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De izquierda a derecha, Enriqueta, Adela, Juani y Rocío en el ropero de Santa Águeda de Peñaranda de Bracamonte.
El ropero de Santa Águeda se acerca a las tres décadas de entregada labor social

El ropero de Santa Águeda se acerca a las tres décadas de entregada labor social

Situado en el Merca Rural de Peñaranda de Bracamonte, es gestionado por la asociación Santa Águeda

Cecilia Hernández

Jueves, 20 de noviembre 2014, 13:01

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«Así, poco a poco, vamos apañando a todos». Juani y sus compañeras Queta y Adela trabajan sin cesar en la pequeña habitación, en la que no caben más cajas de ropa y artículos varios. Estamos en el ropero de la asociación Santa Águeda, una organización que lleva cerca de 30 años funcionando en Peñaranda de Bracamonte. Con el paso del tiempo se ha convertido en un recurso imprescindible que cumple una doble función social. En primer lugar, y aunque suene raro decirlo, su labor tiene mucho que ver con la gestión de residuos. «Estamos en época de cambio de armarios y lo notamos mucho, porque nos llegan muchas más cajas y bolsas de ropa y zapatos», apunta Adela Sánchez.

Y es que justo en estos días de variación de tiempo y de transición entre un verano que se ha alargado más de la cuenta y un otoño que ha llegado con aires e intenciones de invierno, son muchas las casas en las que se procede a cambiar los armarios, quitar la ropa de verano y sustituirla por la de invierno. En ese proceso siempre hay una bolsa «para dar», con aquellas cosas que ya no nos valen, no nos gustan o se han quedado desfasadas. Y son precisamente esas bolsas las que acaban en manos de las voluntarias de Santa Águeda, quienes observan, deciden y clasifican la ropa y otros enseres que se les entregan. «Con algunas cosas nos quedamos, otras las mandamos a organizaciones solidarias y el resto va directamente a reciclar», explica Juani.

Quede claro que ésta no es siempre una tarea agradable pues, desgraciadamente, entre los donantes hay mucho incivismo o despreocupación y es frecuente que las coordinadoras del ropero se encuentren con ropa sucia. «A veces da asco, la verdad». Queta pide, «por favor», que cualquier persona que quiera donar, «lave antes la ropa, porque aquí no tenemos lavadora y no podemos entregarla sucia». Y si ya de paso, evitan entregar zapatos sucios y rotos, tampoco pasaría nada, que no todo tiene salida, señalan las otras voluntarias. Pero así, ejerciendo funciones que en teoría no deberían corresponderles, se desarrolla la labor de este recurso social. Como decíamos, aparte de gestionar los residuos que ya nadie quiere, el ropero también colabora con otras organizaciones como Reto o SOS África, a las que entregan bolsas y bolsas de ropa.

Otro aula

Tantas son que desde hace unos meses la asociación Santa Águeda ocupa otro aula en el edificio Merca Rural donde, desde sus inicios, ha estado radicada la sede del ropero. Cedidas por el Ayuntamiento, ambas habitaciones rebosan de ropa y ofrecen un buen ejemplo sobre lo que es y lo que significa la función del ropero de Santa Águeda. Porque, ¿qué sucede con esa tercera parte de ropa y otros enseres que pasan los severos filtros de las voluntarias y pueden ser entregadas? Esa parte de las donaciones es la que va a parar a las personas que se acercan al ropero a pedir ayuda, por propia voluntad o derivadas desde los Servicios Sociales.

Aunque aquellos que acuden a este tipo de lugares no tienen muchas ganas de comentar su situación, en la mayoría de los casos muestran su agradecimiento e, incluso, colaboran con lo que pueden. A veces no se trata de situaciones muy desesperadas, pero contar con el apoyo del ropero permite afrontar con más tranquilidad el resto de obligaciones.

«Acabo de tener un bebé y el ropero me facilita ropita y otras cosas que necesito y que cuestan mucho dinero». Dicho y hecho, mientras esta joven madre miraba algunas prendas, una de las voluntarias sacó una caja del fondo de la habitación y la petición se hizo realidad en forma de sábanas de cuna, mantas y otros ropajes necesarios para el día a día de un bebé prácticamente recién nacido.

«La verdad es que tenemos tantas cosas que estamos deseando dar y dar porque recibimos mucho más de lo que sale», apuntó Queta. Y no miente, porque durante la hora y media que el ropero permanece abierto, es incesante la llegada de donaciones. Ese cambio de armarios al que nos referíamos antes ayuda, pero también que los jueves se celebra el tradicional mercadillo peñarandino y es costumbre que desde los pueblos de la comarca se desplacen a la ciudad centenares de personas, que aprovechan para hacer la compra semanal y para dejar en el ropero bolsas. «Nos han traído cuatro cajas de ropa y otras tantas de pañales para personas mayores, que no sabemos qué hacer con ellos», reconoce Rocío, hija de una de las voluntarias, Juani, que acude con su madre a echar una mano en el ropero.

Intermediarias

Ese es uno de los problemas con el que se encuentran las integrantes de Santa Águeda, recibir donaciones de objetos que, estrictamente, no corresponden con la función del ropero. Pero si hay problema hay solución, y más en un pueblo como Peñaranda en el que todos se conoce. «Intentamos pensar en las personas que están pasando por dificultades y nos ponemos en contacto con ellas».

Puede ser que lo único malo de esta labor sea la desagradable y desagradecida respuesta que reciben por parte de algunas personas que acuden en busca de ropa. «Esto no es una tienda y no deberían pensar que pueden elegir», señala Queta, que remarca que «todo el mundo es tratado con respeto y aquí queremos que haya normalidad, pero la verdad es que hemos visto y nos han dicho de todo en estos años». Gente que acude más veces de lo que es lógico, o que pide y pide ropas y enseres más allá de lo normal, o que compara lo recibido con el del al lado y muestra su decepción con malos modos y gritos. Circunstancias puede que no muy políticamente correctas de decir en los tiempos que corren, pero que existen y que las voluntarias de Santa Águeda viven y sufren cada día que el ropero abre sus puertas.

Asimismo, también las Madres Carmelitas reciben el apoyo del ropero en forma de mantas, que vienen bien para pasar el invierno entre los fríos muros del convento de la Encarnación. Una labor encomiable, en general, que sale de la firme voluntad de unas pocas mujeres, que no fallan a su cita los primeros y los últimos jueves de cada mes, entre las 11 y las 12:30 horas.

Este dato es importante porque las voluntarias solicitan que no se dejen donaciones en la puerta de la sede del ropero, sino que aquellos que quieran ceder bolsas con ropa se ciñan al horario de apertura. «Por aquí pasa mucha gente y nos hemos encontrado muchas veces las bolsas abiertas, con la ropa manoseada», comentan.

Y sobre todo, como decíamos al principio, que sólo se entreguen aquellas cosas que de verdad pueden tener una utilidad para otras personas. Ropas y zapatos viejos y rotos corresponden mejor al punto limpio de la ciudad, que a las estanterías de este ropero. Aunque haya buena fe en la entrega, es mejor valorar en casa si aquello que ya no nos sirve puede dar servicio a otra gente. Sin olvidar lavar la ropa antes de entregarla al ropero, para ahorrarles sustos y momentos desagradables a las voluntarias. El próximo día de apertura del ropero será el jueves 27 de noviembre, desde las 11 a las 12:30 horas.

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