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Lugar donde se reunían los yihadistas detenidos.
En la chabola de los 'Hermanos del crimen'

En la chabola de los 'Hermanos del crimen'

Basura, pintadas y armas en Valdebernardo, a ocho kilómetros de la puerta del Sol

Francisco Apaolaza

Miércoles, 4 de enero 2017, 13:10

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A simple vista, parecen unos chavales más, de esos de gorra, ropa urbana y mirada desafiante que crecen a miles en la quietud sofocante del sureste de Madrid, pero el pasado 12 de octubre, nueve de la noche, a ocho kilómetros de la puerta del Sol, los chicos llevan una pistola oculta bajo la ropa. Ese día mantienen una reunión con un traficante de armas. Se dan cita en el refugio de los jóvenes, tras una tapia en el parque de Valdebernardo, entre la gasolinera de la Avenida de la Democracia y las pistas de pádel, en un solar desastrado. Les enseñan las pistolas y un fusil AK47 que ya tienen. Disponen de dinero. Con los 6.000 euros que ofrecen pueden hacerse con otros cuatro Kalashnikov, pero también quieren armas cortas y granadas. Van a hacer temblar Madrid.

El escenario del encuentro no es ningún hotel de lujo; en la chabola hay bolitas de papel de plata que dejó algún yonki, una baraja de cartas, una chimenea que desborda cenizas, una butaca de sala de espera, un carro de la compra, una mesa tatuada de las marcas de colillas mal apagadas y un sofá que nadie quería. Todo lo cubre una capa fina de hollín y ese olor a fogata vieja. Los agujeros de la puerta están remendados con trozos de plástico y tablas de conglomerado. En las paredes, además de la palabra puta en brochazos turquesa, se pueden leer sus nombres escritos a rotulador negro -Edrisa, Samir, Ismael...-. También han dibujado dos machetes cruzados que recuerdan a las espadas de Qadisiyya que presidían la entrada a la Bagdad de Sadam y una inscripción de amenaza: "Hermanos del crimen". Hasta que la semana pasada entrara allí la Policía en tromba, entre esas tristes paredes se dieron la mano una vez más marginalidad, drogas y terrorismo islámico, el tridente que amenaza Europa. La nuestra es la primera cámara en la cabaña del terror.

Hay un momento en que los almacenes se convierten en vertederos. La choza de Alí ya dio ese paso hace tiempo. Es un marroquí que acumula cosas y vive en una habitación contigua al cuarto donde se fraguaba el atentado. Al cabo de un túnel de basura apilada en columnas, alumbran una sola bombilla, una televisión en la que se mueve una bailarina árabe de los ochenta y la mirada fluorescente de un gato. Fuera de la casa, todo el terreno de Alí se despliega en una selva de escombros, masa informe de cascotes de cemento, zapatillas de deporte, ropas, ramas, varillas, piezas de motor de algún coche y colchones sobre los que ya crece la hierba. En su registro con perros y máquinas excavadoras, en ese terreno la Policía también encontró 37 balas y cuatro cargadores de AK47 en un pequeño zulo en un rincón del solar, junto a la tapia. No aparecieron ni el fusil ni las pistolas.

Samir, 25 años

"Me llevaron ante el juez, pero ya les dije que yo no sé nada. No he visto ni armas ni nada". Las máquinas le han revuelto la basura y sobre su memoria discurre una densa niebla que viene y va. A ratos, Alí no recuerda nada, solo "que los chavales venían a fumar shisha y a escuchar música" y que eran "buenos chicos. Alguien les volvería locos". De pronto, lo recuerda todo y entonces vuelve a olvidar: Ismael vivía en Valdebernardo con su hermano, otro se fue a trabajar a Alemania, y Edrisa y Samir, los dos detenidos, venían desde Moratalaz. Alí también sospecha que había un jefe más mayor que los capitaneaba, aunque nunca lo vio.

Al cabo de un rato, admite que en el grupo que se juntaba allí los fines de semana eran diez, con lo que faltan ocho por detener. Samir era el mayor. A los 25 años presuntamente había traficado con droga como para comprar un arsenal de guerra en el mercado negro, se había grabado armado y profiriendo amenazas junto a imágenes de lugares emblemáticos de Madrid y planeaba un gran atentado en la capital de España.

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