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Miguel Ángel Perera interpretando la cansina chicuelina con el berrendo.
Cinco muertos y un herido grave

Cinco muertos y un herido grave

Miguel Ángel Perera abre la puerta grande, Urueña corta una oreja y Sebastián Castella, afanoso e impotente, escucha los tres avisos en el cuarto

toño blázquez

Viernes, 16 de septiembre 2016, 11:57

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Hubo un poco de todo, como en botica. Para cerrar las corridas de toros (queda por ahí el 21) lo pasamos más calentito porque llevamos ropa de abrigo y en el ruedo acaecieron cosas que hacía mucho tiempo no se veían en La Glorieta. Tal que anteayer, con el indulto de Higuero. Salió Brivón, berrendo, pelo clásico en esta ganadería que pocas veces falla. Y tal que anteayer con el domingohernández, oiga. Vaya calidad en las embestidas, planeando en la muleta de Perera con la suave majestad de un cóndor. A pesar de la tremenda voltereta que se pagó el toro, se recuperó a las mil maravillas. Perera le endilgó las chicuelinas de siempre, (pesada se pone esta gente). Hubo un buen par de Javier Ambel y los estatuarios empacados del extremeño hacían presagiar algo grande. Como así fue; el toro se venía de lejos con alegría y fijeza y el torero bien atornilladas las zapatillas, le dio cancha con torería y largueza de brazos que para eso Miguel Ángel tiene porte de Romay. Sobrado de temple y hondura, quizá le faltó traerse más al toro y no llevarlo tan pallá. Sobresaliente al natural, aprovechó un pitón derecho para saciarse y disfrutar.

De la vista anda el torero un poco ful porque la estocada fue muy trasera y toda su labor esforzada y afanosa ante el blando y deslucido quinto quedó diluida de inmediato con dos horrendos pinchazos, el segundo casi en la barriga, de difícil entendimiento. Con el capote en su primero me asustó un pelo porque llevaba el lance hecho en las verónicas; el toro, en casos así, te ve antes.

Hemos empezado con Perera, pero abrió plaza el francés Sebastián Castella, laureado ampliamente las últimas temporadas y figura indiscutible del muestrario coletudo actual. Y no estuvo mal, no pero tampoco bien, quiero decir, Sebastián, a mi juicio, tiene carencia de alma al torear. Buen corte de torero, su estilo y formas se pierden en un aire convencional que no emociona, puede causar admiración, pero no emociona. Parece la mecánica de quien se sabe hacer el cubo de kubrik de memoria, en un plis plas ya está. Mi chaval lo hace así. Manejó con soltura y oficio habitual la noblita embestida de su primero que se cansó pronto de embestir y con el serio cuarto que no paraba, llamémosle Espingardo Alcalino, andarín gazapón, un quedón, vamos. Parecía que le habían dado cuerda al animal, un tío como queda dicho. Y Castella igual: faena voluntariosa, buena fibra profesional pero nada más. Es como explicar la diferencia entre carpintero y ebanista. Ebanista rima con artista, pues eso. A este cornudo animal, Castella no le recordará con agrado, fue incapaz de matarlo y mira que puso empeño pero que si quieres arroz Catalina. En fin, el mejor escribano echa un borrón. Este toro era de prueba, no vale.

La nobleza de Relamido

Ureña se las tuvo con Relamido, un buen toro, bravo y noble. Por el pitón izquierdo conquistó territorio apropiado y conectó de inmediato. Para mi gusto por momentos ahogó un poco al toro pero el toreo estuvo muy de ley puesto allí, pegando los pies al suelo con una firmeza y poderío de muñecas apabullante. El sexto se acostaló y quedó medio inválido. Hubo su bronca, no se sabe muy bien a quien iba dirigida porque este público nuestro tiene un punto filipino que desmorona cualquier tesis de sensatez: lo mismo aplauden en el arrastre a un toro malo, que piden que devuelvan un toro manso al corral. A veces digo yo para mí: ¡joder, qué empanada.!. Pero son cosas mías, no me hagan mucho caso. Bueno pues a lo que iba; éste precioso Rebujito nos chafó la fiesta de ver a Ureña por la puerta grande porque el tío estaba embalado. Pero cuando vio como andaban desarrollándose los acontecimientos se acodó en el burladero y cruzó las piernas en posición mental de: «¡a tomar porla bicicleta!».

El hombre pedía paciencia a los gritones, se espatarraba ante el lisiado cornudo pero, evidentemente cuando falta toroLo suyo no trascendió.

Y así acabó la fiesta, con cinco muertos y un herido grave. Pues eso: variopinta la cosa.

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