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El día que se despidió al estilo

Dijo Alfredo Relaño en el diario 'As' que «esto duró lo que duró Xavi Hernández». Una afirmación con una carga de realidad incuestionable

Antonio G. Encinas

Sábado, 21 de junio 2014, 13:04

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A veces a un jugador grande se le minimiza con los números. Santiago Segurola habla maravillas de George Best, por ejemplo, que tuvo la desgracia de ser irlandés lo de mujeriego y alcohólico vino después, y por ese motivo no jugó nunca un Mundial. Cualquier analista ruin puede tener la tentación de reducir su carrera a escombros solo por ese detalle.

Así que ayer, cuando Xavi Hernández decidió que para él se acabaron el Barcelona y la Roja, le sometí al escrutinio de los números. Quise ponerme en la piel de sus detractores y buscarle el flanco débil, porque al fin y al cabo su última visita a Zorrilla fue para decir tras la derrota que el césped estaba mal, y además aquí marcó el gol que salvó a Van Gaal, y uno es muy rencoroso para lo suyo.

Números, números

Siete Ligas, 3 Copas de Europa, 2 Copas del Rey, 2 Mundiales de Clubes, 2 Supercopas de Europa, 6 Supercopas de España, 2 Eurocopas, 1 Mundial, medalla de plata en los Juegos Olímpicos y un Mundial sub-20.

Me parece que por aquí cabe poca crítica.

Vayamos al juego, pues. Porque sí, mucho tiquitaca y mucho toque, pero eso se lo saben ya todos los equipos y además ahora, con 34 años y medio, ha fracasado al fin.Que tampoco era para tanto, que el Barça y su Roja, ya lo dijo ese pensador de elevado nivel intelectual llamado Maradona, podrían jugar sin porterías.

Pues...

Que no, vaya. Que a este tipo, si hablamos con seriedad de fútbol, que también se puede aunque con los tiquitacas y chiringuitos parece que no, es imposible negarle el mérito. Ha sido su capacidad para leer el juego y para combinar con el entorno lo que ha cambiado el destino del Barça, un club ciclotímico, para sostenerlo en lo más alto durante casi una década, con ligeras recaídas más achacables a directivas cainitas que a otra cosa.

Deja para la memoria de nuestras retinas esos giros sobre sí mismo que aún hoy, después de 16 años en la primera plantilla del Barcelona, ningún rival ha conseguido descifrar. Giro, giro, giro y vuelvo a abrir el juego. Tan sencillo sobre el papel como esas croquetas de Iniesta o una ruletita de Zidane, pero tan complicado de ejecutar para el resto de los mortales. En la línea de esa curiosa tradición culé de centrocampistas de aspecto frágil Milla, Celades, Guardiola, Xavi se ha erigido como un motor diésel capaz de mover un partido al ritmo más conveniente. De encontrar el pase que resultaba invisible para los demás. De acelerar un partido o de dormirlo.

Quizá sus críticos piensen que no se le va a echar de menos, que hay jugadores mejores, que se puede jugar directo, o con centrocampistas más físicos, o con Koke, o con Isco, o incluso, por supuesto, con el maravilloso Thiago.

Puede que sí. Y también puede que no le echemos de menos porque después de su paso por España y por el Barça, perdón, por la mejor España y el mejor Barça de la historia, selecciones como Italia o Alemania han decidido jugar como sus equipos. Copiar su modelo para llegar al éxito. Así que mientras esperamos al nuevo Xavi Hernández nos deleitaremos con su herencia.

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