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La palentina Patricia Manchón, delante de unos edificios dañados de La Condesa. NORTE
CUANDO LA TIERRA YA NO TIEMBLA

CUANDO LA TIERRA YA NO TIEMBLA

Una maestra palentina recibe cursos de una terapeuta para ayudar a sus alumnos de La Condesa, una de las zonas de México más dañadas por el seísmo

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Lunes, 2 de octubre 2017, 20:48

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El colegio de La Condesa, donde trabaja Patricia, por fin ha colgado el dictamen de la Ciudad de México, expedido por la Secretaría de Educación, que permite a los trabajadores acceder de nuevo al edificio, después de días y días alejados de las pizarras, de los pupitres y de los libros, y rodeados del caos y la tristeza, siempre con la mascarilla puesta para evitar el polvo y las fugas de gas -que aún se siguen produciendo en cualquier calle-, días después del devastador terremoto que asoló el país mexicano.

El martes volvieron los educadores a las clases, cuyo suelo comenzó a temblar el pasado 19 de septiembre, cuyas paredes se movieron de lado a lado impidiendo a los niños agarrarse a la barandilla, en un inútil intento de bajar al patio del colegio, para que los mayores hiciesen un círculo agarrándose de los brazos y protegieran a los más pequeños. Horas antes del terremoto, que acabó con la vida de más de trescientas personas, el alumnado había realizado a la perfección el simulacro, ese que se realiza todos los 19 de septiembre desde 1985, año en el que se produjo el peor terremoto de la historia de México.

«Están guardando botellas de agua para construir casas porque los materiales son caros»

La profesora palentina Patricia Manchón, que estaba terminando la clase de Matemáticas para comenzar acto seguido la de Español en el momento del seísmo, ha entrado de nuevo en el colegio junto a sus compañeros para recibir un curso de una terapeuta sobre cómo tienen que afrontar la realidad los niños, asustados aún y algunos, sin casa -al igual que varios maestros-.

Todo parece indicar que ninguno de los alumnos ha perdido a familiares, aunque sí que han perdido a seres queridos cercanos, de cuatro patas y peludos, porque siguen apareciendo cadáveres y cadáveres de mascotas entre los escombros -sobre todo perros y gatos-, ya que en esa zona cada familia suele tener a más de uno y dos animales en casa.

Ansiedad y miedo

«Yo pensaba que estaba relativamente bien, pero salimos a la calle a llevar víveres o a echar una mano por el barrio y luego no consigo dormir y me duele todo. Y me digo a mí misma que no tengo nada, pero estos síntomas se dan después de haber vivido un suceso traumático, con ansiedad y miedo», reconoce la palentina Patricia Manchón, que lleva más de dos años en La Condesa -al oeste de la Ciudad de México- junto a su marido mexicano.

Un edificio dañado en el terremoto.
Un edificio dañado en el terremoto. NORTE

Patricia tiene en las retinas la imagen de algunos vecinos, entrando en sus casas -aunque esté prohibido y se puedan derrumbar- para bajar sus pertenencias. «Es gente que se ha quedado sin hogar, que ha estado toda la vida trabajando para tener una casita humilde y comprar los muebles, así que los ha sacado a la calle y vive allí para cuidar su armario o su estantería, porque es todo lo que tiene», relata con pesar.

«La gente duerme en la calle con sus muebles, porque es todo lo que tienen»

«El problema ahora es que hay que tirar muchas casas que están dañadas para reconstruirlas pero los materiales son demasiado costosos. Están pidiendo que se guarden las botellas de plástico de agua para construir casas, con las botellas rellenas de barro, como no hay recursos aquí tienen mucho ingenio, para la gente que lo ha perdido todo», explica la palentina.

La casa de Patricia, que abrió sus puertas a una compañera que perdió su piso, soportó el temblor, pero las paredes se han agrietado. «No paro de pensar si estaremos bien. Intentamos acceder a Protección Civil para que evaluasen nuestra casa pero no pudimos», explica.

Muchos propietarios de edificios están intentando comprar las licencias para que den por buenos sus pisos aunque estén en lamentable situación. «Están buscando pagar para conseguirlo, porque es gente que vive de eso y no quiere perder tanto dinero», señala.

La solidaridad de la población mexicana que copó portadas y telediarios ha continuado días después del terremoto. «Los centros de acopio, que son puntos de la ciudad donde puedes llevar alimentos, cosas de higiene o medicamentos, han recibido un montón de productos, que la gente iba al supermercado y compraba. Luego, desde estos centros se repartía por los albergues o los gimnasios habilitados para los que lo habían perdido todo», rememora. «Los vecinos salían de su casa con bocadillos y botellas de agua para repartir entre la gente o incluso llenaban su coche de víveres para llevarlos a los poblados más alejados», explica Patricia, que ha acudido al centro de acopio para llevar productos.

Aún no hay fecha fijada para que los pequeños vuelvan a las aulas, aunque los profesores continúan formándose para hacer lo más fácil posible el retorno de los pequeños a las aulas.

Desde España también se puede ayudar, a través de la Fundación Carlos Slim -que da cinco pesos por cada peso que se done- y de Unicef, que ha creado una campaña para ayudar a los que lo perdieron todo este fatídico 19 de septiembre.

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