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Tomas Cid, esquilador de tercera generación, en plena faena.
Los Esquiliches, un siglo de tradición

Los Esquiliches, un siglo de tradición

El oficio de esquilador se mantiene gracias a la tercera generación de la familia Cid

ELENA MARTÍN / ICAL

Miércoles, 12 de agosto 2015, 12:29

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Tomás Cid El Esquiliche, a sus 80 años, se emociona al recordar cuando, de niño, acompañaba a su padre Antonio en el esquileo. Lo hacían los meses de marzo, abril y mayo y después «en el tardío», de septiembre a octubre. Con apenas 7 años, y por ser el varón mayor de once hermanos, empezó a aprender el oficio de la mano del mejor maestro. Porque, como dicen en Ciudad Rodrigo, había que salir a buscar «la cagada de lagarto», es decir, había que llevar dinero a casa.

El oficio de esquiliche, como tantos otros, ha ido desapareciendo con los años debido, sobre todo, a la sustitución de los animales por la maquinaria en las labores del campo. Pero, en la localidad farinata, esta tradición continúa gracias a la tercera generación de los Cid Gómez. «Recuerdo que una vez, cuando estaba esquilando una mula blanca al lado de una carretera, mi hijo estaba haciendo fotos y me dijo que por qué no comprábamos una maquinilla eléctrica, que él me ayudaría y me acompañaría a hacerlo». Ese fue el motivo que les llevó a continuar con este oficio, y ahora el que esquila pero con máquina eléctrica es su hijo Jesús Cid.

Ahora, juntos padre e hijo, se encargan de mostrar a las nuevas generaciones en qué consistía este oficio que les hizo ir de pueblo en pueblo cortando el pelo de los burros y mulas. Las caballerías se esquilaban, cuenta Tomás, porque antes los animales trabajaban en el campo, pasaban mucho tiempo al sol, atados por el yugo, lo que les hacía sudar mucho y les producía rozaduras importantes. De ahí que, por lo menos dos veces al año, tenían que ser esquiladas. Se cortaba el pelo hasta la parte de la panza, respetando la zona baja para que estuviera más protegida y mullida a la hora de tumbarse el animal. «Actualmente, ya no hay caballerías que trabajen el campo, y un señor que tiene huerta, en vez de tener animales a los que echar de comer a diario y cuidarles, tiene una maquinita que cuando trabaja, consume y cuando no trabaja, no consume, y es más práctico».

Los esquiliches trabajaban, sobre todo, los martes en los días de mercado, cuando los paisanos se acercaban a hacer la compra a Ciudad Rodrigo y tenían que cargar para toda la semana. También los domingos y días de fiesta, ya que las caballerías esos días no se utilizaban en las labores. «En aquella época éramos cuatro esquiladores, los hermanos Luis y Pablo García, mi padre y yo». Ellos murieron y ahora tan solo quedan Tomás y su hijo Jesús, para seguir transmitiendo este oficio. Acuden a ferias y mercados encantados de poder mostrar este arte por el que tuvieron que salir a buscar «la cagada del lagarto».

Aperos para esquilar

Tomás guarda con mimo y muestra orgulloso los aperos que le han acompañado en el oficio toda su vida. El acial, dos palos unidos por una cuerda, con el que enganchaba el hocico de la mula para que se estuviera quieta -a modo de anestesia- y no molestara mientras era esquilada, la rasqueta con la que limpiaba cualquier piedra u objeto que hubiera entre el pelo del animal ,y las tijeras, de las que tiene unas diez o doce. Estas eran grandes, para quitar el pelo más gordo y otras más curvas para dar forma e incluso hacer algún adorno. Porque a Tomás siempre le gustó dibujar filigranas y estrellas sobre las ancas de los animales que esquilaba. Era su sello personal.

Los Esquiliches muestran, cada vez que pueden, su agradecimiento al Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo, que cuenta con ellos de manera frecuente para que acudan a ferias y mercados. Pero hoy, Martes Mayor en Miróbriga, fue el consistorio el que celebró un homenaje a la familia Cid Gómez, por mantener este oficio en vías de extinción a lo largo de tres generaciones.

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