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El actor cuando recibió en 2008 el Goya de Honor./ Archivo | U. Izquierdo
Muere Alfredo Landa, un cómico genial «empotrado» en la memoria colectiva de varias generaciones
luto en el mundo del cine

Muere Alfredo Landa, un cómico genial «empotrado» en la memoria colectiva de varias generaciones

El intérprete de 'Los Santos Inocentes' y de 'El crack' estaba retirado del cine y de la vida pública

MIGUEL LORENCI

Sábado, 11 de mayo 2013, 19:25

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De haber nacido en Estados Unidos y trabajado en Hollywood se habría ido de este mundo con un par de Oscar en el zurrón y el reconocimiento universal como de los grandes actores del su oficio. Pero Alfredo Landa, fallecido este jueves a los ochenta años, había nacido en Pamplona y rodado en España, de modo que su enorme talento, siendo parejo al de colegas como Jack Lemmon o Walter Mathau, no brilló a la altura que merecía en el cine internacional. Cómico genial y de excepcionales dotes dramáticas, este Jano del cine ibérico que alternó sus caras cómica y trágica, amante del mus, el vino y el buen yantar, nos deja con tres goyas en su palmarés, reconocido como mejor actor en Cannes y empotrado en la memoria colectiva de las varias generaciones de españoles que rieron y lloraron con el padre del landismo. Su muerte cierra una época y nos deja en herencia un subgénero tan genuino como inimitable, fruto de un talento poderoso del que nos permitió disfrutar a lo largo de más de medio siglo.

Un genio múltiple y portentoso que le permitió ser el actor cómico mas señero de su época, al tiempo que inscribía su nombre con letras de oro en los anales del cine dramático y de autor, con memorables interpretaciones como el Paco el Bajo de Los Santos Inocentes, de Mario Camus, el detective Germán Areta en El crack, de José Luis Garci, uno de su directores fetiche, el Sancho que dio la réplica a Fernando Rey en la serie de Gutiérrez Aragón con guion de Cela.

En una carrera desigual y plagada de altibajos se convirtió pronto en uno de los actores más queridos por el público y respetado del cine español. Pamplonés de nacimiento y donostiarra de adopción, Alfredo Landa se dedicó desde muy joven al teatro profesional, labor que alternaría luego con el cine, el doblaje, la televisión y la publicidad.

Nacido en la capital navarra el 3 de marzo de 1933, debutó en el teatro en San Sebastián. Saltó a Madrid en 1958 con la obra Nacida ayer, y durante tres temporadas formó parte de la compañía titular de teatro María Guerrero, estrenando entre otros títulos Eloísa está debajo de un almendro, Los caciques o Juana la Lorena. Se atrevió hasta con la comedia musical americana, donde cantaba y bailaba, en Yo quiero a mi mujer. Los primeros aplausos que recibí fueron un destello y un relámpago; oí un voz que me dijo tú tienes que ser cómico. No habría sabido ser otra cosa, explicaría Landa.

Vis cómica

La alternativa en el cine le llegó en 1962 de la mano de José María Forqué, que le ofreció a sus 29 años un memorable y entrañable papel en Atraco a las tres junto a José Luis López Vázquez y Gracita Morales. Desde entonces no dejó de trabajar en un medio que explotó su vis cómica y en el que encadenó casi centenar y medio de títulos a las órdenes de todos los grandes de nuestro cine, pero también de los más comerciales y oportunistas.

Intervino en El verdugo y La vaquilla de Luis García Berlanga, protagonizó El crack de José Luis Garci, El bosque animado y La marrana de José Luis Cuerda, y Los Santos Inocentes de Mario Camus, por cuya interpretación ganaría el premio de Cannes al mejor actor en 1984, o en Tata mía, de Jose Luis Borau. Pero la enorme popularidad que alcanzó se debe a la parte más casposa, machista y carpetovetónica de su carrera, a una hilarante y constante presencia en las españoladas y cintas de destape de los setenta.

La filmografía que apuntala ese genuino e inimitable landismo se alimentó de títulos como La niña de luto, Nobleza baturra, Los guardiamarinas ¿Qué hacemos con los hijos?, Las que tienen que servir, Los subdesarrollados o Cateto a babor, Vente a Alemania, Pepe, Manolo, la nuit, París bien vale una moza, Lo verde empieza en los Pirineos o No desearás al vecino del quinto, botones de muestra del registro 'landista que el propio acto definió como una forma de ser, de actuar y de ver la vida.

Con No desearás al vecino del quinto arrasó en taquilla al principio de los setenta, cinta que solo sería destronada como la película más taquillera del cine español por Torrente 2 casi cuatro décadas después. Yo no creé esa palabra, pero estoy agradecidísimo al tío que la creó. El landismo ha marcado y, aunque muchos se han referido a él peyorativamente, hoy se habla de él como un fenómeno de la sociedad del que no reniego, repetía. Estaba orgulloso además de encarnar al macho ibérico, al bajito reprimido que mira con descaro las tetas del suecas que llega a la playas españolas de los setenta, y de que aquellas películas que siempre hice con ilusión siguieran teniendo tirón muchos años después.

Garci, una relación de ida y vuelta

En 1976 llega El Puente, de Juan Antonio Bardem, y en 1979 Las verdes praderas, primera colaboración con Garci y punto de inflexión en la carrera de Landa, que se descubre como actor de calidad en el registro dramáticos. Repite con Garci en El crack, La próxima estación y El crack II y se consagra con Los santos inocentes, el filme de Mario Camus basado en la novela de Miguel Delibes y por el que obtuvo la palma de Cannes compartida con su compañero de reparto Paco Rabal.

José Luis Garci fue uno de sus directores talismán y con él repetiría de nuevo en Canción de cuna, Historia de un beso, Tiovivo c.1950 y Luz de Domingo, su despedida de la interpretación. Una amistad de cuatro décadas que fue muy intensa pero que se truncó cuando un Garci en permanente guerra con la Academia de Cine se negó a entregar a Landa el Goya de honor que recibiría de manos de Pepe Sacristán y José Miguel Rollán en 2007.

Pasado el sarampión del destape, y relativamente olvidado por el cine, en la televisión encontraría un refugio de madurez dignificando con su presencia series como Ninette y un señor de Murcia y Tristeza de amor a mediados de los ochenta y Lleno por favor y Por fin solos en los noventa.

Reconocimientos

Apartado de las cámaras en 2008, con problemas de salud cada vez más evidentes, recibió el premio de la Unión de Actores por su papel en Luz de domingo, de José Luis Garci, la Medalla de Oro del Ayuntamiento de Madrid y el Premio Príncipe de Viana a la Cultura 2008 en su Pamplona natal y de manos del Príncipe de Asturias.

Puro carácter, hombre de bien y con el corazón a la derecha, él mismo recorrió su vida en Alfredo el Grande. Vida de un cómico en 2008 auxiliado por el periodista y crítico Marcos Ordóñez. No hablo mal de la gente, solo constato la realidad, dijo en un repaso a su vida en la que repartía leña y calificaba al productor José Luis Dibildos de timador profesional o a la actriz Gracita Morales de caprichosa, despótica e intratable. Muy suelto de lengua, afirmó que en el cine español solo hay media docena de señores con talento, que lo hacen bien y lamentó que a menudo la oferta de nuestra cinematografía fuese pura morralla.

Contó también cómo en 2004 se repuso de un cáncer de colon al que plantó cara con energía y buen humor. Si hay que morirse, pues se muere uno, que ya he vivido lo mío. Mi vida ha sido cojonuda. En algún momento tiene que acabar, le dijo a Marcos Ordóñez. En 2009 sufriría un ictus que le postró en una silla de ruedas durante varios meses.

Entre los muchos galardones que jalonan su larga carrera están el premio al mejor actor del Círculo de Escritores Cinematográficos en 1980 y 1982, el premio Luis Buñuel, el Tambor de Oro de San Sebastián, el premio al actor más taquillero del año en repetidas ocasiones, el Goya al mejor actor en 1988 por El bosque animado y en 1993 por La marrana, la medalla de Bellas Artes del Ministerio de Cultura en 1991 o el premio del Festival de cine de Moscú. En 2007 llegaba el Goya de Honor, el tercero de su carrera. Se lo debo a mi profesión que ha sido lo mejor de mi vida, lo que más aprecio, dijo un Landa emcionado, al borde de las lágrimas y confortado por los aplausos de sus compañeros pero balbuciente y desorientado, con serios problemas para hilar su discurso de agradecimiento.

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