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Jugadores con tara

«Volvió el Suárez de las locuras», decía 'El Observador' después de que el delantero uruguayo mordiera en un hombro a Chiellini, el central italiano

Antonio G. Encinas

Jueves, 26 de junio 2014, 10:40

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Vas a defender un córner y de repente, ñasca, te pegan un bocado. Y te quedas alucinado, claro, se te traban las protestas, porque no sabes qué decirle al trencilla, quizá arbi, que este me ha mordido, como en el cole, mientras le enseñas al atónito juez de la contienda la huella dental del antropófago, que si la cogen los del CSI le hacen un molde.

Es una de esas escenas de bochorno que de vez en cuando se dan en el fútbol, incluso en estos mundiales tan asépticos que sobreviven a los disturbios y proclamas sociales. Por nuestros ojos desfilaron el escupitajo de Rijkaard a RudiVoeller, o aquella agresión fingida del portero Rojas, o la pelea a puñetazos y patadas entre el Athletic y el Barcelona hace muchos años, o el taco de Simeone hundido en el muslo de Julen Guerrero.

Lo del mordisco, sin embargo, tiene algo de inquietante. Sobre todo porque, en el caso de Luis Suárez, es la tercera vez que decide probar cómo está de tierno el rival. Y eso que Chiellini, con esa mandíbula de quebrantahuesos, no invita precisamente a echarle un tiento.

Decían justo un día antes del partido que el Barcelona estaba interesado en Luis Suárez, y que la calculadora de los agentes, intermediarios, propietarios, presidentes y demás intervinientes en la operación comenzaba a moverse en la línea de los 80-90 millones de euros.

Ahí tienen. Quince mil millones de pesetas por un futbolista con tara. Para que luego vayamos a las rebajas y exijamos calidad en ese pantalón de 4,99 euros que tiene el dobladillo arrugado.

¿Qué tipo en su sano juicio y que se refleje en los espejos y no tema al ajo se dedica a morder a los rivales? El último caso que recuerdo es el de Mike Tyson, que le arrancó media oreja a Evander Holyfield en mitad de un combate. Y ya sabemos cómo ha acabado el inefable Tyson.

La actitud de Luis Suárez, como la de Pepe en su día, cuando pateó a Casquero en el suelo, o la de todos esos jugadores que demuestran cada cierto tiempo que hay alguna conexión cerebral que no les funciona, debería ser automáticamente castigada. Por muchos motivos, pero principalmente por uno: el deporte, incluso el profesional, debería servir como modelo de conducta. Y si entronizamos a un tarado como Luis Suárez, dentro de cuatro días tendremos a nuestros chavalitos afilando colmillos como parte del calentamiento.

Desterrar estos comportamientos debe ser una prioridad.Si necesitan atención psicológica para curar esa patología que les invita a morder o patear contrincantes, que se la den. A poder ser, durante los meses de sanción que se les imponga por ello. Pero, sobre todo, que nadie le ría las gracias a un tipo así.

A cambio, podemos llevar al primer plano actitudes como las que habitualmente exhiben Rafa Nadal, Pau Gasol, el propio Andrés Iniesta o, sin salirse del Mundial, la selección de Costa Rica. Apacible, sencilla, humilde, alabando a los rivales con los que juega y acto seguido derrotándolos en el campo, que es como se deben hacer las cosas. Leo una entrevista con su técnico, José Luis Pinto, en la que dice que fue «un honor» salir invicto del grupo de la muerte, y que no se sienten favoritos ante Grecia, y sus jugadores afirman que «hay que ver a Grecia como una campeona de Europa».

Acostumbrados al griterío, a las discusiones ultras en programas nocturnos de televisión que abochornan al sentido común, quizá nos parezcan titulares muy tibios, pero no deberíamos confundir tibieza con educación y respeto.

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