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Perfil

El vendaval pudo con el esprínter

Rubalcaba siempre supo que no corría para ganar sino para llegar a meta y, si podía, con buena marca personal

ALFONSO TORICES

Lunes, 21 de noviembre 2011, 12:56

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Sabía que iba a perder, pero se presentó. Cuando el PSOE miró hacia Alfredo Pérez Rubalcaba no buscaba al candidato que debía arrebatar la Moncloa a Mariano Rajoy sino al único cartel electoral posible, el único nombre que cotizaba por encima de las devaluadas siglas del partido tras el paso al costado de José Luis Rodríguez Zapatero, abrasado por la congelación de las pensiones, los cinco millones de parados y percibido por la izquierda como un presidente vendido a los mercados.

El único objetivo real de cara a la generales era evitar la debacle. Rubalcaba, un buen 'sprinter' en su juventud pese a su actual aspecto frágil y enfermizo, no corría para ganar. Quizás en algún momento llegó a hacerse esa ilusión, pero en el PP lo tuvieron muy claro: "Lo mandan al matadero". Daría las zancadas con un vendaval en contra. Bastaba llegar entero a la meta y, si podía, con una buena marca personal. De poco iba a servir en esta ocasión su reconocida habilidad en la distancia corta y la fama de "feo que encandila".

Su partido, tras dejarse 3,5 millones de votos y casi todo el poder territorial en las municipales de mayo, no quiso experimentos, léase Carme Chacón, y se agarró a lo seguro: un dirigente con 37 años de carné, curtido desde 1982 en todos los gobiernos y encrucijadas socialistas, el ministro más valorado, gran orador y negociador respetado y temido por sus adversarios, y percibido en la calle como un político y estratega brillante, experimentado y capaz, con notas superiores incluso a las del líder del PP.

El camino quedó trazado en el otoño de 2010, con su ascenso a vicepresidente primero. Fue el guiño de Zapatero, bendecido por José Blanco, José Bono y otros dirigentes y barones socialistas.

Rubalcaba no se iba a echar atrás por crudo que pintase el reto.

Nunca lo había hecho. Siempre estuvo dispuesto a bregar con las situaciones más complicadas y, hasta ahora, casi siempre con éxito.

"La política es su vida", repiten todos sus compañeros, que no le conocen otra ocupación de ocho de mañana a las diez de noche y que siempre le recuerdan con el traje azul y la corbata que no se quita ni para los mítines.

Tiene una dilatada trayectoria de fontanero-jefe y 'bestia negra' de la oposición. Lo hizo con Felipe González, siendo el portavoz del Gobierno en los tiempos de los GAL, Roldán y Filesa, y lo volvió a hacer para Zapatero, como director de campaña en su primera victoria, muñidor de los pactos del Estatut y con la izquierda en la primera legislatura, o negociador con ETA, primero, y azote, después, patinazo del Faisán incluido. Siempre apostó mal en las peleas por el liderazgo interno, apoyó a Joaquín Almunia, José Bono o Trinidad Jiménez en diferentes lizas internas y siempre perdió, pero sus virtudes para desenredar madejas, pactar con los opuestos y cumplir los encargos hicieron que los vencedores siempre contaran con él. "Es la única persona capaz de tirarse a una piscina en Toledo y salir en León", exclamó un dirigente manchego cuando Zapatero lo llamó a su lado pese a su apoyo a Bono.

Su drama, en todo caso, es que después de ser durante décadas una de las mejores voces del coro socialista se le ha atragantado la nota la primera vez que ha tenido posibilidad de ser solista. No se puede decir que no lo intentase -"se ha dejado la piel", según propios y extraños-, pero hizo la campaña con un partido con los brazos caídos y la única ayuda entusiasta de González, pero con la mácula de ser la mano derecha de Zapatero, y en la que todo lo que podía salir mal para sus intereses, salió -reforma liberal de la Constitución, subida del paro y crisis de deuda, 'caso Blanco', escudo antimisiles-, incluido algo que solo estaba en su mano, no ganó el 'cara a cara' con Rajoy.

El ministro de ETA

De poco sirvió su campaña ininterrumpida de cuatro meses, con hasta siete actos por día en la última semana, y que este agosto renunciase a los días en Llanes con su mujer, doctora en Química como él, a sus baños en el Cantábrico, a sus partidas de mus y sus puritos, a las novelas negras o a las sobremesas con los amigos.

Especialmente con Jaime Lissavetzky, compañero de facultad y casi un hermano desde que a los siete años se conocieron en el madrileño Colegio del Pilar, en cuyo patio se fotografiaron con Gento, mito de su otra gran pasión, el Real Madrid. La agenda de infarto no le ha dejado tiempo ni para comer, ayuno por el que no sufre porque es de frugalidad extrema, pero también limitó el tiempo de estar con la familia, no tiene hijos, pero dos sobrinos viven con él.

La incógnita es si, a sus 60 años, ha llegado al fin de su carrera o tratará de liderar el PSOE y la oposición. El exministro, que como siempre actuará con cálculo y sopesará las posibilidades antes de mover ficha, ha dado como única pista que su proyecto es "para cuatro años". Tendrá fieles, que creen "se lo ha ganado", y sin duda rivales. Cabe la duda de que si por segunda vez, como en 2008, amagará con dejar la política. Entonces Zapatero tuvo que emplearse a fondo para convencerle de que repitiese en Interior.

Muy afectado por la muerte de tres familiares en pocos meses, confesó a sus íntimos que "a veces tienes ganas de apretar el botón y parar". En su decisión no pesará el dinero, de familia acomodada, su padre era piloto de Iberia, declaró en el Congreso un patrimonio de algo más de un millón de eurpor buena toda mi carrera", afirmó en San Sebastián, mientras se secaba alguna lágrima dos días después de que la banda anunciase el "cese definitivo" del terrorismo.

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