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La princesa Diana de Gales. Reuters

Diana sigue reinando

Veinte años después de la muerte de la princesa de Gales, el Reino Unido revive la gran conmoción del duelo por quien fue la mujer más famosa del mundo

Íñigo Gurruchaga

Londres

Jueves, 31 de agosto 2017, 01:59

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Una inmensa mayoría de británicos recuerda dónde estaban cuando murió Diana. Dormían mientras los noticieros avanzaban en la madrugada del 31 de agosto de 1997 por el itinerario de los partes oficiales: Diana herida en un accidente de tráfico en París pero se espera una completa recuperación, las lesiones son graves, la princesa de Gales ha muerto. Todo se detuvo un instante en aquel despertar con el fallecimiento de la mujer más famosa del mundo.

En las horas siguientes, el príncipe Carlos y las hermanas de la fallecida fueron a París para repatriar el cadáver, la reina Isabel y su marido consolaron en su mansion de Balmoral a sus nietos, de 15 y 12 años de edad, Tony Blair invistió a Diana con el título de Princesa del Pueblo y su hermano, Charles, señaló desde Ciudad del Cabo a los culpables: los ‘paparazzi’ que la perseguían y los periódicos que compraban sus fotos.

En los días posteriores, miles de británicos se convencieron de que ellos eran los dolientes legítimos y prolongaron el rencor de la princesa hacia la familia real. Un hombre mayor dijo en un programa de radio que había llorado más por la muerte de Diana que por la de su mujer, en abril. Deambularon con flores y llantos entre el palacio de Kensington, donde tenía su apartamento, y el de Buckingham, sede de la monarquía, donde no había nadie. Cada noche la oscuridad cubría aquel vacío sin bombillas.

Perdido el poder de gobernación, los monarcas son embajadores diplomáticos y oficiantes de ritos nacionales. Bodas, nacimientos, muertes o sucesiones son al menos tan relevantes como su asistencia a ceremonias de conmemoración de los caídos en las guerras. Son los protagonistas del gran teatro nacional y los autores de la tragedia griega ya perseguían la purificación de los espectadores a través de las vicisitudes de sus personajes mediante lo que llamaron catarsis.

El escenario de aquellos días era propicio. El príncipe Guillermo decía en un documental de la BBC que fueron «afortunados» por que la muerte de su madre llegase cuando estaban en Balmoral, donde sus abuelos y su padre, tras regresar de París, pudieron estar con su hermano Enrique y con él en aquel momento traumático, sin someterse a la curiosidad del público. Sarah, hermana de Diana, decía que la decisión de la reina de permanecer allí fue lo correcto.

Pero el féretro de la fallecida fue depositado en la capilla del palacio de St. James, la residencia londinense del príncipe de Gales, mientras la familia real estaba en una remota comarca de Escocia. Desde allí dictaba órdenes para el funeral, sin alterar lo que se había hecho siempre tras la muerte de reyes o princesas. La geografía accidental del duelo ahondó la sospecha de indiferencia sentimental contra la que se había rebelado la heroína de la tragedia, Diana.

Un cuento de hadas

Sorprendida e inocente ante el interés de los periodistas por ella en sus primeras semanas del noviazgo oficial con Carlos, Diana adquirió la convicción de que podía manipularlo en su favor. Era muy bella y públicamente bondadosa. Era cordial y bromista en el trato con el público. Daba la mano a un infectado por el sida para mostrar que no había riesgo de contagio. Caminaba por pistas africanas con mocasines y un casco de cristal para apelar contra las minas antipersona.

Era también la protagonista de un cuento de hadas. El entonces arzobispo de Canterbury, Robert Runcie, calificó así su matrimonio con Carlos, ajeno a la naturaleza de la literatura fantástica. La novelista Hilary Mantel ha recordado estos días que las hadas habitan historias «con asesinatos de niños, canibalismo, hambre, deformidad, criaturas humanas desesperadas que son moldeadas como bestias o encadenadas por conjuros».

Los sufrimientos de Diana no llegaron tan lejos, pero la separación de sus padres fue un pleito brutal. La tercera de las Spencer, concebida cuando los padres querían un niño y heredero, arrojó a su madrastra escaleras abajo de un empujón, según se ha contado. Escenas reveladas de su matrimonio con el príncipe de Gales muestran crueldad e inmadurez. ¿Quién no simpatiza con el personaje que encarna un ideal de belleza física y humana junto a la conciencia de imperfección?

Y en el corazón de los comunes también puede anidar el sentimiento de que, sin el lastre de un matrimonio insatisfactorio, la impertinencia de un superior en el trabajo o la opresión de un poder sin rostro preciso, la vida sería más digna y placentera. Diana ofreció también ese espejo para todas las almas con su negativa a compartir un matrimonio hipócrita con Carlos, que realmente quería a otra mujer, Camilla.

Se ha cumplido hace unas semanas el vigésimoquinto aniversario de la publicación del libro Diana: Her True Story (Diana, su verdadera historia). Su autor, Andrew Morton, excorresponsal para la realeza del diario The Sun, ha revelado el canal que la princesa de Gales utilizó -un amigo médico, James Colthurst- para hacerle llegar cintas y comentarios que desembocaron en aquella extraordinaria rebelión.

Que la esposa del heredero al trono airease en un libro su indignación con Carlos y críticas al ‘establishment’ palaciego llevó a la reina a incitar la separación. Y a partir de ese momento Diana retó a su exmarido y a la monarquía, se dedicó con ahínco y libertad a construir su personaje. Frente a la fría rigidez de la realeza de rituales, obligaciones de Estado y discreción privada, Diana de Gales quería ser -lo dijo en la televisión- la 'reina de corazones'.

La masa doliente de The Mall en aquellos primeros días calurosos de septiembre de 1997 era la congregación de corazones sobre los que quiso reinar. Pero su rencor se aplacó y el llanto extendió sus penas con el regreso a Londres de la reina y la reaparición pública de los dos huérfanos. El paso de las horas y el cumplimiento del ciclo natural del duelo rescataron a la monarquía del descrédito que había sufrido en el teatro de aquella muerte.

Si hubiera sobrevivido...

¿Cómo sería Diana de haber sobrevivido? Monica Ali, en su libro Untold Story, y la periodista Tina Brown, en la revista Newsweek, han publicado conjeturas sobre esa pregunta. La secreta inmersión en la vida de un suburbio provinciano de Estados Unidos tras simular su muerte es la opción de la novelista. Brown la adivinaba con amores cansinos o furtivos en Nueva York, inyectándose ‘botox’, reconciliada con Camilla y Carlos, amiga de la madre de Catalina, celosa de su nuera.

En la vida real, los meses anteriores a su muerte mostraron límites y riesgos del reinado sentimental de Diana, tras renunciar al sueño original de ser reina de verdad. Revelaciones escabrosas en una entrevista en televisión rasgaron la imagen de su inocencia. Su búsqueda de nueva pareja contiene episodios lamentables y el desenlace de morir, sin cinturón de seguridad, junto a un playboy sin lumbre en un automóvil conducido por un chófer bebido.

El declive comenzó precisamente cuando tuvo libertad. Era además perseguida, asediada, escupida para captar la foto millonaria de Diana furiosa por los ‘paparazzi’ con cuyas cámaras antes coqueteó. Avanzaba frenética y con lágrimas frecuentes hacia algún lugar. Sería hoy una abuela de 56 años. La princesa bella, infeliz y un tanto rebelde seguiría siendo la madre del futuro rey. Guillermo le prometió a los 14 años que desde su trono le restauraría el título de Su Alteza Real.

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