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Rafael Martínez sube ayer al escenario del Principal para pronunciar el pregón, flanqueado por el alcalde y el presidente de la Diputación
Rafael Martínez eleva las fiestas del patrón a «gran acontecimiento del año»

Rafael Martínez eleva las fiestas del patrón a «gran acontecimiento del año»

El pregonero literario desgrana en el teatro Principal recuerdos de toros con su abuelo, casetas de tiro y charlatanes

Ricardo Sánchez Rico

Jueves, 28 de agosto 2014, 11:24

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Emotivo y cargado de historia, anécdotas y recuerdos de vivencias en San Antolín fue ayer el pregón literario pronunciado por el historiador del Arte, experto en patrimonio y jefe del Servicio de Cultura de la Diputación, Rafael Martínez, un personaje clave en la cultura palentina, académico de la Institución Tello Téllez y delegado de la Junta desde 1996 hasta 1999, que no defraudó a los espectadores del teatro Principal.

Martínez elevó las fiestas de San Antolín «a gran acontecimiento del año», y empezó su pregón literario aludiendo a ellas desde el prisma de un niño del comienzo de los años 60 para quien feria «era la palabra mágica que aparecía en el horizonte de la lejanía al comenzar cada año». Martínez resaltó cómo su abuelo Ángel era quien le dada aviso de la cercanía de las fiestas, al poner un gran cartel de toros montado en un bastidor de madera entre los dos balcones de la casa en la que vivían entre los Cuatro Cantones y la Bocaplaza, encima de la confitería Garrido, el negocio familiar y que daban a la Calle Mayor. Rememoró también Rafael Martínez al cortejo de «empurados» aficionados a los toros que cruzaban la Plaza Mayor y se dirigían hasta la plaza de Abilio Calderón, «donde unas inmensas tapias regularizaban la manzana en la que se levantaba el viejo coso palentino», y refrescó en su retina el pase del desprecio que vio hacer allí al maestro Antoñete.

Habló el pregonero de la plaza de toros vieja, derribada en 1976 e inaugurada con motivo de la Feria de San Antolín de 1856, y de su bautizo de sangre el 5 de junio de 1870, cuando el toro Girón acabó con la vida del matador Agustín Perera. Pero también lo hizo Rafael Martínez de la nueva plaza de toros de Campos Góticos, que se levantó en cien días «en un país en el que las obras públicas siempre se retrasaban» y que fue inaugurada el 2 de septiembre de 1976 con astados lidiados por Paquirri, José María Manzanares y El Niño de la Capea. Hizo hincapié Martínez en que el entretenerse en su pregón literario en la plaza de toros obedece a que «toros y fiestas populares es un binomio inseparable acuñado por la historia en la cultura de la Península y, por ende, en Hispanoamérica». Añadió el historiador del Arte y jefe del Servicio de Cultura de la Diputación que los festejos taurinos en Palencia se celebraron en principio en la plaza de San Antolín, «hoy la Inmaculada» , y que, aunque están documentadas las corridas desde al menos los primeros años del siglo XVI, «es probable que ya se corrieran toros con anterioridad».

Tras el inciso taurino, retomó el pregonero literario sus primeros recuerdos de las ferias de San Antolín, cuando contaba con apenas seis años, allá por 1960, y cómo el Real de la Feria, entonces instalado en lo que luego sería la avenida de Cardenal CIsneros, se llenaba de casetas al tiro al blanco con carabina, de tiro con bolas a los monos y de hamburgueserías, «que proporcionaban la ocasión de comer hamburguesas, que el resto del año no había en la ciudad». «La auténtica tómbola popular palentina se instalaba en la trasera del Ayuntamiento, la de la Caridad, con aquellos cartoncitos de premios con fotografías de bonitas vistas de ciudades de España en el reverso, envueltos en sobres con un dibujo de cestilla azul y blanca, y abundante en premios», apostilló Rafael Martínez, quien aludió también al Circo Atlas de los hermanos Tonetti, «el más afamado y el que gustaba a mi abuelo, que nos invitaba al espectáculo todos los años».

Reconoció el pregonero literario cómo, en su pubertad, lo que más le gustaba de la feria era «tirar con carabina», y que «incluso algunas veces sisaba alguna moneda para poder tirar y jugar al bote de los almendreros en la feria, con la esperanza de multiplicar la bolsa, pero que lo que más le «embobaba» era escuchar a los charlatanes en la Plaza Mayor. «Se colocaban cerca del estanco de Consuelo, un punto estratégico, próximo a la Plaza de Abastos y a la Carrionesa, podríamos decir un obligado lugar de paso para los que venían de la provincia. Donan Pher vendía bolígrafos de dos colores, vestido con sahariana, pantalón corto y salacot, acompañado de fotografías en el que se le veía jugando con grandes serpientes, gorilas y tigres. Eso debía de ser el gancho, pues luego de mayor no he conseguido encontrar la relación entre un explorador de África y un bic», añadió Rafael Martínez, que pasó después a hacer memoria de sus recuerdos de comienzo de juventud, allá por 1970, relacionados con San Antolín, como a Mariemma y su ballet en el teatro Principal, al palentino Isacio Calleja con el Atlético de Madrid jugando contra el Palencia en La Balastera, o a Fórmula V y Los Bravos actuando en La Ribera.

«Siendo ya mayor de edad y estudiante universitario, lo que más me apetecía de las ferias era poder salir de noche con mi novia e ir al teatro, a algún espectáculo de los Festivales de España, y a la Verbena de la Prensa», afirmó el pregonero literario, quien, «con la carrera acabada, ejerciendo ya mi profesión, vi las ferias de otra manera», aludiendo a su evolución con «la llegada de las peñas de fuera, el nacimiento de las de aquí, la modernización de las atracciones y los puestos de los feriantes y el nuevo cambio de ubicación del Real».

«Luego, más tarde, he vivido la otra feria, la feria de las ilusiones de mi hijo Alfonso, al que Pilar y yo llevábamos al nuevo Real, instalado ya en el polígono. Allí le cedimos el testigo de esas ilusiones y continuamos la tradición, en una generación nueva, de la liturgia de los caballitos, los coches de choque, del azúcar de algodón, y del tren de la bruja, y de las tardes especiales acabadas en noches con fuegos artificiales», señaló Rafael Martínez, que concluyó su pregón con la defensa a ultranza de las fiestas de San Antolín. «Las ferias mantienen el cordón umbilical de la cultura ancestral y lo más tradicional y popular de la celebración a través del jolgorio y las reuniones con la familia, el reencuentro con los amigos que viven fuera, y siempre las comidas, los toros, y los espectáculos más o menos populares o infrecuentes en la ciudad», enfatizó en su punto y final.

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