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A la izquierda, Alfredo Méndez, el más veterano de la saga de los responsables de Casa Benito, brinda con orujo con Maxi Barthe y Santiago Arraiz en recuerdo de Genaro Blanco.
De orujos por donde Genarín

De orujos por donde Genarín

Maxi Barthe, abad de la Cofradía de Nuestro Padre Genarín, reconstruye parte de la ruta de bares del pellejero borrachín

LUIS V. HUERGA-LEONOTICIAS

Miércoles, 1 de abril 2015, 14:07

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Son las diez o las once de la mañana de cualquier día de los años treinta del pasado siglo. Genaro Blanco Blanco, que lleva consigo los apellidos que les colocaban a los huérfanos leoneses en honor a la Virgen Blanca, salía de su casa, a esa hora prudencial, desde el arrabal de Puente Castro. Con paso decidido y negociando pellejos por el camino llegaba a la empedrada y peculiar plaza del Grano, ahora estampa de postal, pero por aquel entonces lugar de paso asiduo para los apenas 15.000 habitantes de un León que luchaba por sobrevivir.

Genaro que del acervo leonés puede que sea el personaje popular por antonomasia, fue elevado a unos hipotéticos y pretendidos cielos por sus cuatro evangelistas, Eulogio 'El Gafas', Nicolás Pérez 'Porreto', Luis Rico pero, sobre todo, Francisco Pérez Herrero. Se le atribuyen milagros que ahora no vienen al caso y, con el paso del tiempo, este carismático personaje alcanzó fama mundial al ser recordado, cada Jueves Santo, entre litros y litros de orujo, por haber muerto, mientras orinaba en la muralla de la Carretera de los Cubos, por la 'Bonifacia', el primer camión de la basura que hubo en León.

De la Taberna del Tío Perrito a El Torreón

Seguramente aquel día hizo 'ronda' por las tabernas. Su primera parada, esa plaza del Grano. En uno de sus esquinazos, en que hace chaflán con la calle del Barranco, se ubica entonces la Taberna del Tío Perrito, en una vía que entonces se denominaba 'Apalpacoños', porque era donde se encontraban los pisos de mujeres de vida alegre y precios módicos, donde los mozos que llegaban a León para la mili hacían cola en busca de una satisfacción. «Primera copina de orujo, primer lingotazo», señala el abad de la Cofradía de Nuestro Padre Genarín, Maxi Barthe, en ese mismo lugar que ahora recuerda.

Ahora es el bajo de un edificio, pero en aquel momento parada obligada para Genarín y para el paisanaje de bajos fondos de la época. Tras la parada en la Taberna del Tío Perrito, el segundo alto en el camino era unos metros más arriba, donde ahora se ubica parte del Palacio Don Gutierre, y que antes albergaba El Torreón. Segundo lingotazo. En la calle La Sal, llamada por los 'genarianos' la de los Treinta Pasos, una placa recuerda, precisamente, a Pérez Herrero, y es uno de los lugares con significado especial para la tan peculiar cofradía, en su procesión, a medio caballo entre lo caricaturesco y lo pagano, del Jueves Santo.

Pellejero, barbero, baratero y muñidor

Allí estaba otro de los bares de donde era asiduo, Casa Esteban. Conocido por comprar pellejos de conejo, Genaro Blanco también fue barbero con mal pulso y baratero, actividad esta con la que obtenía pingües beneficios. Pero también muñidor o altavoz de Zapico, político de aquellos años 30 a quien hacía campaña de viva voz de taberna en taberna, de esquina en esquina. «Salió mal parado porque los muñidores no sólo lanzaban loas a su candidato, sino que tenían que ir a los mítines de los otros para tratar de reventarlos. Un día le cogieron entre dos o tres y le pegaron una zurra», asegura Barthe.

Entre los jóvenes, Genarín tenía máxima popularidad. «Tenían su porqué. Las noches en las que querían ir a los grandes lupanares de aquella época, veían a Genarín y le recordaban las copas a las que le habían invitado». De esta forma, el pellejero, que era bien conocido en prostíbulos de toda categoría y sobre quien se dice que no hubo trabajadora que no compartiera cama con él, facilitaba a quien le subvencionaba los tragos el acceso a las casas de señorita. Fueron ellos quienes, tras su trágica muerte, corrieron la voz por todo León. «¡Genarín ha muerto!». «Estamos hablando de una ciudad de 15.000 habitantes, donde se conocía todo el mundo, La muerte de Genarín corrió de boca en boca. Fueron los jóvenes que iban a ir a la procesión de Los Pasos los primeros en dar la voz de alarma».

La comida, en Casa Frade

En ese mismo lugar, en la muralla de Los Cubos, es donde finaliza, cada Jueves Santo, la multitudinaria procesión en honor del borracho pellejero. Los versos y el orujo se abrazan en una noche en la que también hay fuego y ofrendas. El hermano trepador coloca en lo alto de la antigua fortaleza una corona de laurel, pan, queso, una naranja y una botella de orujo. Ese era el menú del santo Genaro. En Casa Frade, en la esquina de Ramón y Cajal con la calle Abadía se encontraba la taberna donde este personaje comía. Alguna sopa y esos otros productos con los que ahora se le venera. «Para comer sacaba una navaja que le había regalado un primo suyo que pasó un tiempo en la cárcel de Albacete. La sacaba con toda la parsimonia, cla, cla, cla», reproduce Barthe el sonido que hace el instrumento cuando se abre.

Pero existe un lugar con especial significado para los hermanos genarianos, eso sí, con permiso de otros muchos como La Gitana, el Valdesogo o El Infierno. Es Casa Benito, otro de los lugares en los que Genarín engrosaba la nómina de parroquianos, que este año cumple los cien, con un octogenario dueño, Alfredo Méndez, hijo del Benito que lo inauguró, y que todavía sigue abierto, con sus escaños corridos y sus mesas de madera.

"¡Benito! ¿Hay algún pellejo?"

«Aquí venía y decía: ¡Benito! ¿Hay algún pellejo? Aquí se mataban conejos y se le daba el pellejo para él. A lo menos te daba diez o veinte céntimos y él lo vendía en veinte o veinticinco, y con eso iba tirando», asegura Alfredo, que no recuerda a Genarín porque él era muy niño, pero sí guarda en la cabeza lo que sus mayores contaban de él. «Genarín era eso, un pobre hombre», asegura. «No era nadie, era un don nadie. Tuvo la mala suerte de morir atropellado por un camión en Jueves Santo. Cosas de los evangelistas, cosas de Pérez Herrero», sostiene el veterano tabernero.

No era nadie, pero lo cierto es que ahora es el personaje que más personas congrega en torno a su memoria, nada más y nada menos que 20.000 el pasado año. Una «charlotada y simpaticada», a juicio de Alfredo Méndez que, sin embargo, para su bar, en plena Plaza Mayor, como para el resto de la hostelería leonesa supone a día de hoy la jornada de trabajo y de ingresos más intensa de todo el año. La Piconera, situada al lado del primer bar que visitaba Genarín, la Taberna del Tío Perrito, en la plaza del Grano, es ahora el establecimiento que ve, cada año, la salida de la procesión.

Genarín y la economía

«Visto el turismo que tenemos últimamente, es una plataforma para que conozcan no sólo el local este, sino el Barrio Húmedo y el entorno maravilloso de esta plaza», apuntan Gonzalo Bayón y José Fernández, los responsables del establecimiento, que se congratulan de que, cada vez más, quienes optan por acudir a la llamada de Genarín «estacionan todo el fin de semana». «Es un atractivo para León y, como tal, la gente que viene se acuerda y luego lo comenta el resto del año. Es como el Camino de Santiago», comentan.

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