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Refugiados de Srebrenica huyen durante la guerra.
Srebrenica, el genocidio sigue sangrando

Srebrenica, el genocidio sigue sangrando

Hace veinte años, miles de bosnios llegaron a la ciudad en busca de la protección de los cascos azules, que fueron incapaces de mantenerles a salvo de las tropas serbobosnias. Desaparecieron entre 8.000 y 10.000 personas

JULIA FERNÁNDEZ

Sábado, 11 de julio 2015, 17:27

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En Kamenica, un pueblito de apenas 1.200 habitantes, cerca de la frontera que dibuja el río Drina entre Bosnia con Serbia, el viento cálido del verano mece el trigo sembrado en la era. El baile de las espigas, aún sin madurar, es incesante e hipnótico. Un murmullo de fondo invita a cerrar los ojos y disfrutar de la melodía. Es la paz más absoluta. Nadie diría que allí, bajo el cereal, se escondió un día el infierno. Pero así fue. En ese trozo de tierra que hoy amarillea bajo el sol enterraron en 1995 centenares de cadáveres. Eran hombres, casi todos adultos. Y musulmanes. La mayoría de ellos provenía de un sitio no muy lejano, apenas a una hora en coche.

Mañana se cumplen veinte años de uno de los capítulos más oscuros de la historia moderna de Europa: el genocidio de Srebrenica. Esta localidad bosnia fue el escenario de la mayor matanza registrada tras la Segunda Guerra Mundial. Entre 8.000 y 10.000 personas desaparecieron durante la toma de la ciudad por parte del Ejército serbobosnio, comandado por el general Ratko Mladic, que seguía las directrices de Radovan Karadzic, entonces presidente de los serbios de Bosnia. Ambos han sido procesados por crímenes contra la humanidad por el Tribunal Penal Internacional para la exYugoslavia.

«Recuerdo muy bien aquellos días», evoca José Antonio Bastos, presidente de Médicos Sin Fronteras en España. Esta ONG fue testigo de primera mano de todo lo que ocurrió aquel 11 de julio en la zona. «Nuestros colaboradores escucharon los tiros de los fusilamientos, vieron la histeria de la gente, el estado en el que volvían algunas mujeres que se llevaron los militares...», confirma el facultativo, que estaba en Barcelona tras regresar de África.

Se calcula que en 1995 vivían 60.000 refugiados en Srebrenica, el doble de su censo antes de la guerra. La ONU había declarado la localidad, un enclave musulmán en una zona de influencia serbia, «zona segura, libre de ataques y otras acciones» y la protegía con sus fuerzas, la UNPROFOR. Aquel 11 de julio, sin embargo, no sirvió de nada. A las tres de la tarde, la radio anunció la caída de la ciudad en manos de Mladic. El pánico hacía horas que reinaba.

Unas 15.000 personas, la mayoría hombres desarmados, iniciaron una huida a pie cuando vieron que no había nada que hacer. Su destino era Tuzla, el único municipio no gobernado por autoridades nacionalistas, a 55 kilómetros en línea recta, salvando las montañas. Nedzad Kari (Srebrenica, 1968) fue uno de ellos. Durante su penoso periplo vio morir a sus compañeros en tiroteos, de agotamiento y de hambre. Apenas tenían qué llevarse a la boca: solo algo de pan y azúcar. Él se salvó de milagro y hoy cuenta su historia para la fundación Cine para la Paz, una ONG creada en 2008 en Alemania que intenta concienciar sobre las injusticias a través de películas y documentales.

El resto intentó buscar cobijo en Potocari, el polígono industrial donde los cascos azules tenían su campamento. Cuando Mladic entró en Srebrenica, se acercó allí para prometer a las fuerzas internacionales y a la población que no les pasaría nada. A la postre, sin embargo, aquello se convertiría en una ratonera. Casi de inmediato, sus tropas comenzaron a separar a los que no se habían echado al monte, ante los ojos de los cascos azules holandeses, incapaces de hacer nada. «Al comenzar la ofensiva, dejaron sus puestos de control (en la ciudad) y huyeron (a su cuartel). A nosotros no nos quedó más remedio que seguirlos», relata con amargura Nedzad Advi, que perdió a varios familiares en Potocari. Su testimonio forma parte de los recogidos por Remembering Srebrenica, una iniciativa benéfica británica, apoyada por el Ministerio de Asuntos Exteriores, y que trabaja para sensibilizar sobre lo ocurrido.

Por un lado, agruparon a las mujeres (muchas fueron violadas), a los niños y a los viejos. Por otro, a los hombres en edad de combatir. A los primeros los montaron en autobuses para mandarlos a la zona musulmana, Tuzla y Kladanj, fundamentalmente. A los segundos les esperaba un destino muy distinto. La gran mayoría fueron fusilados en el mismo campamento. Al resto les llevaron en camiones a los bosques, donde corrieron la misma suerte. Muy pocos lograron sobrevivir.

Volver solo de visita

La zona se llenó de fosas comunes donde los militares fueron arrojando una a una a sus víctimas. Algunos cuerpos se quedaron ahí hasta que acabó la guerra. Otros fueron trasladados varias veces a diferentes emplazamientos para borrar las huellas de genocidio. La limpieza étnica se había consumado. En 1991, un año antes de que Bosnia proclamara su independencia, en la zona residían 36.666 personas. Un 73% eran musulmanes. Hoy son el 40%, aunque es una cifra oficiosa: el último censo oficial se hizo hace 24 años, tal y como confirma la autoridad municipal. La gente no ha querido volver, pese a que los acuerdos de paz de Dayton incluían un capítulo para facilitar su retorno .

Mañana se celebrará en Potocari un nuevo funeral masivo, como cada 11 de julio. 136 cuerpos (18 de ellos de adolescentes entre 16 y 18 años) serán enterrados en la necrópolis construida para honrar la memoria de las víctimas de Srebrenica. El complejo, que se levantó gracias a donaciones de entidades privadas y algunos gobiernos, como el de EE UU, abrió sus puertas en 2003 y alberga los restos de 6.241 personas. A la ceremonia acudirán centenares de exiliados que después volverán a su hogar e intentarán pasar página.

No es fácil.«Claro que lo que pasó es un tabú para ellos», responde Barbara Hartmann. Esta fotógrafa alemana es la impulsora de Our view-12 women from Srebrenica, un grupo de mujeres que utiliza la fotografía para contar cómo es su vida ahora. Casi ninguna ha vuelto a su antigua casa. «Se acercan los fines de semana, en las vacaciones...», pero su hogar está ya en otro sitio. Es el caso de Dada M. (Vlasenica, 1969). Su marido murió dos meses antes de que naciera su hija, que caba de cumplir los 23. Ha rehecho su vida en Tuzla.

En Srebrenica, como en la mayoría del territorio, las heridas de la guerra no se han cerrado todavía. «Hay ira y desesperación», confirma Resad Trebonja desde Sarajevo. Entre otras cosas, porque «después de todo este tiempo hay personas que buscan los huesos de sus seres queridos mientras quienes saben donde están esas fosas comunes no lo dicen». La convivencia es una suerte de silencio en el que todos callan. Los únicos que hablan son los políticos, que en estas dos décadas tampoco han sido capaces de ponerse de acuerdo en nada.

Las autoridades de la República de Spraska, por ejemplo, niegan el genocidio. Se escudan en que los serbios también fueron masacrados en otras partes. Pero del otro lado también hay quien tira de la tragedia con la única intención de agrandar la brecha.

El polvorín balcánico no se diluyó en Dayton. «Hubo expertos que ya lo avisaron entonces», explica Alfonso Armada, que cubrió el conflicto desde Sarajevo como periodista. De hecho, daban 20 años de vigencia a ese tratado. Armada volvió hace dos años a Bosnia para ver cómo estaba todo. «Hay una gran avidez por vivir, pero aquello no está resuelto», explica. No se equivoca ni un ápice. El sistema educativo, el encargado de formar a las nuevas generaciones, tampoco lo pone fácil. «Hay tres Historias oficiales y no son compatibles entre sí», denuncia Asmir Hasicic, presidente de la Asociación de Profesores de Historia de la provincia de Sarajevo. Y la guerra, tal y como se estudia a los 9 años, cabe en una sola lección. «El genocidio de Srebrenica solo se menciona una vez, para decir que fue en 1995». «Es muy importante aceptar el hecho de que existió. Solo así podremos reconciliarnos», concluye Trebonja.

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