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En la zona del arroyo del Zurguén existen carteles que recuerdan tanto a la vía romana de la Plata como a la Cañada del mismo nombre.
Las vías pecuarias, restos históricos de un mundo que nos hizo como somos

Las vías pecuarias, restos históricos de un mundo que nos hizo como somos

Con sus diferentes medidas, vertebraron la Península Ibérica y facilitaron las comunicaciones. La asociación salmantina Trochas Viejas permanece alerta sobre cualquier tipo de daño que se cause a estos caminos

Cecilia Hernández

Sábado, 16 de agosto 2014, 12:47

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En otro tiempo eran las autopistas que facilitaban la comunicación, extendiéndose a lo largo y ancho de toda la Península Ibérica. Poco a poco la llegada de la industrialización las relegó al olvido y los lugares en los que, décadas atrás, se enseñoreaban los rebaños quedaron restringidos a otros usos, no siempre adecuados a lo que fueron y representaron. Las cañadas reales, o los cordeles, o las veredas, que esos son sus nombre en función de la anchura con la que contaran, son un testimonio del pasado no siempre bien entendido por los propietarios de las tierras que atraviesan. Javier González, presidente de la asociación Trochas Viejas, que se dedica a la defensa de estos caminos públicos, explica que existen dos aspectos. Uno, la continuidad de los trazados, que, mal que bien, está en términos generales, garantizada. Otro, la anchura, que «se cumple muy poco». Y es que cada tipo de camino público contaba en sus orígenes con un ancho predeterminado. El mayor correspondía a la cañada, con 90 varas, unos 75 metros, al que seguían el cordel con 45 varas, 37,5 metros, la vereda, 25 varas, 20 metros y las coladas, aquellas vías de menos de 20 metros. La acción del hombre y el poco cuidado que las autoridades han ocasionado que, en muchas ocasiones, estos caminos históricos no mantengan la anchura que deberían. «Por una cañada podían cruzar perfectamente dos rebaños de ovejas sin tocarse», explica González, que también preside la organización Caminos Históricos de Salamanca y que hace unos años escribió un libro sobre las vías pecuarias que partían de la ciudad del Tormes, 17 en total. Las más amenazadas de todas al encontrarse en un ambiente urbano, aunque cuentan con el reconocimiento del Plan General de Ordenación Urbana. Son, en concreto, la Cañada Real de la Plata (en dirección Zamora y Cáceres), el cordel de Toro, la colada Calzada Vieja de Valladolid, el cordel de Medina, el cordel de Valladolid por Cantalapiedra, la vereda de Madrid, la vereda de Encinas de Abajo, la vereda de Alba de Tormes, la colada Calzada de Monterrubio, el cordel de Miranda, la vereda de Linares, la vereda de Vecinos, el cordel de los Alambres, la Cañada Real de Extremadura, la vereda de los Mártires y la vereda de Ledesma.

Algunas de estas vías están ahora mismo ocupadas por calles o por edificaciones. Es el caso de la Cañada Real de la Plata, dirección Zamora, que pasa por el Puente Romano, asciende por el paseo del Rector Esperabé y sigue por el paseo de Canalejas hasta pasar por la calle Valencia y por el paseo de Torres Villarroel hacia la carretera de Zamora. Una vía que, como se puede comprobar, no mantiene el trazado de la calzada romana con la que comparte el nombre. Algo común, según explica Javier González. «El trayecto denominado de la Plata puede referirse a la calzada romana, al Camino de Santiago sur y a la Cañada Real, pero esta última no comparte siempre recorrido».

En busca de la protección de estos caminos históricos, la asociación Trochas Viejas ha llegado a acudir al Procurador del Común, aunque la respuesta que han recibido se parece a la que les dieron las administraciones en un primer momento: el poco dinero que hay tiene que ir para cosas más urgentes que la protección de estas vías. «En Castilla y León se ha abandonado el tema, al contrario que en comunidades como Extremadura, donde se tiene más respeto por estos caminos». Trazados que sirven de rutas para aficionados al senderismo y a la bicicleta, y como transmisores silenciosos de un pasado que sigue vivo, aunque la trashumancia haya desaparecido prácticamente y solo se mantenga, en algunos lugares, como un recurso turístico más. No obstante, en los últimos tiempos sí que se han dado algunos tímidos pasos por parte de las administraciones públicas para al menos asegurar la permanencia de determinados trozos de las cañadas. Es el caso de los deslindes de la Cañada Real de la Plata aprobados a principios de este año en las localidades de Calzada de Valdunciel y Topas. En las resoluciones publicadas a tal efecto en el Boletín Oficial de Castilla y León se reconoce que el trazado de la cañada fue cortado abruptamente por la autovía A66, pero se ordena que se subsane esta incidencia «mediante la incorporación a la Cañada del camino de servicio y paralelo a la autovía en un tramo de 381 metros hasta llegar al cruce de la carretera de Valdelosa». Eso sí, en esa zona la anchura de la vía pecuaria que debería ser de 75 metros se reduce a unos testimoniales 14. Algo es algo, porque si se lee con detenimiento la descripción del trazado, se puede observar como la vida de las actuales cañadas es una sucesión de obstáculos, estrechamientos e interrupciones.

Otro problema con el que se suelen encontrar estas vías pecuarias, quizás más relevante en las de menor tamaño, es el de las fincas privadas. Al ser caminos públicos y estar catalogados como dignos de cuidado y conservación, los propietarios no pueden impedir el paso por ellos, aunque eso suponga que tengan que admitir a personas ajenas en sus campos. «No se dan muchos casos en la provincia, pero alguno sí que nos hemos encontrado», explica Javier González. Son casos que, en su opinión, «claman al cielo», sobre todo cuando los dueños cierran el paso con alambradas. «Tienen que dejar una puerta, que se pueda abrir y permita el paso, porque ese es el fin de las vías pecuarias», concluye el experto.

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