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José Antonio Arranz corre el maratón del Ironman de Hawái, en octubre.
«En Hawái sufrí como no lo he hecho nunca»
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«En Hawái sufrí como no lo he hecho nunca»

José Antonio Arranz Cáceres, triatleta vallisoletano que participó en el Iroman de las islas polinesias

agapito ojosnegros

Domingo, 23 de noviembre 2014, 17:11

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Ha tocado el cielo en el archipiélago de Hawái, practicando el deporte al que se entrega en cuerpo y alma; lo mismo que le sucede cada vez que regresa a Valladolid a reencontrarse con familia y amigos pues se siente muy apegado a la ciudad donde nació y de la que se marchó hace 13 años, a Tenerife, tras los pasos de su madre, originaria de Campaspero. Que se preparen en la localidad churra, pues José Antonio Arranz parece decidido a participar en la media maratón que allí celebran en junio, la más antigua de la región.

A sus 32 años, el 11 de octubre, después 9 horas y 36 minutos de prueba, con 3.800 metros de natación, 180 kilómetros de bicicleta y un maratón, Juan Antonio Arranz Cáceres cruzó la meta del Ironman hawaiano, el triatlón más importante del mundo, en el que este año han participado 2.200 atletas entre hombres y mujeres, y en el que el vallisoletano finalizó en la posición 189, lo que supuso una mejora de sus expectativas, puesto que a priori esperaba quedar entre los 300 primeros. El mérito de su clasificación es considerable: 100 de los inscritos son profesionales dedicados exclusivamente a al Iroman y debidamente patrocinados, mientras que él compagina su trabajo como policía nacional con el cuidado de su casa y el de una niña de un año, tareas que comparte con su mujer.

Trece días para aclimatarse

Conseguirlo no fue fácil, explica el triatleta. En julio tuvo que conseguir la clasificación en Fráncfort y, con grandes dolores de piernas, sin apenas tiempo de prepararse, entrenó para acudir a Hawái, adonde solo llegan los mejores. Se superó a sí mismo y, ataviado con la indumentaria del equipo vallisoletano al que pertenece, Molpesa-Univest («pertenecer a él es una forma de estar en Valladolid») , se lanzó a las aguas del Pacífico. «Me cayeron golpes por todas partes; no he recibido tantos en mi vida», dice sobre la prueba de natación en la que entró al agua a la vez que otros dos mil deportistas. Aunque lo duro llegó con el maratón. «A falta 10 kilómetros aparece lo que se llama el muro, kilómetros que se me hicieron terribles», explica.

Cuatro mil euros de su bolsillo posibilitaron su estancia de 13 días en Hawái para entrenar y aclimatarse y adaptarse a un huso horario con 12 horas de diferencia respecto a la España peninsular. «Me impactó mucho la humedad; en cuanto te bajas del avión, lo notas en la respiración. Y el sueño tardé en cogerlo una semana, despertándome a las tres y media de la madrugada», señala el policía, quien sin dejar de reconocer que «no había visto nunca un lugar tan increíble», recuerda que la percepción paradisíaca que se tiene de ese lugar le cambió en el momento que empezó el triatlón. «Es la meca de este deporte y solo respirar el ambiente fue un regalo para la vida. Lo turístico, para mí, es secundario».

Jugador de los juveniles del Real Valladolid y de equipos canarios de Tercera División, José Antonio se inició en el triatlón tardíamente, con 27 años, tras una lesión en un pie que lo alejó del balón. Superado el trance, empezó a andar en bici y a relacionarse con triatletas. Dar el salto fue fácil, pues le apasiona lo que para él es una filosofía de vida, más que un deporte, para lo que cuenta con el apoyo incondicional de su mujer. Los próximos retos están claros: «Mejorar marcas e intentar con el tiempo volver a Hawái, pero ahora toca descansar y dedicarme a mi familia».

Sin patrocinios

La vida de un triatleta es espartana; mezcla las máximas monásticas benedictinas del ora et labora en una sola: disciplina. Su día comienza a las 6:30 horas, con rodillo en bicicleta o carrera. Después, al trabajo y de vuelta del mismo, a las 15:00 horas, a nadar o a rodar en bici. Así todos los días, hasta completar una media de 30 horas semanales en los meses previos a la competición.

No dispone de patrocinadores y debe costearse cada desplazamiento, preocupado siempre porque el equipo que desplaza con la bicicleta como pieza principal llegue bien a su destino o, al menos, «llegue».

La vida deportiva de un triatleta alcanza su plenitud «entre los 30 y los 44 años», aunque puede alargarse bastante siempre que sea sin ánimo de competir. Ese fue el caso de un hombre de 83 años que participó en Hawái. El trabajo, mental y físico, es parejo. De lo que cuenta José Antonio se extrae que durante la competición hay momentos en los que entran en conflicto cuerpo y mente, como cuando la musculatura duele en extremo «y la mente te dice que sigas, que sí puedes». Otras veces es la mente la que te dice «para, que no aguanto más; parece que te pega el bajón físico, pero si eres capaz de seguir y de luchar contra tu mente, eres capaz de continuar y acabar en condiciones, pues estás preparado para ello, que es lo que pasó en Hawái, donde sufrí como no he sufrido nunca».

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