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El escritor salmantino David de Juan Marcos posa con su última novela en los soportales de la Plaza Mayor.
«Nos han enseñado a ser los mejores, pero no nos han preparado para el fracaso»

«Nos han enseñado a ser los mejores, pero no nos han preparado para el fracaso»

El escritor salmantino acaba de publicar su segunda novela, ‘La mejor de las vidas’, en la que trata los problemas que deben afrontar los jóvenes de su generación

Luis Miguel de Pablos

Lunes, 11 de abril 2016, 13:42

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Salmantino del mundo, escritor de calle, su pluma resulta tan inquieta -y tan inquietante- como su maleta. La hizo una vez terminados los estudios en San José de Calasanz y en la Universidad de Salamanca, y desde entonces no la ha deshecho. Cambridge, Amsterdam, Castellón, Madrid, Córdoba y ahora Alicante, desde donde hoy hace un pequeño paréntesis para presentar en su tierra el que es su segundo libro después del éxito cosechado con El baile de las lagartijas (2011), Premio Internacional de Novela Ciudad de Valencia Vicente Blasco Ibáñez.

David de Juan Marcos (Salamanca, 1980) se ha ido al otro extremo para escribir La mejor de las vidas, donde nos acerca la historia de los jóvenes de su generación. Con sus penas y sus alegrías. Con sus triunfos y, sobre todo, con sus fracasos.

Una generación marcada a su juicio.

Sí. Una generación ya nacida en democracia que no hemos pasado grandes penurias como, por ejemplo, nuestros abuelos que vivieron una Guerra Civil. Nuestros padres vivieron buena parte de sus vidas bajo una dictadura, mientras que nosotros no hemos tenido que soportar estos grilletes contra la libertad. Y esto tiene una doble lectura. Por un lado hemos tenido mucha libertad, pero por otro las generaciones previas han esgrimido el argumento de autoridad generacional para controlarnos esa libertad. Nos han dicho cómo teníamos que enfocar nuestra vida, que teníamos que buscar un trabajo para toda la vida, etcétera, cuando la realidad es otra bien distinta. La crisis ha desmontado todo esto y ahora hay mucha gente que se encuentra perdida. A los protagonistas de la novela les pasa esto mismo. Han tenido muchas imposiciones de sus padres y no solo se encuentran sin ambiciones sino que cuando tienen que tomar sus propias decisiones les cuesta.

¿Es, entonces, una novela para treintañeros?

Tampoco lo creo. Una de las cosas que más he cuidado es que la novela tuviera formas distintas de leerse. Es decir, puede coger el libro un adolescente y disfrutar con la historia de amor que se cuenta, pero a poco que se rasque puedes encontrarte también un juego de muñecas rusas en el que el juego no es tan amable, con temas delicados como la maternidad, la pérdida de los seres queridos, cómo afrontar el duelo, o cómo nos enfrentamos al fracaso. Se nos ha enseñado siempre que tenemos que ser los mejores en todo lo que hagamos, y a mi eso me parece nefasto. No nos han preparado para el fracaso, y el 99 por ciento de las veces en la vida se termina por fracasar. No podemos ser los mejores en todo. De lo que se trata es de disfrutar con lo que haces, luego el resultado ya no depende de ti.

Detecto que tiene algo o mucho de autobiográfico.

Me considero un escritor sin imaginación y entonces me baso en la realidad. Lo que hago con esa realidad es pasarla por un tamiz y cambiar esas piezas para que el lector no sepa muy bien qué es realidad y qué no. Hay un personaje, por ejemplo, que quiere participar en la regata Oxford-Cambridge y después marcharse de cooperante internacional que está basado en la vida de un amigo. Luego, otras historias que suceden en Amsterdam o Roma son situaciones que me han pasado. El casero de Cambridge es tal cual, un mafioso con el que estuve viviendo cerca de un año. Un tipo peculiar que había sufrido varios trasplantes y no se podía mover de allí para tratarse en el hospital si surgía cualquier complicación.

Un libro que sorprenderá al que leyera su primera novela porque no tiene nada que ver.

Nada. Me gusta buscar nuevas maneras de contar cosas. Soy de la opinión de que ya está todo contado, las grandes historias ya han sido contadas, y la única forma que hay de sacar algo novedoso es la manera en la que lo cuentas. Si un pintor pensara que con Velázquez o con Rubens ya estaba todo hecho, no hubiéramos tenido a Van Gogh, Dalí o Picasso, que lo que hacían era pintar lo mismo de otra manera. Tampoco tiene sentido escribir de lo mismo por mucho éxito que haya tenido la primera. Lo mejor es abstraerse.

El baile de las lagartijas se identificaba más con Salamanca.

Totalmente. Aquella primera estaba centrada y localizada en un pueblo de Salamanca de la frontera entre España y Portugal, con un habla muy típica que me llevó a estudiar diccionarios de gramática para entender localismos de la zona de Lumbrales, mientras que en esta segunda novela el estilo es muy sencillo, con frases cortas y directas. Ya no es una novela coral como la anterior ni guarda tampoco vínculos con Salamanca.

Háblenos de su trayectoria, ¿qué pasos ha seguido David de Juan hasta llegar a esta segunda novela?

Empecé como casi todo el mundo, escribiendo y recibiendo premios por relatos cortos. Poco a poco me fui ilusionando hasta que llega ese momento en el que decides escribir algo más largo. Me presentó a la Fundación Antonio Gala, me seleccionaron y allí estuve todo un año. Escribí, entonces, mi primera novela y al presentarla a dos certámenes, resultó ganadora del Ciudad de Valencia. Un premio que no llevaba acarreado una editorial, así que conseguí un agente literario y de ahí salió un contrato con Planeta.

¿Tuvo o tiene alguna referencia que le acompañó en su estilo?

Todo me viene de las lecturas. Todos buscamos un estilo propio, aunque está claro que esas lecturas terminan por aflorar. Leo mucha literatura española, a gente de mi generación que está muy preparada. Mis primeras lecturas fueron de literatura fantástica, y después me volví un lector mucho más selecto con el boom latinoamericano. A raíz de leer a García Márquez o Vargas Llosa, empecé a cerrar un libro para abrir otro.

Han pasado cinco años desde que publicara su primer libro, y eso para una editorial es un mundo. No sé si para un escritor también lo es...

Pienso que hay que escribir cuando tienes algo que contar, y tampoco me importa que pasen cinco años si el resultado es bueno. No hay por qué ser funcionarios delante del ordenador. Me gusta que la historia esté bien escrita. Necesito historias imperfectas que dejen puertas abiertas, y que una vez que cierras el libro te obligue a darle vueltas a la cabeza.

Intuyo que no sigue una rutina que le obligue a sentarse a escribir ocho horas diarias.

Desde luego que no. Mis novelas son mucho de oído. Más bien el lector escucha, y se pasa 320 páginas escuchando a los personajes. No soy un escritor de sentarme ocho horas diarias delante del ordenador, pero sí de estar veinticuatro horas con la lucecita encendida observando.

Y tampoco parece que las modas vayan con su forma de escribir...

Es más, me parece un error gravísimo. Fíjate toda esa gente que se puso a escribir literatura erótica a raíz de Cincuenta sombras de Grey, y tres años después se vende muy poquito. Igual cuando se pusieron de moda los vampiros. Las modas llegan una vez y se escapa a lo establecido. Lo mejor es escribir de lo que crees que debes escribir. No hay una varita mágica, y espero que no la haya nunca.

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