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Escultura de sor Eusebia en la plaza del mismo nombre donde se pueden ver la gran cantidad de flores que ofrecen vecinos y visitantes que han recibido los favores de esta beata.
Una década desde la beatificación de sor Eusebia, la vecina más humilde de Cantalpino

Una década desde la beatificación de sor Eusebia, la vecina más humilde de Cantalpino

El domingo de la semana que viene se celebrará una misa en su honor en el colegio de las Salesianas que será televisada

Jorge Holguera Illera

Viernes, 5 de diciembre 2014, 13:27

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Hace una década que sor Eusebia Palomino fue beatificada por el Papa Juan Pablo II. El próximo domingo, día 14, se celebrará este paso hacia los altares de esta Hija de María Auxiliadora con una misa en la capilla del colegio de San Juan Bosco de las Salesianas. Será retransmitida por Televisión Española. La fecha elegida es el domingo más cercano al día de su nacimiento. Nació en Cantalpino el último mes de un año y el último año de un siglo, el 15 de diciembre de 1899.

Sor Felicidad Ruano, directora del colegio de San Juan Bosco de Salamanca, recuerda que sor Eusebia estuvo en este colegio trabajando antes de ser salesiana. Fue donde entró en contacto con las Hijas de María Auxiliadora.

Sor Eusebia nació en la casita más pobre de Cantalpino. Donde «fue mendiga, pedía por los pueblos de la zona», recuerda sor Felicidad.

De niña vivía con sus padres y tres hermanos y una hermana en una pequeña casa. Aun siendo una vivienda minúscula, ella la valoraba y la llamaba «mi querida choza». «Para ella era un tesoro, porque para ella era más importante la riqueza interior que lo material», explica Ruano.

La mendicidad fue la única salida que tuvo el padre de sor Eusebia Palomino para alimentar a sus hijos, pues al parecer éste sufrió un accidente en una mano que hacía que no le contrataran más como temporero agrícola, que era su oficio. En esta labor de pedir para alimentar a la familia, sor Eusebia le acompañaba y le motivaba, pues a él le daba apuro, tal como relata Francisco Celador.

Francisco Celador López es un hijo de Cantalpino que tuvo una tía que además de ser vecina de sor Eusebia también fue salesiana en ese tiempo. Se trata de sor Caridad, quien ha relatado para toda su familia tan sólo algunos de los prodigios de la que ya en vida consideraban una mujer santa.

Sor Eusebia Palomino fue humilde y estaba dotada de un halo espiritual sorprendente. Aunque escribía con muchas faltas, sus cartas portan un mensaje propio de una persona especial. Este prodigio de su interior era conocido por las gentes de Valverde del Camino, pueblo donde pasó sus últimos años de vida y donde desarrolló su vocación como Hija de María Auxiliadora.

Sor Eusebia era conocida, querida y escuchada por las gentes del pueblo. Tuvo sueños premonitorios y se ofreció a Dios por la salvación de España y el final de la Guerra del 36. Tuvo sueños en los que se enteraba de cosas antes de que sucedieran o antes de que llegara la noticia por carta, como era entonces. Uno de ellos fue el entierro de su padre, que vio en sueños el mismo día de su funeral, después vio que sucedió de verdad.

Celador relata el milagro atribuido a sor Eusebia Palomino que sirvió para que fuera reconocida como beata. Éste no fue una curación, sino un cuadro de ella.

En el colegio de Valverde del Camino, donde vivió sor Eusebia había una monja que se dedicó a recopilar todas las cosas que quedaban de la hoy beata. Se percató de que casi no había imágenes, salvo una pequeña fotografía. Esta hermana llevó ese retrato a un pintor peculiar de Valverde del Camino. El pintor es Manuel Parreño Rivera, que trabaja con los pies porque le faltan las manos y se consideraba ateo.

Este pintor se negó a realizar este encargo, pues decía no haber hecho ningún retrato sin conocer en persona a quien iba a dibujar, pues decía que ésta era la única forma de plasmar la expresión propia de la persona a dibujar. Pasaron años hasta que este pintor un buen día cogiera la foto de sor Eusebia y empezara a pintarla. Ocurrieron diversas cuestiones inexplicables. Una de ellas era que no tenía lienzo, nada más uno que estaba sin estirar. Él no podía tensarlo debido a su falta de manos, pero casualmente pasó por allí un vendedor de lienzos que le hizo ese favor.

Posteriormente se puso a pintar y pasó cuatro horas dedicado a esta obra, que es lo que tardó en realizarlo, cuando lo normal serían 14 ó 15 días. Finalizó el trabajo se le escapó el pincel y manchó la cara, pero pasó el dedo del pie y la mancha se limpió de manera milagrosa. Él siendo ateo se sorprendió, pero más se impactó cuando se dio cuenta que se había secado el lienzo en menos de 3 horas cuando lo normal es que hagan falta 20 días.

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