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Un pueblo de leyenda
covarrubias

Un pueblo de leyenda

La localidad burgalesa de Covarrubias, que forma parte de la ruta del Cid, custodia los restos de una princesa noruega medieval

David Valera

Jueves, 1 de enero 1970, 01:33

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Había una vez un pequeño pueblo burgalés de apenas 600 habitantes cuya historia daría para escribir voluminosos libros. Y en esas páginas se entremezclarían pasajes de amor y de odio, de alegría y de tristeza propios de la leyenda que acompaña a la vida de los personajes ilustres que dejaron su impronta por sus calles.

En su colegiata reposan los restos de una hermosa y joven princesa vikinga. Pero también, por sus empedradas calzadas cruzó montado sobre su caballo el mismísimo Cid Campeador camino del exilio. Y por si fuera poco, también hay espacio para la espiritualidad como parte de la Ruta de la Lana del Camino de Santiago. Este foco de historia es Covarrubias.

El pasaje más desconocido y fascinante comienza hace siete siglos y tiene como protagonista a una princesa noruega joven, alta, rubia y hermosa de nombre Kristina. Era la hija del rey Haakon IV, un monarca con visión de futuro.

Cuando todavía era una muchacha, Kristina supo que tendría que casarse con el infante Felipe de Castilla, uno de los hermanos de Alfonso X el Sabio. Tras el enlace, la princesa pidió como regalo de bodas la construcción de una capilla en honor a San Olav, patrón de su tierra. Sin embargo, no pudo ver cumplido su deseo ya que falleció cuatro años después.

Este relato, más propio de un cuento, estaba reflejado en varias crónicas de la época, sobre todo en las sagas nórdicas. Sin embargo, en Covarrubias se había convertido en una leyenda. Los vecinos contaban la historia de generación en generación como un elemento del folclore popular.

Hasta que en 1952 las obras en la iglesia desvelaron el misterio. Al levantar un albañil una lápida, aparecieron los restos de una joven. Estudios posteriores demostraron que se trataba de Kristina.

Bodas de conveniencia

Pero, ¿cómo terminó una princesa noruega en un pequeño pueblo burgalés? A mediados del siglo XIII, los reyes de Castilla y Noruega estaban interesados en estrechar lazos. En la época, los matrimonios de conveniencia eran un fórmula extendida de hacer política. Por tanto, el rey Haakon prometió a su hija con uno de los hermanos de Alfonso X. El matrimonio beneficiaba las aspiraciones comerciales de Noruega y permitía al rey castellano ganar un aliado en su carrera por convertirse en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

En 1257, Kristina, acompañada de 120 hombres como séquito, recorrió miles de kilómetros antes de llegar a Castilla. En Valladolid se casó con el infante Felipe el 31 de marzo de 1258 y se trasladaron al palacio de Vibarragel de Sevilla. La muerte sorprendió a la princesa en 1262, con 28 años. Fue enterrada en la colegiata de San Cosme y San Damián de Covarrubias, donde su marido había sido abad.

Una de las leyendas sobre la causa de la muerte asegura que no pudo soportar la añoranza de su tierra. Sin embargo, la enfermedad parece la causa más probable, en concreto, la meningitis. Aunque también hay quien sostiene, como la escritora noruega Mia Soreide, que fue envenenada por envidias dentro de la Corte.

Los homenajes a su figura en la localidad burgalesa están por todas partes, como la estatua de bronce inaugurada en 1978. En 1992 se creó la Fundación Princesa Kristina, que fomenta las relaciones hispano-noruegas y protege el legado de la princesa en el pueblo. Pero su principal hito se produjo en 2011 al cumplirse, siete siglos después, la promesa de boda del infante Felipe a su mujer, con la inauguración de la capilla de San Olav.

Una villa de otra época

Eso sí, la importancia de Covarrubias va más allá de las vivencias de la princesa vikinga. Esta localidad está ligada a la Historia. Uno de los mayores atractivos es su mercado medieval. Se puede disfrutar de él a mediados de julio, cuando todo el pueblo retrocede siete siglos y se engalana para conmemorar las victorias del Conde Fernán González y celebrar la llegada del verano y la cosecha.

Durante un fin de semana, los caballeros con sus armaduras y las damas y doncellas con sus trajes tradicionales, pasean por las calles. El objeto más deseado son las cerezas. Los visitantes las degustan en cada rincón. A esta popular fiesta acuden hasta 15.000 personas, que se funden con el paisaje y dan vida a una villa de otra época.

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