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Iker Ayestarán
La Dinamarca del sur

La Dinamarca del sur

«Eso de imponerse modelos foráneos siempre ha sido algo muy español, desde los novatores del siglo XVIII, los afrancesados del XIX y los regeneracionistas de principios del XX hasta hoy en día»

Juan antonio garrido ardila

Domingo, 1 de abril 2018, 10:17

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Ala mayoría de quienes nos van pesando los años nos acordamos nítidamente de cómo, allá por los años ochenta y noventa, era lugar común en España idolatrar los países nórdicos como modelos sociales. Según han ido pasando los años, los lustros y las décadas, los estudios sobre calidad de vida han seguido ensalzando a las naciones escandinavas. Continúan, en definitiva, ofreciéndose al resto del mundo como excelsos paradigmas de la sociedad del bienestar. Claro es, asimismo, que ha llovido mucho desde los años ochenta, y que otras naciones han ido perfeccionando sus servicios sociales.

Difícil es rehuir la oportunidad de cantar las muchas beldades de Escandinavia: la sin par belleza de los fiordos noruegos o la de los bosques suecos con casitas rojas de madera a la orilla de lagos de un azul esplendoroso. Esos países de poblaciones que, a día de hoy, apenas pasan de los cinco millones de habitantes (como son Dinamarca, Noruega y Finlandia) han dado a la humanidad la filosofía de Kierkegaard, la literatura de Ibsen, la música de Sibelius y el arte de Munch, lo cual dice mucho de ellos. Y, sin embargo, a pesar de la aventajada calidad de vida, de sus generosos servicios sociales, de su arte superior y de su sano amor al medio ambiente, las sociedades escandinavas no debieran, hoy por hoy y en España, tomarse a ciegas por modelos. Y escribo ‘a ciegas’ porque de toda civilización pueden aprenderse enseñanzas, pero pretender comparar un país con otro a veces nos lleva a errar estrepitosamente.

Encumbrar Escandinavia –o cualesquiera otros países– como modelo implica, por lo general, ignorar sus circunstancias y las propias. Hace unos meses dedicamos en esta página un artículo en que argumentábamos, con los datos facilitados por el último informe PISA, que el mejor modelo para la educación secundaria en España no es Finlandia, sino Castilla y León, cuyos resultados estaban a la altura de los cuatro o cinco países con mejor calidad educativa del mundo. Qué decir, igualmente, del sistema de salud español, que en todo el mundo se considera uno de los dos mejores del mundo. Efectivamente, los españoles podremos aprender mucho, muchísimo, de los escandinavos en cuestiones de diversa índole, pero decir que una región –la que fuere– es ‘la Dinamarca del sur’ quizá deba entenderse como un brindis al sol preñado más de retórica que de sentido.

En los meses precedentes al referéndum escocés, muchos periodistas y algún político escocés, con muy buenas intenciones y mucho optimismo, preconizaron que una Escocia independiente sería otra Noruega. Las similitudes entre Noruega y una futura Escocia independiente son evidentes: países de alrededor de cinco millones de habitantes y dueños de las reservas de petróleo del Mar del Norte. Pero –aparte de que las más de las compañías petrolíferas que operan en aguas escocesas no son escocesas– ahí se acaban las diferencias. La extensión de Noruega es infinitamente mayor que la de Escocia, y sus recursos naturales, lógicamente, mucho mayores. Y, sobre todo, tanto Noruega como el resto de los estados escandinavos basan su bienestar social en un sistema tributario muy distinto al británico. Cierto es que en Dinamarca los últimos gobiernos han reducido la tributación de las rentas del trabajo, que antes se situaba en torno al 50%, como cierto es también que el gravamen de muchos productos de primera necesidad continúa por las nubes. La explicación es sencilla: si se quiere una sociedad con un bienestar similar a las escandinavas, no queda otra que pagar los impuestos que pagan los escandinavos.

En España bien podremos decir que tal o cual región es la Dinamarca del Sur. Pero harto complicado parecerá querer ser Dinamarca si no pagamos los astronómicos impuestos que pagan los sufridos y austeros daneses. A parte de ello, resulta verdaderamente curioso que eso de imponerse modelos foráneos siempre haya sido algo muy español, desde los novatores del siglo XVIII, los afrancesados del XIX y los regeneracionistas de principios del XX hasta hoy en día. Valle-Inclán le vio la gracia al desmedido y esperpéntico europeísmo regeneracionista. En la Escena Segunda de Luces de Bohemia irrumpe don Gay, recién retornado de Inglaterra. A los otros personajes explica con entusiasmo la gran calidad de vida que la que ha disfrutado en Londres, mientras que todos se lamentan al unísono de la pobreza económica y humana de Madrid, y se juramentan para emigrar a Inglaterra. Cuando más extasiados se hallan en sus ensueños europeístas, don Latino pregunta a don Gay: «¿cómo no te has quedado tú en ese Paraíso?». A lo que este responde: «Porque soy reumático y me hace falta el sol de España». Los independentistas escoceses no podrían decir tanto.

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