Borrar
Platini (i) y Blatter (d).
El Mundial no es para el que lo trabaja
La tentación del Mundial

El Mundial no es para el que lo trabaja

Igor Paskual, guitarrista de Loquillo y con una carrera en solitario, da su punto de vista sobre el Mundial de Brasil y la actitud de los máximos dirigentes del fútbol

igor paskual (músico y escritor)

Martes, 10 de junio 2014, 17:00

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Me gustaría saber si el balón de fútbol es, como decía Platón sobre la belleza, una abstracción del concepto pelota que se realiza materialmente en millones de balones o si, por el contrario, cada balón es independiente entre sí. Pero aún más me gustaría es saber a quién le pertenece la pelota.

Por ejemplo, cuando éramos pequeños, el dueño del balón era el hijo del concejal, el niño pera o alguno que la había heredado de su hermano mayor. El propietario del esférico tenía un poder enorme, pero este poder sólo era eficaz en el mundo estático, cuando el fútbol se había detenido. En cambio, una vez que el partido se ponía en movimiento, la pelota cambiaba de amo y se convertía en aliada y esclava de los jugadores habilidosos. Ellos, a su vez, representaban a tu clase, tu colegio o tu barrio, y los que no sabíamos jugar poseíamos el balón a través de ellos.

Muchos años después, cuando nos convertimos en adultos, nos dimos cuenta de que el mundo funcionaba exactamente igual que cuando éramos pequeños. Lo único que cambia es la escala. Y es que, cuando el fútbol no se juega, pertenece Blatter o a Havelange. Ellos no juegan, pero firman contratos, conceden obras, hacen votaciones, se reúnen, cenan e, incluso, ¡oh!, se cuenta, se dice y se rumorea que también aceptan sobornos. Pero, cuando empieza el partido, el balón es de Iniesta o de Pirlo. Y, sobre todo, de la gente que se identifica con ellos. Messi, en un estadio vacío, es la mitad de Messi.

Es decir, la idea platónica, el concepto de fútbol, es de la gente. Pero la realización material del fútbol, en cambio, es de unos pocos. Así que la gente en Brasil, hogar espiritual del fútbol, no es que no comulgue con el Mundial, sino que está contra una idea determinada de Mundial: el de los despilfarros innecesarios, los excesos de la policía, la prostitución infantil y las muertes de obreros construyendo estadios.

Por eso es obsceno escuchar a Michel Platini, que era uno de los nuestros por su gran pasado, decir que no se arrepiente de haber votado la candidatura de Qatar. Ahora es uno de los suyos. De los que tenían el balón de pequeños. En su despacho, la brisa gélida del aire acondicionado le evitará sufrir las exageradas temperaturas del golfo que dejarán a los futbolistas al borde del colapso.

Más reveladora ha sido la hija de Ricardo Teixeira y nieta de Havelange que, con la sinceridad inconsciente de quienes saben que nunca les van a llevar la contraria, lo dejó muy claro, su mensaje, más o menos, era este: «Ya no hay que protestar, no hay que quejarse, basta de huelgas, no más pintadas, barricadas o enfrentamientos contra la policía. Bastó. Ya está todo gastado o robado. No queda nada en las arcas para la sanidad o educación. Así que dejen de molestar».

Y los medios de comunicación occidentales, con su habitual superioridad moral, emiten esas declaraciones con deleite. Les encanta comentar, «Mira, en Río de Janeiro tienen el Hilton de cinco estrellas al lado de una favela», pero son incapaces de ser igual de críticos con quienes han expoliado nuestro propio país.

Nos complacemos en mirar a Brasil por encima del hombro sin darnos cuenta de que nosotros somos exactamente lo mismo, pero a otra escala. Al menos, Blatter reconoció que escoger Qatar fue un error. Platini, como toda Europa, tiene la fe cerril del converso al dinero y el poder. ¡Vivan el fútbol y la gente de Sudamérica!

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios