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Tony Martin, en la contrarreloj.
Nibali, un amarillo inmaculado
VIGÉSIMA ETAPA

Nibali, un amarillo inmaculado

Tony Martin ganó la contrarreloj en la que Peraud se aupó al segundo puesto de la general y Pinot se hizo con último escalón del cajón

Benito Urraburu

Sábado, 26 de julio 2014, 01:10

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Cincuenta y cuatro kilómetros en solitario pendiente de un reloj es uno de esos ejercicios que dejan un cuerpo vacío, una mente en blanco. Un estado general en el que, dependiendo del resultado, una persona bascula entre una fiesta en la que no termina de acoplarse del todo y quedar hundido en una habitación repasando mentalmente lo sucedido.

Tony Martin es uno de los ciclistas que domina esos parámetros, que sabe cómo explotar su fortaleza. Fue el mejor en todos los tiempos intermedios de la etapa, a una media de 48,832 kilómetros por hora. Su dominio resultó tan abrumador que el segundo clasificado, Tom Dumoulin, finalizó a 1:39 y el líder Vincenzo Nibali fue cuarto a 1:58.

Martin luchaba, como casi siempre, contra él mismo. No tiene término medio. El Tour de Francia más rápido de los últimos años, con 40,649 kilómetros por hora de media desde que en 2006 Óscar Pereiro consiguiese 40,768 -los siete que ganó Lance Armstrong no cuentan-, ha terminado desatando las pasiones de sus protagonistas. Alejandro Valverde se quedó sin el podio final. Péraud le aventajaba en 2:01 y Pinot, en 1:16. Por mucho que se quiso adornar lo sucedido en los Pirineos, el estado físico de Valverde no invitaba a ser optimista.

Hay un tópico que afirma que en el Tour, en una carrera de tres semanas, ir a más resulta imposible. Y eso es lo que le ha pasado a Valverde que llegó a la semana final muy justo de fuerzas.

Los primeros diecinueve kilómetros de esa crono mostraron lo que iba a pasar. Thibaut Pinot le aventajaba en 43 segundos y Péraud, en 1:08. Unos registros que aumentarían según iban pasando los kilómetros hasta llegar a la meta.

Valverde no cogió ritmo, no consiguió hilvanar una forma de correr que invitase al optimismo. No fue capaz de mover el desarrollo que le pudiese acercar a los mejores. La carrera se le fue escapando kilómetro a kilómetro, sin remisión, desde el principio. Lo sabía él y también quienes iban en el coche de Movistar, en una situación complicada de digerir, sobre todo a nivel mental.

Vincenzo Nibali tenía ganado el Tour desde hace mucho tiempo. Los registros que marcó en la contrarreloj le permitieron dejar unas diferencias espectaculares sobre sus perseguidores en la general. No se exhibió. Nadie podrá decir que sus registros fueron de otro mundo. Ha sido el mejor entre los ciclistas que han estado en la carrera, muy superior a todos ellos.

Un corredor comedido

Nibali ha entrado en la historia de Italia, un país que no conseguía un corredor con el que llegar de amarillo a París desde 1998, lo que explica por un lado lo difícil que es vencer en esta prueba y, por otro, lo improbable que resulta que salgan grandes campeones. Y hablamos de Italia, con una tradición ciclista única.

Sucede a Marco Pantani en el imaginario italiano, pero es muy distinto a uno de esos corredores que eran un espectáculo en la montaña y que acabó finalmente apartado de este mundo de la bicicleta. Es menos espectacular, más comedido. Su Tour se ha basado en la regularidad. Nibali no generará tantas pasiones como Pantani pero saldrá del ciclismo mucho mejor que él.

Del líder se puede decir que ha sido un maillot inmaculado, sin manchas, al menos hasta el momento. Ha ejercido uno de esos dominios que a los franceses les gusta llamar masacrantes, porque eso es lo que ha hecho, dejar el Tour sin ilusiones para nadie allí donde ha considerado que debía hacerlo, dejando un sello de identidad difícil de borrar como hicieron otros grandes en Francia.

Y lo ha hecho porque tampoco tuvo grandes nombres enfrente. Donde se propuso ganar, lo consiguió, rodeado de un equipo que ha manejado la prueba a su antojo. Con 29 años de edad, lo que nos queda por ver de Nibali es qué hubiera sido capaz de hacer con Froome y Contador en la carrera. Eso ya no lo sabremos. Este Tour se le ha quedado pequeño. Quizás sin las dos ausencias citadas hubiéramos visto una carrera más grande pero eso es entrar de lleno en el terreno de las especulaciones.

Un corredor comedido

Los números son abrumadores favor del italiano. Ha ganado cuatro etapas, va a estar diecinueve de los veintiún días que ha tenido la prueba de amarillo y ha terminado segundo en la montaña. Lo más importante es que no se le ha visto ningún momento de debilidad. Era una de esas ocasiones que rara vez vuelven a pasar en la carrera de un ciclista y no la ha desaprovechado. También el francés Jean-Christophe Péraud ha terminado por hacer historia. Con 37 años y 66 días se ha convertido en el tercer corredor con más edad -después de la II Guerra Mundial- en conseguir meterse entre los tres mejores. Quien tiene un récord imposible de ser batido en ese apartado es Raymond Poulidor, que acabó tercero en 1976, con 40 años y 96 días. El portugués Joaquim Agostinho finalizó tercero en 1979 con 37 años y 106 días. No había un francés en el podio desde 1996, con Virenque en tercer lugar. Y dos franceses en el podio es algo que no se veía ¡desde 1984! con Fignon primero e Hinault, segundo.

Thibaut Pinot confirmó que en unos años estará disputando la general. Por edad, por condiciones, por la soltura con la que afronta las etapas y por su agresividad se ha convertido en un ciclista de futuro, una vez aparcados los miedos que le perseguían en las bajadas. Lo normal es que llegue su momento pero no ha desaprovechado la primera ocasión que ha tenido de acceder al podio.

Péraud tuvo un percance en la contrarreloj. Pinchó la rueda lenticular y cambió de bicicleta. Teniendo en cuenta que el año pasado se cayó calentando y más tarde se fracturó la clavícula a dos kilómetros de la llegada, su mejoría resultó evidente. Peor le fueron las cosas a su compañero Bardet, que padeció dos averías. Para Alejandro Valverde esos 54 kilómetros pudieron ser una despedida, al menos para meterse en el podio del Tour, una carrera con la que no puede. Su futuro debe tomar otros derroteros.

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