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Una salmantina que lleva en el corazón a Gambia

Una salmantina que lleva en el corazón a Gambia

Beatriz Castilla, premio Solidaridad de Cruz Roja, desarrolla una gran labor educativa en el país africano

Cecilia Hernández

Viernes, 10 de abril 2015, 12:41

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Gambia es uno de los países más pobres de África. Sin recursos naturales de importancia, permanece aislado de las tormentas políticas que afectan a otros estados del gran continente. «Es tan pobre que no hay ni guerras». Quien describe tan crudamente la realidad de este país es la salmantina Beatriz Castilla, involucrada desde hace varios años con Gambia, con sus colegios, su educación y sus gentes. Residente en Londres y ganadora del premio Solidaridad de Cruz Roja Salamanca en su última edición, Castilla ha tejido desde 2011 una auténtica red de cuidados y mejora de las condiciones sociales y educativas de varias comunidades gambianas. «Llegué allí tras contactar con una organización en Inglaterra, pero pronto inicié un trabajo más por mi cuenta, impartiendo talleres o colaborando en clases de apoyo para los niños».

Ese primer viaje fructificó en un segundo, en el que Beatriz se propuso intentar mejorar el sistema educativo de las comunidades con las que trabaja. «Tienen una educación muy pobre, muy repetitiva, por lo que en ese segundo viaje llevé materiales e intenté introducir otros métodos educativos». De ahí, el camino a seguir parecía marcado.

Ya en un tercer desplazamiento hasta África, a Beatriz le acompañaron su padre y Fernando Viñals, conocido cirujano infantil, ya jubilado, y pianista de jazz. Así se puso en marcha en Salamanca la recaudación de fondos con destino a estas comunidades gambianas, con, por ejemplo, una gala en el teatro Liceo. Y es que, como recuerda Beatriz, «siempre digo a todo el mundo que, aunque puedan donar poco, no importa, porque con un euro ya podemos comprar tres pares de chanclas para que los niños no vayan descalzos».

La labor que desempeña Castilla una vez que llega a Gambia trata de mejorar las condiciones de los colegios del lugar, pero también de «ayudar al que ayuda». Porque, explica, hay personas allí que luchan por sus convecinos, más allá de sus propias necesidades. Profesores que apenas cobran (si lo hacen), o gente implicada en el día a día de sus comunidades. «En África se ayudan a muerte, si uno trabaja colabora con todos los que tiene alrededor, es su modo de subsistir». Una forma de vida en la que se comparte todo y en la que no falta la sonrisa. «Los países que menos tienen son en los que más se sonríe, son felices pese a todo».

Asimismo, con los materiales llevados desde España o Reino Unido se hacen lotes, que se reparten por los colegios, que son privados pues el Estado no cubre ni las necesidades más básicas de la población. Un trabajo que ha granjeado a Beatriz el respeto y el reconocimiento de los lugareños. «Es duro, todo el mundo te llama por la calle, pero también es muy emocionante, aunque puede llegar a cansar porque hace mucho calor y nosotros vamos allí a trabajar», confiesa, no sin antes apuntar que es «muy estricta con el dinero que llevamos, que no es para nuestros gastos, sino para ayudar a la gente».

Unas gentes que, además de sus necesidades materiales, tienen otras carencias, quizás no tan visibles a primera vista pero igualmente profundas. «Lo mejor que se les puede dar, más allá de lo que se compra con dinero, es el tiempo», reflexiona la salmantina. Un tiempo transformado en atención y en compañía, que palie la gran soledad que sienten aquellos que pasan su existencia olvidados por el primer mundo. «Para ellos lo más importante es que alguien vaya allí y se preocupe por sus cosas, se siente a escucharles, a saber qué les ocurre». Por eso, tener un «amigo blanco» es considerado motivo de orgullo en las comunidades. «El que tiene la ayuda de blancos, ayuda a los demás, es así siempre», analiza Beatriz Castilla. En Gambia la población vive de la pesca, la madera y también los tejidos, que lucen más que nunca en las fiestas populares. El turismo, sin embargo, no está explotado, aunque se empiezan a ver tímidos intentos en las zonas costeras.

«En África la vida no vale tanto como en Europa», explica también Castilla, que en sus estancias en Gambia siempre ha procurado «vivir a la africana», con la salvedad de las casas que ha ocupado, de occidentales, para intentar escapar de las ratas, una verdadera plaga en el lugar. Un aspecto que no deja de ser banal, dada la gravedad del resto de problemas que soportan los gambianos pero que condiciona la vida. «Hicimos un juego en el colegio y más de la mitad de los niños afirmaron que estaban aterrorizados por las ratas, porque ellos duermen en el suelo y las sienten andar por encima»,

Y para el futuro, ¿qué se plantea Beatriz Castilla? «Llevo muchos años en Inglaterra y ya tengo ganas de regresar a mi idioma», confiesa. Por ello, sus nuevos retos están fijados en Centroamérica. «Antes de Gambia, trabajé algunos meses en México y me gustaría regresar a la zona, ya sea Honduras, Costa Rica para crear un centro de acogida de niños, ese sería mi reto».

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