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Lasa (dcha.), con el San José Juvenil de 1963-1964.
El fútbol de Julio Lasa
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El fútbol de Julio Lasa

javier yepes

Viernes, 17 de octubre 2014, 14:08

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La línea divisoria es, amén del titulo, un recuerdo dedicado a Julio Lasa. El vocablo por él acuñado allá por los 60, no es sino uno de tantos con los cuales cambió la terminología del fútbol, y lo que es mas importante, el concepto del juego.

Términos como vertical o altura mas o menos centradas, adelantadas o retrasadas, nos enseñaron entonces a comprender la posición de un futbolista dentro del terreno de juego. Oyéndole, aprendí a comprobar sobre el propio campo si el jugador, y por tanto el equipo, estaban bien situados. Y aquí no había negociación: «si un equipo está mal situado en el terreno, nunca va a jugar bien al fútbol» era su lema, y «posición», su orden permanente. Se puede ganar estando mal colocado, pero ese no era su credo.

Por eso, cuando hoy se cita al pivote, doble o simple, algo se remueve dentro de mí, probablemente su influencia, para repudiar de inmediato terminología tan vulgar. Si algo nunca fue afín a Julio, eso es la vulgaridad. Era un hombre exquisito en busca permanente de la excelencia en todos los ámbitos. Y el fútbol, entre todas sus actividades mus incluido era lo más importante, cuestiones vitales aparte. En el mus, juego del que tenía estudiado hasta el último movimiento, lo mal que jugaban la pequeña Santi Llorente o Regino Álvarez era su obsesión. Y en su fútbol, que siempre fue Brasil digámoslo cuanto antes, buscaba la evolución táctica mediante el análisis permanente. En la táctica, su amante fiel, encontraba el verdadero sentido del fútbol. «Sin orden posicional ni sentido táctico, el fútbol es una castaña» decía.

En esa continua evolución, asistí en primera persona y de forma práctica al paso del 4-4-2 carioca en el Mundial de Suecia58, con un Pelé de 17 años, al comienzo del 4-3-3 que ellos mismos habían presentado en Chile en el 62, precisamente en el grupo de España en Viña del Mar.

Fue en el Colegio San José, mi colegio, donde Julio la desarrolló de manera magistral. Su equipo juvenil, con Gonzalo Landáburu , Pardo, Agudo, Gele, Criado, Montes ó Rosique, entre otros, y los duelos con el Arces de Ángel Muñoz echaban chispas.

Era el Arces de los Santiago Toribio, Manolo Sánchez, Javi Castellanos, Vergaz, Lloret o Castañeda. Se gestaba el equipo campeón de la siguiente temporada, que el Celta de Lito y Álvarez Costas apeó en cuartos de final del Campeonato de España.

En la final del Campeonato de la 63/64, tras haber quedado líderes respectivos en sus grupos, se retaron en el Campo de la Federación, hoy Corte Inglés, para dirimir título, y el Arces se llevó el gato al agua por 1-0. Ángel Muñoz, sabio director de los azules, recuerda perfectamente a aquel equipo colegial con futbolistas excelentes a los que mejoraba la mano de su técnico. Sin embargo, aquel día el fútbol aguerrido, práctico y exigido hasta el máximo por su técnico se llevo el campeonato. En ese instante empiezo a conocer la historia de Julio Lasa como entrenador. Dos años con él como jugador juvenil en el Colegio me enseñaron el resto.

Pocos años después, en la 67/68, estudiando Medicina, coincidimos de nuevo al aceptar mi propuesta de dirigir al equipo de la Facultad en los campeonatos universitarios. Allí coincidió con Regino Álvarez, Alberto Villar, desgraciadamente fallecido; Ismael Valles y otros muchos buenos futbolistas que habían cambiado la elástica futbolera por la futura bata blanca. Y fue allí, donde al comprobar el potencial existente de los equipos universitarios, decidimos poner en marcha un club constituido por una selección de los mejores.

Así nació la idea del CDU, el Universitario para que nos entendamos, y ahí fue donde Julio impartió con maestría todo su saber. Ese Universitario, durante unos meses Estudiantes Valladolid hasta que el Servicio de Deportes de la Universidad nos acogió, caminaba entre el Bar Cachito de Endériz y Joselín, en la calle Librería, y el Bar El Rocío, ubicado en la calle Pérez Galdós. Nos movíamos entre la plaza del Museo y la Circular, nuestros barrios respectivos. Allí empezó todo con Basilio Catón, José Ramón Burrieza, José Antonio Briso-Montiano, José Luis de Blas y Chema De Diego. Siete locos, Julio y un servidor incluidos, en busca de un fútbol distinto.

Fue una época apasionante y diferente, que la Universidad con su apoyo terminó por asentar. En esos años, campeonatos de liga y ascensos se fueron sucediendo de manera ininterrumpida. Luis Quirós, verdadero baluarte en la institución junto al profesor Martín González, así como Mariano Ramón y Melchor Flores, fueron los depositarios de nuestros sueños en un club que contaba con entrenadores de la talla de Mario Pesquera, su hermano José Alberto, Fonfo Alonso Lasheras, Santiago Toribio o Lucio Calvo, por nombrar a los responsables del baloncesto, rugby, vóley o judo como ejemplos. El fútbol entró un poco de reojo por aquello de ser el último, y Julio Lasa fue su introductor. Y no tengo constancia de que en el evento anual del Trofeo Rector se le haya hecho mención alguna a lo largo de todos estos años. El Universitario, que nació en el año 1974, no ayer precisamente, bien le debe un reconocimiento.

Su forma de entender el fútbol es solo comparable a la de los grandes de la historia de este deporte, pero en su forma de expresarlo y analizarlo no hay quien le supere. O, al menos, yo no le he conocido. Y para muestra, un botón: una tarde de verano, estando presentes Pedro del Pozo Pedelpo, administrativo en la empresa y hombre del fútbol de toda la vida, y un servidor como testigos, nos impartió una clase magistral acerca de catorce movimientos en el saque de banda, que hacían diferente a cada uno de ellos. «Lo he estado pensando y hay muchos más, pero me tuve que ir a una reunión. Voy a seguir con ello, porque nadie sabe nada». Saliendo de su oficina de la calle Tutela, y mientras enfilaba el hall del portal pensé: ¡es un genio!

Entonces aprendimos que el central y el cuarto defensa sustituían al central y al libre del Ínter de Heleno Herrera; y que el segundo centro-delantero, hoy día ya era el tercer medio y por tanto se le denominaba tercero, portaba el diez, y era el jugador que llegaba a posiciones de remate para asistir o convertir. O sea, lo que hoy en el Real Valladolid a mí me parece que debería hacer Óscar González, auténtico talento.

En muchas ocasiones he comentado con Ramón Martínez y Santiago Llorente, entre otros, todo lo que disfrutamos y aprendimos los que estuvimos cerca de él. Sus fundamentos eran diferentes y su lenguaje, para los que no le conocían, ininteligible. Aquello de «lleve y ofrezca», «acompañe», «amenace y pase» o «dé y doble por detrás» ni lo había oído ni lo he vuelto a oír. Y qué decir cuando en un primer entreno le vi dirigir la escena al grito de «yo soy el balón, síganme». Los menos pensaban que aquello era distinto y mejor, pero todos opinaban lo mismo: ¡joder, como te equivoques, te mata! Y es que Julio no transigía con alterar la idea.

Ayer, mientras robaba la foto de la izquierda gracias a mi amigo Manuel S. Cisneros, pensaba en cómo pasado el tiempo, ausentes las diferencias y con la madurez de los años, bajaría aquellas las escaleras pensando lo mismo: ¡Era un genio! Reconozco que hablar de Julio Lasa (¡te lo debía, maestro!), me ha costado afectivamente mucho, pero hablar de su fútbol, nada. ¡Si Julio era el fútbol...!

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