios’ ni se establecían ‘frentismos’ tan excluyentes, desde la sentimentalidad o desde la visceralidad, como sucede en estos días, cuando se convoca al espíritu de la tribu. Así, la presencia de catalanes en el pasado salmantino, aunque menor en volumen, es relevante por la personalidad o la representatividad de los individuos que, por variadas circunstancias o intereses, se asentaron junto a la ribera del Tormes, antes y después de que Lázaro se las ingeniase para subsistir sin burlar la ley. Desde el siglo XII, con Ponce de Cabrera, conde de Urgel, hasta la pasada centuria, con catedráticos y obispos.

Algunos investigadores de la historia local (hablen o rehúyan el compromiso público) no tienen duda, aunque no es fácil el acuerdo en tales cuestiones: el noble citado, Ponce de Cabrera (1105-1162), es el catalán de mayor relieve social que campeó por las tierras charras durante la Edad Media. Dedicó su existencia, activa y azarosa, a combatir con el rey leonés Alfonso VII y agrandar sus propiedades en estos pagos, así como en los limítrofes. Los soberanistas actuales serían capaces, vista y comprobada su radicalidad, de acusarlo de ‘colaboracionista’. Si lo supieran, incluso de ‘mal catalán’. En aquel tiempo no se conocía el concepto de Estado y... Que no teman los zamoranos: nadie reclamará sus restos, depositados en aquella Catedral. El llamado ‘Príncipe de Zamora’ puede descansar tranquilo.

El Conde de Urgell, Armengol VII, dio su fuero a Barruecopardo y fue señor de Salamanca

Ponce de Cabrera no es el único magnate catalán en la corte del Viejo Reino. Armengol VII, conde de Urgell (hacia 1125-Requena, o Valencia, 1184) no siguió la tradición familiar. Fue señor de Valladolid, vasallo y mayordomo de Fernando II de León. Está probada su estancia en Ciudad Rodrigo, con el monarca leonés, durante la preparación y el asedio de Alcántara. Fernando II le agradeció con generosidad los servicios prestados, con un importante patrimonio material. Fue señor de Barruecopardo, al que dio fuero. En muchos documentos figura, o se le nombra, como señor de Salamanca. Perdió la vida en una emboscada en tierras levantinas. Los restos de este descendiente de Pedro Ansúrez, fundador de Valladolid, descansan en el monasterio Santa María de Belpuig (Lérida).

Vínculo eclesial

La nobleza catalana, con amplios intereses, estuvo representada en la historia de Salamanca. Lo mismo sucedió con el alto clero. Ahí están los obispos Joaquim Lluch y Garriga (Manresa, 1816-Umbrete, Sevilla, 1882) y Enrique Pla y Deniel (Barcelona, 1876-Toledo, 1968). El primero ocupó la diócesis de 1868 a 1874. El segundo pastoreó la sede helmántica en una época conflictiva: de 1935 a 1941. El barcelonés alcanzó el cardenalato y finalizó sus días como Primado de España. Pascual de Aragón y Córdoba (Mataró, 1626-Madrid, 1677) también acabó como purpurado toledano. Había estudiado en la Universidad fundada por Alfonso IX de León y había sido colegial en San Bartolomé.

La Universidad contó con un Rector de naturaleza catalana: Alfonso Balcells Gorina (Barcelona, 1915-2002). Ocupó el cargo de 1960 a 1968. Era catedrático de Patología General y Propedéutica Clínica de la Facultad de Medicina (1955-1969) y director del Hospital Clínico de esta misma ciudad desde 1956. Y, entre otros docentes, con este catedrático: Juan Maluquer de Motes (Barcelona, 1915-Lérida, 1988). Historiador y arqueólogo, desarrolló una actividad intensísima y se identificó con estas tierras. Obtuvo la cátedra de Prehistoria, Arqueología, Epigrafía y Numismática en 1949, que ocupó durante una década. Fue comisario provincial de excavaciones y efectuó prospecciones en el Cerro del Berrueco. Creó el Seminario de Arqueología y fundó la revista ‘Zephyrus’. Es el autor de la ‘Carta arqueológica de Salamanca’ (1956), y sus trabajos se extendieron a la provincia de Zamora. Germán Delibes ha señalado que «su paso a mediados del siglo XX por Salamanca fue determinante para sentar los cimientos de la investigación en el interior peninsular. La Meseta no era el desierto demográfico que se presumía y a él correspondió el mérito de descubrirlo».

Otros casos

Un caso singular protagoniza desde la discreción el escultor Frederic Marés (1893-1991), quien recorrió estas tierras en días duros de la posguerra, aunque resulta complicado rastrear sus pasos, sin meter ruido, con interés por el patrimonio artístico y buena bolsa, con vistas a nutrir su colección, la que después constituiría el Museo, ubicado en Barcelona. ¿Qué proceso siguió? Adquirió, por sí mismo (llegó, vio y compró) o a través de anticuarios establecidos en Castilla y León, 159 piezas de esta región, según aseguran quienes saben mucho de estos asuntos patrimoniales. De ese fondo, de notable riqueza, varias obras proceden de Salamanca. Sobresale el sepulcro de Juan de Vargas, datado en el siglo XVI, que perteneció al convento de los Jerónimos de Alba. ¿Su adquisición tal vez evitó la pérdida de algunas de esas obras? No es descartable. Marés pasó desapercibido. Había transcurrido mucho tiempo cuando se tuvo noticia cierta de su actividad… Sí, legajos y hojas con historia son los llamados ‘Papeles de Salamanca’, que reclamaba y se llevó, con añadidos, la Generalitat.

Castilla y León fue siempre una de las regiones más opuestas al nacionalismo catalán

Francisco de Luis, catedrático de Historia Contemporánea en la Usal, considera que «probablemente, el cardenal y obispo de Salamanca Pla y Deniel haya sido el personaje que mayor importancia haya tenido en la historia (contemporánea) por lo que representó, junto al cardenal Gomá, como abanderado y legitimador de la sublevación militar de julio de 1936 y del franquismo. Y, por tanto, como adalid de la posición de la Iglesia ante el conflicto armado y la posterior dictadura». El docente, autor del libro ‘Magisterio y sindicalismo en Cataluña’, señala que «la relación entre castellanos y leoneses y catalanes siempre fue, como la de estos últimos con el resto de españoles, buena si nos referimos al pueblo llano y la gente común y ambigua, con periodos de acercamiento y otros de alejamiento y tensión, si nos centramos en las elites políticas». Por lo que respecta a la edad contemporánea, advierte De Luis Martín, «una de las regiones españolas donde fue más firme la oposición, tanto en las instituciones como en la calle, al nacionalismo catalán y sus pretensiones de autogobierno –no digamos ya, si se trataba de puro independentismo– antes de la Transición a la democracia fue la de Castilla y León».

Los tiempos históricos no son comparables, pues los intereses y las sentimentalidades varían por circunstancias muy diversas. La conciencia o mentalidad definida de pertenencia a un espacio territorial difiere de una a otra época (desde la débil sensibilidad emocional hasta la pasión reivindicativa). Sin embargo, existe un itinerario que se transita en ambas direcciones. Porque conocer ayuda a comprender mejor al otro y al paisaje que le acoge. A veces fue posible la unidad política y la sentimental. José Álvarez Junco, catedrático emérito de Historia del Pensamiento de la Universidad Complutense, cree que la última «no se ha enseñado en la escuela», como en otros lugares, que se ha desatendido. Y la historia nos revela, además, que la intransigencia, que suele ser sorda y ciega, no construye puentes. Todo lo contrario. Parapeta al otro en su trinchera (y, tal vez, en la memoria ensimismada).

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