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Barack Obama viendo el partido de Estados Unidos en el Mundial.
Yanquis, go home with your soccer

Yanquis, go home with your soccer

Dice 'El nuevo herald', periódico de Miami en castellano, que la «FIFA celebra ‘hito’ de audiencia en EE UU-Portugal». Un dato que avala la reflexión sobre la emergente Estados Unidos en esto del fútbol europeo

Antonio G. Encinas

Viernes, 27 de junio 2014, 12:37

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Es inglés esmirriado, de acuerdo, pero mi reivindicación queda clara, ¿no? A jugar al soccer a vuestra casita, que esto es un Mundial y aquí no hay cabida para experimentos de mestizaje norteamericano con seleccionador alemán. Lo siento mucho.

Díganme arcaico, intolerante o lo que deseen. Pero xenófobo no, ¿eh? Que yo lo único que quiero es que dejen el fútbol en paz.

Ellos y los chinos, claro.

Este es un deporte para nosotros, los europeos de la pasta real o ficticia, vista la quiebra continua de los clubes, los americanos del talento natural de México hacia abajo, aztecas incluidos y, por aquello de mundializar la cosa, un poquito de Oceanía, el toque exótico alegre de África y unos asiáticos más o menos ordenados pero sin más ambición.

Y punto.

¿Qué necesidad tienen norteamericanos y chinos, reyes indiscutibles del medallero olímpico y tiranos en un sinfín de disciplinas deportivas, de meter sus zarpas en nuestro deporte? ¿Acaso no están ya saciados? Déjennos nuestras migajas, que son las del currusco y nos saben muy ricas. Tanto, que no queremos compartirlas.

Hace muchos años, Iñaki Gabilondo advertía en la radio cual Nostradamus macroeconómico que China estaba empezando a moverse, y que ese mastodonte lento, una vez puesto en marcha, era imparable y podía dar la vuelta a todo el entramado mundial en dos sopapos. Bueno, él lo decía mejor, claro, pero ese es el resumen.

Trasládenlo al fútbol. Entre mil doscientos millones de chinos, puestos a organizar un equipo de fútbol competitivo y con la disciplina que se gastan por allí, es fácil que acaben encontrando en algún lugar perdido de Quinghai a un Iniesta Chan, o a un Xavi Chen, y formen una cadena de categorías inferiores que los perpetúen como equipo ganador por los siglos de los siglos.

Algo parecido puede ocurrir con los norteamericanos, que no son tantos pero tienen muy interiorizado todo eso del sueño americano, del trabajo como vía al éxito y de las becas deportivas para estudiar en Princeton. Entre su pasión por la estadística y el deporte, sus métodos de trabajo y ese aluvión de descendientes latinos ansiosos de fútbol que pueblan muchas de sus ciudades, son capaces de auparse al podio mundial y aquí no hay Brasil que tosa.

Que están en ello. De verdad.

Es cierto que de momento se unen el lado germánico de Klinsmann con ese fútbol un poco cuadriculado de sus seleccionados, y resulta un equipo un tanto extraño de ver. No juegan mal. Tampoco juegan brillantemente. Pero son eficaces. Corren, presionan, disparan a puerta en cuanto tienen ocasión, como si buscaran un homerun o un touchdown o una de esas cosas que buscan en sus deportes. Hicieron un gran partido ante Ghana, casi se cargaron a la Portugal de Cristiano Ronaldo, que acabó tan desquiciado como todos sus compañeros, y ayer perdieron con Alemania pero se metieron en octavos.

Ahora les toca Bélgica, que iba a ser la supermegarrevelación del Mundial y de momento ha sido primera de grupo porque le han tocado Argelia, la empanada de Rusia y Corea del Sur, y gracias.

Estados Unidos ya fue tercera en un Mundial. ¿No se acuerdan? Yo tampoco. Dice la FIFA que fue en 1930. Luego lo hizo bien en 1950. En la era del fútbol en color, Full HD y Dolby Surround, de momento, han cumplido con el papel secundario que les pedimos. Una primera ronda por acá, unos octavos por allá y un ¡huy! en el año 2002, cuando casi se meten en semifinales.

A este mundial, sin embargo, llegan en el puesto 13 del ranking de la FIFA. Demasiado cerca de los buenos.

Como se enteren los chinos, estamos listos.

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