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Suárez se levanta en ayuda de Gutiérrez Mellado cuando el vicepresidente se enfrenta a los guardias civiles golpistas. / Efe
Suárez, el héroe del 23 -F
ADIÓS AL PADRE DE LA DEMOCRACIA

Suárez, el héroe del 23 -F

Cuando Tejero le conminó a punta de pistola a sentarse, él le respondió con la orden de que se cuadrara

ANTONIO PAPELL

Lunes, 24 de marzo 2014, 18:37

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El 23 de febrero de 1981, el teniente coronel Tejero tomó violentamente el Congreso de los Diputados durante la sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, cuando el plenario estaba votando. El teniente general Gutiérrez Mellado, ministro de Defensa, sentado en el banco azul, se puso en pie para ordenar con firmeza a Tejero que depusiera las armas ante su autoridad, y Adolfo Suárez le secundó, también en pie, mientras Tejero forcejeaba con su superior para intentar derribarle, sin éxito. Los guardias alzados dispararon al aire para controlar la situación y solo tres personas resistieron gallardamente sin humillarse: Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo. La dignidad del Estado, mancillada por aquellos golpistas, se había salvado gracias a la valentía del presidente del Gobierno saliente, de quien comandaba en aquel momento los Ejércitos y del personaje más característico de la oposición al franquismo.

La leyenda de Adolfo Suárez, que pasará a la historia como el forjador de la democracia española, se acrecentó con aquel gesto de valor personal, que se reiteraría más tarde, cuando, después de haber sido sacado del hemiciclo junto a los principales líderes y conducido a otras habitaciones, Tejero le amenazó con su pistola y Suárez le ordenó cuadrarse. La escena fue tensa y dramática, pero finalmente el militar bajó el arma.

En realidad, el golpe del 23 -F, que fue el resultado de varias conspiraciones civiles y militares -la trama civil no llegó a ser íntegramente detectada tras la cuartelada-, fue una acción contra Suárez, la bestia negra de los involucionistas y nostálgicos. La derecha cerril que no se adaptó a los tiempos nuevos achacaba al primer presidente democrático su impotencia ante el terrorismo -el de ETA y el de los grupos de extrema izquierda, Grapo y Frap-, su responsabilidad en la desmembración de España -la formación del Estado autonómico-, la legalización del Partido Comunista, etc. En el seno del propio ejército, sectores poderosos no veían con buenos ojos la transición ni, por lo tanto, a quienes la habían auspiciado, y aunque el Rey consiguió templar muchas de las inquietudes castrenses, era bien evidente que persistían voluntades contrarias al afianzamiento del régimen de libertades. Y todo aquello transcurría en un clima de crisis económica que enturbiaba aún más la seria dificultad política que se estaba viviendo.

Por añadidura, en el seno del Gobierno de la UCD, una formación de aluvión, habían comenzado las pugnas y rivalidades internas, que debilitaron seriamente al Gobierno. Adolfo Suárez, la personalidad que había conseguido ser eficaz brazo ejecutor del proyecto tramado por el Rey y por él mismo, ya no era necesario para construir la normalidad. De hecho, aquel personaje desclasado, que provenía de las profundidades del franquismo sociológico, había acabado siendo un estorbo para los partidos emergentes, para los políticos que se creían con mayor derecho a vertebrar el mapa ideológico del país. El Consejo de Ministros se había convertido en un verdadero campo de batalla en el que lo menos importante era el interés general. Y Suárez, que había ganado las elecciones de 1977 y de 1979, comprendió que mantenerse en el poder en aquellas circunstancias, era poner en riesgo lo conseguido. De hecho, en aquel famoso discurso del 29 de enero de 1981 en que anunció su dimisión expresó con claridad aquellas conocidas ideas: me voy porque «no quiero que el sistema de convivencia democrático sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España».

Mucho se ha especulado con la información que pudo tener Suárez de los preparativos de 23 -F; probablemente, poca, pero sí estaba al tanto, como lo estaban sus servicios secretos, de que había numerosas conspiraciones en marcha, duras y blandas, que en cualquier momento podían tomar corporeidad y materializarse. De hecho, el 23 -F fue claramente una combinación de golpes, ya que poco tenían que ver las pretensiones de Milans del Bosch, golpista que sacó los tanques en Valencia, con las de Armada, quien pretendía presidir un ilegal gobierno de concentración en el que estuvieran presentes representantes de las fuerzas políticas.

La dimisión de Suárez, espoleta del golpe posterior, no fue sin embargo inútil: la gran repulsa ciudadana tras la cuartelada sirvió de eficacísima vacuna contra el golpismo, y de hecho a partir de aquel momento el Ejército se asentó en su línea de impecable neutralidad, que todavía dura, al tiempo que desaparecían todas las amenazas golpistas, súbitamente desacreditadas y por tanto inviables. Pero de aquel episodio agridulce y tragicómico quedan dos imágenes imborrables que han pasado a la historia: la del furioso teniente coronel Tejero empuñando una pistola, símbolo de la más radical intolerancia y del triunfo de la fuerza sobre la inteligencia, y la de aquellos dos hombres, Suárez y Gutiérrez Mellado, defendiendo en pie, con gesto decidido, el imperio de la ley y el triunfo de la libertad.

Han muerto ambos, también murió no hace mucho Santiago Carrillo, pero la memoria de todos ellos se ha vuelto ya indeleble.

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