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Asunción Escribano, Alfredo Pérez Alencart, Antonio Colinas, Carlos Aganzo y José Ramón Alonso.
Aganzo nos traslada a la tierra desolada antes de rescatarnos en ‘En la región de Nod’

Aganzo nos traslada a la tierra desolada antes de rescatarnos en ‘En la región de Nod’

Luis Miguel de Pablos

Viernes, 29 de mayo 2015, 13:22

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Lo hace el propio libro pero si aún no ha llegado a sus manos, invito al lector que haga un ejercicio de introspección. Despeje lo que tiene entre manos y haga una pausa para mirar en su interior. Esa mirada superficial que dejamos para días de asueto y que nos lleva a evaluar todo nuestro pasado en un puñado de segundos. Si no lo ha hecho, cierre los ojos y antes de perder de vista el papel, mire a su espalda y trasládese con la mente a ese rincón desconocido que solo visitamos cuando uno se siente desplazado. A ese por el que vagamos en busca de explicaciones. Ese país metafórico que todos compartimos lo visita Carlos Aganzo en En la región de Nod (Reino de Cordelia, 2014), el último de sus poemarios que nació huérfano y que acabó formando parte de la trilogía compuesta por sus antecesores, Caídos ángeles, Las voces encendidas, y Las flautas de los bárbaros. Merecedor del Premio Ciudad de Salamanca de Poesía en su última edición, este poemario vio ayer de nuevo la luz en la Casa Lis, las antípodas muy probablemente del lugar al que fue exiliado Caín después de cometer el fratricidio. A ese Nod que los bibliófilos relacionan con el verbo nud -vagar- hemos acudido todos alguna vez en nuestras vidas como refugio existencial para aislarnos del mundanal ruido en busca de la identidad perdida. El mismísimo Caín, el segundo de los argumentos que conecta a todo ser humano con el libro -«somos descendientes del malo, que es Caín, porque el bueno se fue», apuntó el propio Aganzo- hizo su particular examen de conciencia desde allí antes de encontrar la tercera de las aristas que sostienen En la región de Nod: el amor. «Hasta Caín lo llegó a conocer porque tuvo un hijo», sostuvo ayer el autor, en una presentación en la que contó como maestros de ceremonias con Antonio Colinas y Asunción Escribano, compañeros ambos de la Academia de Juglares de Fontiveros, y Alfredo Pérez Alencart. «Hay un gran reto en este libro, que es superar esa resonancia bíblica que impone el mismo título», señaló Colinas, libro que para el autor vienen a ser una metáfora de nuestro tiempo, en el que solo el amor es capaz de salvarnos de la expulsión del paraíso. Es el amor, balón de oxígeno del denostado Caín, el que nos salva de ese exilio que a todos nos rodea en algún pasaje de la vida.

El amor que subyace en el primero de los poemas de En la región de Nod, también en su Meditación frente al sepulcro que lo cierra, y desde luego en los veintiséis que lo completan bajo la meticulosa mirada de la palabra, la cuarta y probablemente más importante de las aristas que sujetan la obra de Aganzo, poeta y escritor, además de director de El Norte de Castilla. «La palabra que ni sobra ni falta, la que puede salvar y sanar pero también condenar», puntualiza Colinas. «Ha conseguido cumplir con la misión primordial del poeta, que es el dar con la palabra nueva», añadió.

El poeta leonés afincado en Salamanca acentuó también el sentido del ritmo de Aganzo. «Estamos ante un poeta con oído», apuntó, en referencia a su juego de heptasílabos y endecasílabos, lenguaje que de forma tan redonda y precisa asocia en cada verso. Probablemente algo tiene que ver en ese buen oído que mencionó Colinas su gusto por la música y de forma especial por el jazz. Un género que en su momento le reportó nada menos que un Premio Nadal a Manuel Vicent por una novela, Balada de Caín, en la que curiosamente bautiza al hijo desterrado como el «rey del saxofón y santo patrono de todos los asesinos». Yes que Caín es un personaje tan denostado como polémico, y por lo tanto también protagonista omnipresente en literatura.

De ese buen oído viene el perfecto maridaje que forman poesía y música, y que en la tarde de ayer llenaron un escenario tan rotundo como la Casa Lis. Rodeado de amigos y personalidades del panorama cultural salmantino, Aganzo invitó a los presentes a compartir un viaje lírico amenizado por los músicos Suria Pombo y Jorge Cebrián quienes, acompañados de instrumentos étnicos, elevaron la presentación a un ambiente místico inigualable.

Uno a uno hasta doce, el autor conmovió a los presentes y les animó a realizar ese viaje de instrospección con poemas como A contrasangre, Los hijos del amor prohibido, o el mencionado anteriormente Meditación frente al sepulcro: «La vida a cara o cruz./ La amargura del vino/ primero de Noé, la sed oscura/ de los hombres salvados del diluvio/ a costa de la muerte de otros hombres.// En tus ojos el agua/ de una culpa más vieja que la noche...».

Ahora ya sí, amado lector, puede retomar la actividad consciente de que todos tenemos algo de Caín -no en los términos en los que se empleó Saramago en su libro, con frases como «maté a Abel porque no podía matarte a ti, pero en mi intención estás muerto» en referencia a Dios-, pero también de Abel. Yambos, «como el verdugo y también el juez» según recordó ayer Aganzo, tiene si sitio reservado en el paraíso.

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