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Debacle socialista

La amarga despedida de Zapatero

Pretende ser garante de un traspaso de poder limpio y eficaz tanto en la Moncloa como en el PSOE, donde ya afilan los cuchillos

PAULA DE LAS HERAS

Lunes, 21 de noviembre 2011, 14:26

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Con un ojo puesto en la prima de riesgo y con el otro atento a la campaña del hombre en el que, resignado, delegó la responsabilidad de sacar a flote la maltrecha nave socialista tras el batacazo electoral de mayo. José Luis Rodríguez Zapatero ha vivido los últimos 15 días en una tensión permanente, aunque en un segundo plano. Se echó a un lado convencido de que era lo mejor para su partido, pero ni su carácter ni su sentido político ni, por supuesto, su cargo como presidente del Gobierno le permiten ahora desaparecer del mapa.

La delicada situación en la que se encuentra el país, inmerso en la peor crisis de las últimas décadas, acosado por las exigencias de los mercados, en puertas de una recesión en la zona euro y con la amenaza de verse abocado a pedir auxilio a la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional para poder hacer frente a su deuda, obliga al jefe del Ejecutivo a liderar un rápido y eficaz traspaso de poderes.

Formalmente, Mariano Rajoy no puede ser investido presidente antes del 20 de diciembre, pero Zapatero pretende que ya antes pueda disponer de toda la información que precise para tomar las riendas del Gobierno en condiciones óptimas. Es clave la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea del 9 de diciembre en la que podría verse alguna concreción sobre la articulación del fondo de rescate. El jefe del Ejecutivo entiende que no puede condicionar de ninguna manera a su sucesor en la Moncloa y buscará concertar con él la postura de España.

En el entorno de Zapatero siempre se recalca que el político leonés será un expresidente atípico, que admira el respeto reverencial que muestran los gobernantes estadounidenses hacia cada uno de los inquilinos de la Casa Blanca y que en sintonía con esa visión de las cosas se apartará de la primera línea política y no interferirá en las cuestiones de su país ni de su partido. Pero para dar ese paso aún tendrá que esperar.

Ni siquiera cree que sea posible desentenderse de sus deberes como secretario general del PSOE así como así. Una cosa es que dejara a Alfredo Pérez Rubalcaba que ejerciera como líder indiscutible de su propia campaña y otra que no se sienta en la obligación de actuar como garante del orden en su propio proceso de sucesión, porque la batalla por el liderazgo socialista promete ser cruenta.

En el partido, aún así, hay quien pone en duda su autoridad para ocupar el papel de árbitro. Él, que gozó de una falta de contestación interna que le permitió siempre actuar según sus instintos, se ha achicharrado en esta crisis no sólo a ojos de los ciudadanos sino también a los de una buena parte de los dirigentes y militantes del PSOE.

Desagravio

Ese es el motivo por el que su participación en la campaña de Rubalcaba fue mínima. Ni siquiera ha celebrado muchos mítines por su cuenta, al contrario que José María Aznar en 2004. Más allá de algunos contados con sus 'amigos' más fieles -José Blanco en Lugo, Leire Pajín en Alicante o José Antonio Alonso en León- su dos grandes momentos fueron un homenaje del Partido Socialista de Euskadi en Vitoria -el fin de ETA es una de las pocas alegrías con las que se despide- y el macromitin de Málaga, el pasado miércoles, ya pasado el ecuador de la campaña.

Aquel fue el único escenario que compartió con Rubalcaba y, en el último momento, se reconvirtió en un acto de reivindicación del socialismo en democracia con vídeos de Felipe González y Alfonso Guerra, y la presencia de valores al alza en un descapitalizado PSOE como el lehendakari, Patxi López, el diputado vasco Eduardo Madina o la secretaria de Organización de los socialistas andaluces, Susana Díez. Así y todo, Zapatero tuvo su momento de desagravio. "Nos deja nuestro mayor capital: puso el interés general por encima del partido", aseguró el candidato.

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