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Víctor Acebes visto por Santiago Bellido
El rugby, desde los pilares

El rugby, desde los pilares

Víctor Acebes conoció el rugby de niño y ello le supuso abandonar el fútbol. Como jugador, entrenador y secretario técnico, lleva vinculado al oval casi medio siglo. A El Salvador, cuarenta años, viviendo con la base y la élite todos los avatares hasta la actualidad. No en vano, «este deporte une a muerte».

santiago hidalgo chacel

Sábado, 1 de abril 2017, 13:22

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Algo pasó por la cabeza de Víctor Acebes cuando en 1968, con 10 años, conoció el rugby en el momento en que entró a estudiar en el colegio El Salvador. Hasta ese instante, le gustaba el fútbol y, casi más que a él, a su padre, quien se llevó un buen disgusto cuando Víctor le dijo que no podía compaginar ambas disciplinas y que a partir de ahí iba ser fiel solo al balón oval. Antes incluso, de cadete, había participado en la Selección Oeste de Fútbol, pero con un «me llenó deportivamente nada más llegar», despachó cualquier vínculo que no fuera con el rugby. Allí estaba el padre Bernés con los equipos de división de honor, pero sobre todo Luis Asúa, quien se ocupaba de la cantera. Y allí comenzó una relación duradera que sigue en pos de los cincuenta años vinculado al rugby y casi cuarenta a El Salvador.

Comenzó a ser entrenado por Paco Arenal y en cadetes fue convocado por la selección española. Cuando el equipo de División de Honor de El Salvador se deshizo, Víctor se fue junto a varios compañeros juveniles al Club Deportivo Universitario dos años, aunque regresó para, desde regionales, contemplar el renacer y ascenso de la escuadra colegial a la División de Honor de nuevo.

Su inquietud como entrenador es de esa época. Con chavales, niños pequeños, pero también siendo segundo técnico de su compañero de fatigas Víctor de la Llana en la consecución de la primera Copa Ibérica del club blanquinegro.

Las desavenencias de Víctor con Fernando Lavín, cuando este pasa a entrenar al primer equipo, le llevan a dejar El Salvador y fundar junto a Alejandro Olmedo Tano el Minotauro, donde permaneció durante seis años con muchos de los jugadores de la entidad colegial, aunque con una visión más cortoplacista del rugby.

Su vuelta al Chami se produce hace catorce años. La entidad le ofreció un puesto profesional como secretario técnico, trabajando la cantera. En esas vivió también el cierre del colegio de la plaza de San Pablo y de alguna forma también el instante en que se acababa la fábrica de jugadores de forma directa.

Entre medias, también colabora como técnico en la selección española sub-17 y sub-18 y en la Federación de Castilla y León, siempre vinculado a los entrenadores.

Además de responsable de cantera y de esos más de 500 niños y chavales que todas las semanas se visten con la camiseta de El Salvador, Víctor también ha entrenado a diferentes escuadras: al segundo equipo, tres años al femenino, al juvenil, con el llegó tres veces a la final del campeonato de España y logró un título frente al Ciencias de Sevilla, y ahora a un prometedor cadete del que tendrán que salir muchos jugadores directos a la primera plantilla. Por sus manos han pasado todos los canteranos del equipo sénior, como el más veterano Manu Serrano, pero también el propio entrenador, Juan Carlos Pérez.

Ausente el colegio, la labor de Víctor sobre las escuelas se tuvo que multiplicar. «Ahora trabajamos con el colegio El Pilar, y tenemos otra escuela en Tordesillas con el Ayuntamiento. Realizamos todos los años promoción escolar en 12 o 14 centros para dar información y captación. Lo peor es que hoy día todos los patios son de cemento y que hay mucho deporte de élite y competencia». Lo que sí tiene claro es no meterse donde está su vecino más próximo: «Entre el VRAC y nosotros hemos consensuado repartirnos los colegios y nos respetamos». Sin embargo, el espectáculo de la Copa del Rey supuso un antes y un después. «Ahora hay muchos chavales que vienen directamente. No hay que ir a buscarles», relata.

El rugby de escuelas es un hecho y clubes como los dos vallisoletanos, pero también el San Cugat de Barcelona, Marbella, Liceo o Canoe en Madrid, o la Sant Boi en Barcelona, son los que marcan el paso. El Torneo Melé, que año a año reúne a más de 3.000 participantes rotando entre todas las sedes, es la verdadera realidad de este deporte que va desde los Linces y Jabatos hasta los equipos femeninos. La idea se conoce: una base amplia de casi 30 equipos, para, en pirámide, llegar pocos a la élite. Y entre medias, entrenadores y mánagers o delegados que trabajan de forma altruista. La filosofía del club chamizo ha ido evolucionando si bien, tras la visita de Juan Carlos Pérez a Nueva Zelanda, hay parámetros que se han copiado: «Ellos trabajan sin contacto hasta los 10 años, luego pegan un cambio radical y apuestan por la técnica individual, manejo de balón, las habilidades básicas. Cuando llegan a juveniles son máquinas», incide.

La propia historia del club ha sido cambiante, aunque Víctor ha estado presente en casi toda. «El club ha crecido mucho. Antiguamente era todo más amateur. Luego también presencié la etapa floreciente, con extranjeros, todo el mundo cobraba. Teníamos más apoyo institucional y de patrocinadores. Esto se fue al garete porque lo hicimos muy mal y se nos fue de las manos. Estuvimos a punto de desaparecer», declara. Sin embargo, la generación de nuevos directivos recondujo la situación. «Con Juan Carlos Martín Hansen y su equipo se empezó a transformar el club, pagar la deuda y mejorar. Entraron más directivos y se crearon diferentes comisiones: deportiva, de patrocinio, de merchandising, ejecutiva, de prensa... Y el club se sujetó económicamente».

Para Acebes, el futuro ya ha comenzado: «Se está gestando en mejorar la estructura más profesional del club y el nivel de todos los entrenadores. Recientemente fundamos una Academia de jugadores, de exigencias máximas deportivas y docentes, con la presencia de Mar Álvarez, la preparadora física de la Federación Española. También el rugby inclusivo, jornadas de coaching».

El filón que supuso la Copa del Rey ha sido aprovechado por los dos clubes de Valladolid. En el espejo se pusieron los valores de este deporte: «Hubo mucha gente que fue sin haber visto un partido y se envenenaron con el rugby: el silencio a la hora de tirar a palos, el ambiente amigable en el descanso, la forma de no discutir las aficiones, el respeto al árbitro, la cultura de este deporte».

Con estas perspectivas, solo hay dos cosas que desde el club blanquinegro se necesitan: más entrenadores «ahora hay un sano overbooking de jugadores» y más instalaciones «pese a que tenemos las mejores de España, se nos quedan pequeñas y necesitaríamos dos campos más, aunque el Ayuntamiento nos cuida y ha hecho muchos esfuerzos».

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