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Estatua de Santa Bonifacia en la Gran Vía.
El camino hacia la santidad de la sierva de San José Isabel Méndez Herrero

El camino hacia la santidad de la sierva de San José Isabel Méndez Herrero

Se espera que en pocos días el Papa Francisco promulgue el decreto de virtudes, primer paso del proceso de canonización de esta joven salmantina

Cecilia Hernández

Lunes, 6 de julio 2015, 13:15

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A finales de 1953 moría en Salamanca a causa de la tuberculosis una joven religiosa de 29 años. Sierva de San José, nacida en Castellanos de Moriscos, e implicada de lleno, pese a su juventud y su trágico final, con la vida social de la ciudad, Isabel Méndez Herrero va camino de convertirse en la segunda santa salmantina, a imagen y semejanza de lo que sucedió hace pocos años con Santa Bonifacia, fundadora precisamente de las Siervas de San José.

«Estamos en un momento del proceso en el que falta poco ya para el Decreto de Virtudes», explica a este diario Victoria López, sierva de San José, e impulsora en su momento de la canonización de Bonifacia Rodríguez de Castro, como ahora lo es de la de Isabel Méndez. Esa proclamación papal, a partir de la que Isabel podrá ser llamada con el título de Venerable, se espera para esta primera quincena de julio, una vez que hace pocos días se estudiaron, con resultado positivo, las «virtudes heroicas» de la joven salmantina en la reunión de los Cardenales y Obispos de la Congregación para la Causa de los Santos.

Este Decreto de Virtudes es el primer paso en el camino hacia la santidad. «Una vez que el Papa lo dicte, llegará el momento de probar los milagros, con el primero será la beatificación y con el segundo, la canonización», añade Victoria López, que destaca que «no ha habido ningún problema en el proceso desde que se instruyó el expediente en Salamanca por un tribunal de expertos». Un recorrido que comenzó en 1979 y que llegó al Vaticano en 1992, pero que se vio solapado por el proceso de canonización de la Madre Bonifacia. Cumplido aquel objetivo, es ahora el momento de reconocer, valorar y difundir las virtudes de la joven cuyo sepulcro está al lado de la Santa salmantina, en el colegio de las Siervas de San José, en Marquesa de Almarza.

«Isabel fue una chica muy normal, bonita y muy sencilla», relata Victoria López. Desde Castellanos de Moriscos sus padres la enviaron a la ciudad a estudiar en el colegio de las Josefinas Trinitarias y, más tarde, en el de las Siervas de San José. Allí nace su vocación religiosa, que combinó con la colaboración en una escuela nocturna para mujeres obreras en el barrio del Arrabal, a donde acudía puntualmente, sin que nada se lo impidiera. Con 20 años toma la decisión de entrar de novicia en las Siervas y, al poco tiempo, comienza a sentirse mal.

Muy temerosa siempre de la tuberculosis, enfermedad que en aquellos momentos causaba estragos, Isabel temió no poder profesar. Pero, poco antes de ese momento, «mejoró notablemente, por lo que los médicos que la examinaron antes de hacer sus votos no descubrieron nada». En su mente estaba en aquel entonces viajar a las misiones y aquel sueño parecía que iba a cumplirse el 6 de abril de 1947 cuando, con 23 años, se convirtió en sierva de San José.

No obstante, a los dos meses de su profesión, le descubrieron una avanzada tuberculosis, la enfermedad que más temía. Como sigue narrando con emoción Victoria López, a Isabel tuvieron que aislarla para ser sometida a un tratamiento riguroso. Primero estuvo en la casa de Santa Teresa, sin contacto con el colegio de Marquesa de Almarza, y ante el avance de la enfermedad, tuvo que ser trasladada al Hospital de Los Montalvos, especializado en ese tipo de enfermedades.

«Allí pasó dos años y dejó un recuerdo precioso entre las enfermeras y el resto de pacientes porque siempre tenía una sonrisa en la boca, pese a sus problemas y colaboraba en todo lo que podía». Mientras tanto, sus pulmones se cerraban cada vez más y la sensación de asfixia y de ahogamiento se incrementaba con el tiempo. Así, en 1950 su vida parece que está a punto de concluir y los médicos deciden enviarla de vuelta a la ciudad, para que muera entre su comunidad. Regresa a la Casa de Santa Teresa pero, contra todo pronóstico, y pese a la gravedad de su estado, vive tres años más, por lo que pudo realizar sus votos perpetuos en 1952.

Finalmente, el 28 de diciembre de 1953 muere, ya entre fama de santidad entre sus hermanas de congregación. «Tenía mucha devoción por la Virgen Inmaculada, y por las misiones, ese fue su gran sueño que no pudo cumplir por la enfermedad», recalca Victoria López. En apenas unos días, con el decreto papal, se allanará este camino que comenzó en Castellanos de Moriscos hace casi un siglo.

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