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Los titiriteros de la anarquía

Tienen un mensaje antisistema y poco público. Sus compañeros les consideran gamberros y radicales, pero no terroristas

INÉS GALLASTEGUI

Miércoles, 10 de febrero 2016, 13:42

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Quienes conocen a Raúl García y Alfonso Lázaro, los integrantes de Títeres desde Abajo, coinciden en asegurar que no son un comando terrorista disfrazado de grupo artístico sino, más bien, un par de apasionados del teatro alternativo con tendencias políticas radicales y poco público. Con la obra que les ha llevado a la cárcel, 'La bruja y Don Cristóbal', pretendían recuperar la tradición de los títeres de cachiporra repartiendo leñazos a los poderes establecidos, como banqueros, monjas, policías y jueces... pero no habían pensado que, de rebote, le cayeran a la alcaldesa de Ahora Madrid, Manuela Carmena. El éxito comercial no es su fuerte: han hecho giras ganando lo justo para viajar, comer y dormir y en una de sus últimas funciones reunieron a 12 espectadores.

Raúl y Alfonso coincidieron hace unos años en la sede granadina de la Escuela Pública de Formación Cultural de Andalucía, donde el primero se tituló como maquinista-escenógrafo y el segundo, como técnico de sonido. García -o Griot, como le gusta que le llamen- tiene 34 años, es madrileño y hace guiñol desde hace diez. Militante del sindicato anarquista CNT, se especializó en montajes infantiles con títulos como 'El cocodrilo resfriado' o 'La princesa Cursilinda'. Alfonso Lázaro nació en Almería hace 29 años, pero reside en Granada desde niño. Según reveló ayer el abogado que trata de librarlo del cargo de enaltecimiento del terrorismo, sufre una minusvalía del 75%. En los últimos años se ha ganado la vida trabajando en la realización de cortos, montajes teatrales y eventos.

En 2012, Raúl fundó en Granada la compañía Títeres desde Abajo para producir obras de teatro popular con compromiso político, y contó, entre otros colaboradores, con Alfonso. Ambos comparten tareas técnicas y creativas. Así montaron 'Una casa es una ruina', que aborda los desahucios «de forma divertida» o 'En la plaza de mi pueblo', una historia musical sobre machismo y caciquismo.

En la ciudad de la Alhambra son unos completos desconocidos para los críticos de teatro y las compañías de títeres de más prestigio. «Hasta ayer nunca había oído hablar de ellos», confiesan varios profesionales del sector.

Pero también despiertan simpatías. «Quizá sean un poco gamberros, pero para nada unos terroristas. Podría cortarme un brazo», asegura una compañera de su escuela. Una profesora recuerda a Alfonso como un profesional «habilidoso» y una persona «afable y cariñosa». Tomé Fernández-Medina, socio de la Sala La Estupenda, donde el grupo actuó en diciembre y enero, asegura que los dos colegas «no son perroflautas ni violentos».

La violencia es inherente a los títeres de cachiporra: en este género, los mamporrazos tienen una función catártica. Tal como anuncia la compañía en su blog, Don Cristóbal -versión hispana del Polichinela de la comedia del arte italiana- tiene en su obra cuatro identidades: un propietario violador, una monja que roba bebés, un juez que acaba ahorcado y unos policías, «perros guardianes del orden y la ley». A ellos se enfrenta una bruja, el personaje 'bueno' de esta historia.

Traslado a Barcelona

Su explicación del argumento no tiene desperdicio: «Aunque la violencia que vivimos es estructural, ellxs (sic) han elegido alimentar el sistema y utilizar sus privilegios, mientras la bruja elige saberse libre y cuestionar sus pilares: la propiedad privada, el monopolio de la fuerza, la servidumbre del trabajo asalariado, los hábitos de consumo, la pérdida de soberanía sobre el propio cuerpo».

Hasta ahora, su trayectoria se había desarrollado en salas alternativas, centros culturales y casas 'okupadas' en «pueblos y ciudades de todo el Estado», según su blog. Hace pocas semanas se mudaron a Barcelona, donde confiaban en que sus montajes anticapitalistas encontraran más cariño.

Regresaron a Granada para estrenar su obra más polémica: fue el 29 de enero en la Biblioteca Social Libre Albedrío -previo «tapeo vegano»- y dos días después, en La Redonda, un lugar que se define como «asambleario, horizontal, feminista y pro-okupación». No hubo escándalo... quizá porque no había niños, como en Madrid. Un detalle en el que, al parecer, ni ellos ni el programador cultural de Carmena repararon el viernes.

Acostumbrados a actuar a taquilla para cubrir gastos y poco más, debieron de frotarse las manos cuando les salió el bolo de Carnaval en Madrid: con mil euros por dos pases podían haber hecho su agosto en pleno invierno. Podían, si después de violar a una bruja, representar un aborto, apuñalar a una monja y matar a un policía delante de decenas de críos no hubieran tensado la cuerda un poquito más, al sacar aquella pancarta lanzando un 'viva' a dos bandas terroristas.

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