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En la piel del voleibol estudiantil
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En la piel del voleibol estudiantil

Rubín Martín Revilla ha sido jugador, entrenador, organizador de eventos y árbitro de categoría nacional hasta llegar a convertirse en uno de los necesarios generadores de este deporte en Valladolid

santiago hidalgo chacel

Sábado, 26 de noviembre 2016, 19:14

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No se sabe quién encontró a quién. Si Rubín al voleibol o el voleibol a Rubín. El hecho cierto es que a él le gustaba el patinaje y el hockey, pero con el argumento de que «era un deporte no muy cansado» y que «no se sudaba mucho», llegó a convencer a sus padres para que le dejaran practicarlo con un grupo de amigos. Así que este niño que tuvo algún pequeño problema respiratorio empezó a jugar al voleibol a los 15 años casi «de rebote». Aunque luego la relación viene siendo duradera.

Rubín Martín Revilla (Valladolid, 1961) se topó con un deporte en auge. Un voleibol fuerte en la categoría masculina con una buena cantera local (los Toribio, Mostaza, Ocón, Larrañaga, Benito), completada por muchos estudiantes vascos que aquí cursaban sus carreras y tres buenas escuelas situadas entre Maristas, Leopoldo Cano y Lourdes. Y lo mismo las chicas y su base en las Carmelitas. Entre todos estos focos se aseguraba una buena competición provincial que daba en la punta de lanza en el Universitario.

Precisamente en el Lourdes es donde pronto Rubín, tras dejar la práctica, se pasa al lado de los entrenamientos, como técnico o delegado, con Santiago Toribio «mi padre deportivo», para tener a su cargo en un momento toda la sección deportiva de vóley del Lourdes. Allí permaneció 26 años. «Fue Moisés Fuente, un hermano lasaliano que llegó del Gandásegui, uno de los fundadores. Empezamos a entrenar Javier Macías, José Antonio Llorente, las dos personas más cercanas a mí que hemos hecho vóley en Lourdes y en la Universidad». El club de Los Baberos se convirtió así en un referente dominando el panorama provincial y regional.

En 1985, Rubín rememora el momento en el que el cuadro colegial obtuvo el Campeonato de España cadete. «Un equipo de colegio quedamos campeones de España tras doblegar a Real Madrid y Atlético de Madrid, que se unieron en el Salesianos y en la final al Son Amar de Palma». Los recuerdos se le agolpan. «Nos plantamos en las semifinales. El Salesianos nos iban ganando dos sets a cero y 14-2. Un pelotazo a la pared y una red cobrada a los madrileños nos dio pie a la remontada. Vencimos 3-2 y llegamos a la final. Queríamos salir a toda costa en el Marca, que antes nos había obviado, y lo hicimos: Castilla y León dio la sorpresa, tituló el diario deportivo. En la final, el capitán de la selección española y entrenador del Son Amar, Jaime Fernández Barros, comentó en el vestuario: Cuidado; son muy peleones,. Y así fue. Ellos a atacar y nosotros a defender, recibiendo y defendiendo sin apenas atacar ni bloquear porque no éramos altos Les ganamos».

Al año siguiente ya con el título de entrenador nacional bajo el brazo, este mismo equipo va al Campeonato del Mundo en Liechtenstein, donde finaliza cuarto tras ganar a belgas, ingleses y griegos, en un éxito sin precedentes en el voleibol escolar del colegio de Lourdes.

Rubín llegó a ser un fijo en los entrenamientos en el colegio. Como un día en la oficina. De cinco a once para, en ocasiones, dirigir hasta a seis escuadras que le obligaban a multiplicarse los fines de semana. Después, cuando dejó esto más o menos ordenado, lo compatibilizó con el CDU Universitario con otros dos compañeros, César Alonso y Carlos Vicente Neira. Así, Ruiz Hernández, el polideportivo por donde vio pasar a grandes equipos masculinos y femeninos, se convirtió en su segunda casa. Este maestro de Inglés y Educación Física confiesa que le ha echado a esto muchas horas. Asimismo, se dedicó junto a la FMD a organizar eventos como torneos 3x3, el vóley playa o el Día del minivóley, con 22 ediciones a sus espaldas, a la vez que se implicó en los campamentos de verano de la Junta. Para completar, también buceó en el mundo del arbitraje desde abajo. «Me acuerdo de que la primera tarjeta roja de mi carrera se la saqué a Ana Ugarte, la compañera de Agustín (presidente de la nacional). Y reconozco que ahí me tembló la mano».

Desde aquí en una escala continua hasta 1996, cuando es nombrado árbitro de la Categoría Nacional A participando en la División de Honor, tanto masculina, como femenina, además de ser presidente del Comité Territorial de Árbitros. Hasta tal punto que ir a un partido de voleibol en Valladolid y no encontrarte a Rubín en algunas de sus facetas era algo insólito. Casi imposible. Por si fuera poco, su prole también bebió de sus andanzas. «Las dos mellizas juegan y entrenan al voleibol, y mi hijo es su entrenador y lo practica también. Además, mi mujer es la responsable de deportes de Cristo Rey».

Pese a su enfermedad actual, se niega al retiro y aún colabora con el arbitraje local, regional o allí donde le reclamen y le den poco menos de un bocadillo. Acompañado siempre de su bicicleta, Rubín ha demostrado que es de otra pasta. «El vóley y el deporte me han dado una filosofía de vida. Me completó como persona y me llenó muchos huecos que tenía. He disfrutado y he logrado una familia a la que he inculcado esos valores». Y es que, según comenta, «el deporte y la competición bien entendidos son sanos. Se puede ganar o perder, no pasa nada. De todo se aprende». El homenaje sorpresa recibido el pasado 22 de diciembre, de manos de sus antiguos jugadores y jugadoras y que reunió a 80 personas, fue una de las cosas más bonitas que le ha pasado. Porque los suyos siempre han sabido valorar su trabajo y entrega al cien por cien.

Ahora se encuentra con un voleibol actual «con los pies de barro, con muy poca competición masculina y base, en la que falta mucho trabajo por detrás», y donde muchos de los entrenadores seguidores del grupo de Rubín «han tenido que volver para dirigir y entrenar a sus hijos». En la mayoría de los casos, los jugadores demuestran poca mentalidad de esfuerzo y compromiso: «Se juega por divertimento, no por competir». Por si fuera poco, el recambio a las personas que han llevado el voleibol y el deporte vallisoletano en general como Rubín al cabo de los años no se encuentra en el camino. Ninguno quiere meterse en esa piel. Aunque sí que se sude. Porque se suda.

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